Si a veces buscas perderte por una tierra desconocida, estarás contento de encontrar la Arabia Feliz.
Capri c'est fini
Era la ciudad de nuestro primer amor pero ahora ha terminado.
sábado, 26 de octubre de 2013
Arabia Felix
Si a veces buscas perderte por una tierra desconocida, estarás contento de encontrar la Arabia Feliz.
jueves, 13 de junio de 2013
C’est fini
Sobre la extensión de la arena, de repente algo grita que Capri c'est fini. Que ERA LA CIUDAD DE NUESTRO PRIMER AMOR pero ahora ha terminado. TERMINADO.
Que terrible resulta de repente. Terrible. Cada vez dan ganas de llorar, de huir, de morir, porque Capri ha seguido la rotación de la tierra hacia el olvido del amor.
Yann Andréa Steiner (Marguerite Duras, 1992)
Capri se acabó y con él sucumbió todo un mundo que, a retazos, vienen de vez en cuando a mi memoria. En esos momentos, como un arqueólogo submarino, buceo entre palabras que en algún instante escribí y que se guardan bajo el mar, mohosas y olvidadas. Allí, los contornos se redondean, las caras se desdibujan, los detalles desaparecen. En ocasiones saco algo a la superficie, lo restauro y lo dejo en una vitrina a dormir el sueño de los justos. Así, vuelve a tener una vida, nostálgica y contemplativa, aunque no sirva para nada más. La memoria tiene el don infinito del olvido, dejando imágenes y recuerdos extraños, que fueron vívidos en un momento y va desvaneciéndose como la luz del mediodía, cuyo esplendor va decreciendo hasta el ocaso.
Y este es el fin de algo que comenzó con vocación de FINAL. He querido dejarlo morir silenciosamente aunque sabía que merecía un final. No obstante, sólo es el punto y seguido de un viaje de búsqueda personal. Capri se acabó, sin duda, pero la vida tiene la ventaja sobre la nostalgia de que no te permite parar a pensar. Nunca he sido bueno en las despedidas. A lo mejor, reflexiono demasiado y me es imposible improvisar lo que quiero decir cuando se me agolpan las ideas. Por eso no me extenderé. Sólo una cosa más: muchas gracias a todos lo que se pasaron por aquí, curiosearon, leyeron y comentaron, ellos me enriquecieron más que lo que pude hacerlo yo. Hoy sigo bien, la vida no me da tregua, trabajo, escribo, leo, pienso, como de costumbre. Quizás un día vuelva y siga alimentando un rincón como Capri, nunca se sabe. La luz al final de la Gruta Azul siempre está encendida.
viernes, 24 de junio de 2011
Morir de amor
no sé por qué me despierto
algunas noches vacías
oyendo una voz que canta
y que, tal vez, es la mía.
La canción y el poema (Idea Vilariño, 1972)
Ésta no es una carta de suicidio, ni siquiera una carta de despedida. Es simplemente una carta de amor, amor ya sobrepasado, consumido si lo prefieres. Dicen por ahí, que declarar el amor por carta es cuestión de cobardes, que esos sentimientos hay que expresarlos cara a cara, pero no lo creo así. La carta es el vehículo perfecto para el amor, porque el amor es reflexión, a diferencia de otros sentimientos más pasajeros. Podría decirte directamente que me gustas y eso respondería al momento, pero nunca podría decirte que te amo, porque este sentimiento no es fugaz en mí y lo voy macerando como un guiso, del que, para cuando soy consciente, muchas veces ha sido demasiado tarde. Éste es, pues, el objetivo de esta carta: decirte lo que fue y que ya queda como un sueño atormentado en una noche calurosa de verano. Sin embargo, el amor tiene la cualidad de que no puede ser explicado por palabras, porque éstas no alcanzan a describir la intensidad del mismo. Probablemente, nada de lo escriba tenga mucho sentido para ti. Por eso, me hubiera gustado morir de amor, como en las canciones, que llegara un médico y certificara mi muerte: ha muerto de amor el día tal, a la hora tal. Y que la noticia llegara a ti, que tu corazón cerrado no se sintiera culpable, no quiero morir para generar en ti culpas ningunas, sino que se llenara de orgullo. Murió por mí, porque el amor que tenía no podía soportarlo, porque fue una carga excesiva. Conserva esta idea y haz con ella lo que quieras. Ríete, llora, compadécete de este inútil, presume, vanaglóriate… ésta es una ofrenda que te hago. Mi muerte, por ti, sería de amor.
Vídeo: La canción y el poema del disco Morir de amor de Soledad Villamil
Imagen: Soledad Villamil en concierto.
martes, 14 de junio de 2011
Los laberintos
Mi cabeza es un laberinto oscuro. A veces hay como relámpagos que iluminan algunos corredores. Nunca termino de saber por qué hago ciertas cosas.
El túnel (Ernesto Sabato, 1948)
Suponía que tenía que ser de día. Había perdido la noción del tiempo y las paredes del laberinto, altas, de hormigón y sin grietas, no dejaban ver la luz del sol. Pasado ya los momentos de angustia, de gritos infructuosos de ayuda, mi mente se enfrió y se esforzó en exclusiva en buscar la salida. Como no disponía del hilo de Ariadna, ni de las migas de pan de Pulgarcito. Utilicé la vieja estrategia para salir de un laberinto; seguir siempre la misma pared y tarde o temprano encuentras el final. Aún sin saber si este laberinto tenía salida, fue apoyando la mano a la pared que quedaba a mi derecha. Al principio a ritmo normal, pero conforme caminaba, mi cuerpo excitado me pedía ir más rápido. Casi sin aliento, no sé ni el tiempo que pasé doblando esquinas, sorteando recovecos y atravesando largos corredores. Aunque me sentía desfallecido, cuando vi un gran hueco al final del túnel invadido de luz, corrí con lágrimas que rodaban, esquivas, por mi cara. Ahí estaba al fin… Respiré. El sol estaba en lo más alto. No me importaba que mis ojos quedaran cegados ante ese derroche de luz. Me sentí joven de nuevo. Justo ahí, había un pequeño césped con un banco de piedra en medio. Me senté para recuperar el aliento. Frente a él, tres puertas hechas de setos, cada una coronada con un dintel de piedra con unas palabras grabadas:
AL FINAL ESTÁ LA SALIDA
Así descubrí que ése no era el final de un laberinto, sino el principio de otro. Mi laberinto estaba dentro de otro más grande cuyas paredes eran vegetales. Lloré, pataleé, me lamenté, clamé al cielo por mi mala suerte… Desorientado, tomé de nuevo rumbo y me adentré en este gran laberinto. Ahora el sol que ansiaba me abrasaba la piel.
Los laberintos son símbolos muy potentes, utilizados en todas las épocas, para representar el enigma, la desorientación de la vida, los dilemas… El día 30 de abril nos dejó una mente lúcida y laberíntica del mundo de la literatura: Ernesto Sabato, uno de los mejores narradores argentinos del siglo XX. Por esas cosas de las casualidades, homenajeando a este gran escritor, hoy (y no cuando murió, por diferentes razones circunstanciales) escribo sobre laberintos y me doy cuenta de otra gran efeméride, también sobre el fallecimiento, también sobre otro grande de la literatura y también argentino. Hoy 14 de junio, hace 25 años de la muerte de Jorge Luis Borges. Dos nombres verdaderamente ilustres, aficionados ambos a los laberintos y que han escrito algunos de los textos en castellano más bellos de la Historia. Esto es mucho decir, soy consciente, pero creo que no me equivoco. Así que sirva desde aquí mi homenaje a Sabato y Borges, por lo que dejaron escrito y vivido; y por lo que fueron. Cualquiera de sus obras tienen la magia de lo que está escrito con inteligencia. Son laberintos en los que merece la pena entrar y perderse absolutamente.
miércoles, 8 de junio de 2011
El olor del jazmín
Una preciosa flor de jazmín.
Una preciosa flor de jazmín,
las flores perfumadas colman la rama
blancas y fragantes para deleite de todos.
Déjame que vaya y recoja una flor
para dársela a alguien,
flor de jazmín,
ah, flor de jazmín.
Mo Li Hua (canción tradicional china de la dinastía Qing, siglo XVIII)
Las autoridades locales se reunieron para celebrar la detención de la bandida conocida como “Flor de jazmín”. Llevaba años atemorizando a la población, dijo el alcalde satisfecho de la operación. Sin embargo, en el pueblo se respiraba un aire que no era precisamente festivo. “Flor de jazmín” encarnaba la resistencia, nunca robó a la población porque sabía que en esa región lo material nunca sobraba. Las calles seguían empapeladas con su rostro y una recompensa por cualquier dato que pudiera ayudar a dar con su paradero. “Flor de jazmín” en el calabozo, sin embargo, callaba. Adoptó un rictus de piedra, inmóvil, esperando a que llegaran las torturas. Era verano y casi todo el pueblo tenía abiertas las ventanas para soportar mínimamente el calor. También en el edificio del ayuntamiento, donde brindaban por el enorme éxito policial. De repente se levantó una brisa que entró por las ventanas y las puertas, un aire aromático que olía levemente a jazmín. Nadie le echó cuenta, pero con el paso de las horas el aroma a jazmín se hizo más y más penetrante. Pesado, dulzón, el olor inundaba los despachos del ayuntamiento. Ante esto, los jefes mandaron a sus subordinados cerrar cualquier hueco que diera a la calle, pero la misma calle estaba inundada de aquel olor. Se improvisó una comisión que decidió arrancar todos los jazmines del pueblo. A los días, ya no quedaba ninguno, pero el olor persistía sin conocerse su origen. La nueva solución fue cerrar puertas y ventanas por la propia seguridad del pueblo, a pesar del calor estival. Es una estrategia de los secuaces de “Flor de jazmín” para desestabilizar, sentenció el alcalde. Y buscaron en cada casa, en cada armario, en los templos y en los mercados, pero el jazmín despedía un olor cada vez más insoportable y no se encontró responsable alguno. Las autoridades locales contactaron con las regionales y éstas con las nacionales, que decidieron trasladar a la bandida a la capital. Sin embargo, el aire del pueblo ya era apenas respirable. Y se decidió cortar por lo sano. Se obligó a los ciudadanos a dejar sus casas y el pueblo se abandonó, y se decidió que nadie volviera a él bajo pena de muerte. Se suprimió de los mapas para evitar que nadie diera con él. Desplazados, errantes, las personas del pueblo del jazmín, como ya era conocido en los corrillos, no eran bienvenidas en ningún lugar. Las autoridades ante su propio fracaso decretó el silencio: la palabra jazmín estaba proscrita.
Una pequeña historia para ilustrar la paranoia de una dictadura para evitar lo inevitable. China lleva unos meses prohibiendo y censurando la palabra jazmín en los medios de comunicación e internet para evitar que la denominada “Revolución de los Jazmines” de Túnez cale en el ánimo del pueblo chino. Me parecen medidas extremas que sólo los gobiernos autoritarios se atreven a tomar, pensando que, como el Gran Hermano de Orwell, pueden controlar los pensamientos de su población. Es lamentable que alguien llegue a pensar esto y para ello bloquee incluso producciones de una flor sencilla y cotidiana, base del té tradicional chino. Siguiendo este ejemplo hasta el infinito, podemos suponer que se irán censurando más palabras, ya no sólo políticas como democracia o libertad, sino de uso común bien porque se parezcan a otras palabras proscritas, bien porque sean usadas en alguna de las muchas manifestaciones a lo largo del mundo. Finalmente incluso si el gobierno chino quieren ser consecuente con su estrategia terminarían prohibiendo la palabra central de su ideología: REVOLUCIÓN, porque puede que sea muy china, pero no vaya a ser que al pueblo le dé por pensar.
viernes, 27 de mayo de 2011
Sol de Justicia
Defenderemos nuestra isla, cueste lo que cueste. Lucharemos en las playas, lucharemos en los lugares de desembarco, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en los montes. No nos rendiremos jamás. […] y les romperemos las cabezas con botellas de soda porque no tenemos armas.
Winston Churchill (1940, exhortación ante la batalla de Inglaterra en la II Guerra Mundial)
Barra de bar, dos cervezas, dos hombres de mediana edad hablan:
- ¿Has visto la que hay montada en la Puerta del Sol?
- Menuda panda esos de Sol. Mucha democracia y mucho cuento es lo que tienen. Los querría ver yo en nuestra época. Las cosas están mal, eso se sabe, y lo que hay que hacer es trabajar para mejorarlas. Unos vagos, te lo digo yo.
- Bueno, es verdad, hay mucha crisis y eso a quien más afecta es a los jóvenes. Lo sé por mis hijos.
- Pero no compares a tus hijos con los desarrapados de Sol. Tus hijos tienen estudios, son gente educada, no van a tener problemas para encontrar trabajo. Además, enseguida que cambien el gobierno, la situación pasará. Lo que no sé es como se permite que acampen ahí, en pleno centro, donde todas las familias pasean. Ahora ni se podrá pasar por ahí. ¿Quién se creen para darse ese permiso?
- ¿Crees que la policía debería desalojarlos? Son muchos…
- Claro, la policía está para cumplir la ley. No van a ser ellos menos que nadie. Indignados, indignados, más indignado estoy yo con ellos. Y además, ¿qué piden? ¿que vayamos todos a la comuna? ¿qué piden?
Se dirige al camarero que estaba escuchando la conversación y le hace la misma pregunta. Él piensa para sí: No piden nada, exigen justicia. Pero se hace el mudo y se va a ordenar algo en la cocina sin contestar.
Hay en un momento en la vida que tienes que saltar indignado por las cosas que realmente importan. Igual no te tocan directamente a ti, pero escuchas cada día historias dramáticas e incluso trágicas de personas que te rodean y piensas que, en algún momento futuro, podrías ser tú quien estuviera contándoselo a otra persona. A veces nos escudamos en la palabra mágica “crisis” que lo explica todo, pero otras veces necesitamos explicaciones. Creo que eso ha pasado en la Puerta del Sol de Madrid. Mucha indignación acumulada que se ha derramado en forma de acampada. Ahora llega el momento de las propuestas. Da gusto ver a personas proponiendo soluciones e ideas en plena calle. Gente de todo tipo y condición, como las que nos cruzaríamos por la calle sin darnos cuenta de que están y que se esmeran en hablar al resto. Otra cosa diferente es que los que gobiernan, representantes del pueblo para más señas, reciban, debatan y aprueben o denieguen estas propuestas. Pero al menos, da la satisfacción de comprobar que no todo está perdido, que hay gente que bajo su apariencia cotidiana, tiene iniciativa y arrojo para cambiar algo. Eso me reconforta, al menos eso. Sé que es poco y que las revoluciones no surgen de esta manera. Quizá sea sólo una pequeña gota de agua en un océano, pero es nuestra gota y tenemos derecho a exponerla con indignación y respeto.
martes, 17 de mayo de 2011
Madame Mao
Yo era el perro enojado de Mao. A quien él dijese que había que morder, yo le mordía.
La noche antes del juicio pensó en Mao. Sabía que el día siguiente iba a ser muy duro. Conocía el sistema mejor que nadie. Retransmitirían el juicio a toda la nación para que la humillación fuese mayor y el castigo asustara a todo el pueblo. Así sabrían de lo que es capaz la Gran República Popular. ¿Contrarrevolucionaria? Aún no lo podía creer. Ella había sido alabada como madre de la Revolución Cultural, el apoyo de Mao, la cara visible de las mujeres chinas. Hoy, sin embargo, todo ha cambiado. La nueva China que diseñamos no se parecía a ésta. El comunismo ya no lucía en los carteles exhortando a los ciudadanos. Ahora sólo se usa cínicamente el retrato oficial de Mao, cuando todos sus sucesores han traicionado su espíritu. Pensó en el aburguesamiento de los actuales líderes, en el ansia de poder, en los años dorados, pero nada de eso podía salvarla ya. No se decidía en si defenderse fieramente o adoptar un profundo silencio, resignándose a un castigo ya dictado de antemano. La Revolución Cultural había fracasado, el Gran Salto Adelante se había convertido en un nuevo paso atrás. Ahora su vida no valía nada. Estaba preparada.
Jiang Qing fue la cuarta y última esposa de Mao Zedong. Encarnó el ideal de mujer maoísta y fue líder e ideóloga de la Revolución Cultural China. Era la compañera perfecta y la camarada leal. A la muerte del Gran Timonel, sirvió de chivo expiatorio por el ala más reformista del Partido Comunista Chino, que en ese momento ascendió al poder. Después de décadas de culto a la persona de Mao era imposible revertir sus consecuencias y se detuvo, encarceló y enjuició a sus más fieles colaboradores. Se les llamó la Banda de los Cuatro y Jiang Qing estaba entre ellos. Como forma de escarmiento público, el juicio, con cargos de intento de golpe de estado y de contrarrevolución, se retransmitió en la televisión pública. Madame Mao, como en Occidente se la denominaba despectivamente, se mantuvo impertérrita ante las acusaciones y decidió defenderse a sí misma en un juicio que ya estaba decidido de antemano. Fue condenada a muerte, por supuesto, aunque su pena se conmutó por cadena perpetua, como signo de la misericordia de la República Popular. Murió el 14 de mayo de 1991, hace ahora veinte años. El régimen informó de su suicidio, un final supuestamente expiatorio para una mujer que construyó la faceta más renovadora (y a la vez sangrienta y censora) de la China comunista. Vivió las dos caras del poder en su persona y pagó su osadía.
Ayer se cumplió el 45 aniversario del inicio de la Revolución Cultural China. Cuando me sumerjo en la Historia, siempre termino llegando a la conclusión que los grandes acontecimientos siempre traen aparejadas pequeñas historias personales como ésta, que tienen el mismo interés, al menos, que las más grandes hazañas y las más terribles desgracias.
jueves, 12 de mayo de 2011
Muy corto, dijo ella
Todos los cambios, aun los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía.
No se encontraba bien a la salida del trabajo. Pensó que sería un constipado incipiente y se fue a casa a descansar, casi sin hablar con nadie. Cenó ligero y se metió en la cama. Al día siguiente estaba igual. Dolor de cabeza, ojos irritados, brazos pesados. Y decidió no ir a trabajar a ver si se le pasaba. Pasó el día vagueando, viendo fotos antiguas mientras echaban cualquier cosa en la televisión. No tenía fiebre, el dolor de cabeza era muy leve, pero sentía un malestar que le rondaba por todo el cuerpo. Al otro día, seguía igual. Decidió ir al médico, que sin mucho afán le recetó unos analgésicos. Fue inmediatamente a la farmacia, los compró y en el camino a su casa, se fijó en una peluquería. No había nadie, sólo una chica barriendo el suelo. Sin pensárselo dos veces, entró, saludó, y con una sonrisa de alivio dijo: córtame el pelo. La chica, con sorpresa por tener algo que hacer, le preguntó: ¿cómo de corto? Muy corto, dijo ella. Y casi cerró los ojos cuando le fueron cayendo en sus hombros los mechones largos de pelo. Cuando terminó allí, volvió a casa, se miró en el espejo del recibidor y se echó en el sofá. Durmió casi toda la mañana. Cuando se levantó, se encontraba de pronto bien. No tomó ni un analgésico.
Hacía mucho que quería hacerlo, pero es de esas cosas que siempre dejo por falta de tiempo o simplemente por dejadez propia. Pero hoy estaba animado y creo que es un día bonito para cambiar. Sin ninguna razón especial. Así que, experimentando un poco, os presento el nuevo look de Capri c’est fini. Cambiamos el envase pero el producto sigue siendo el mismo. Ahora MÁS y MEJOR.
Imagen: La túnica rosa (Tamara de Lempicka, 1927, colección particular)
sábado, 7 de mayo de 2011
El insensible
Colocó su taza en la pequeña mesa de mármol. Miró a la gente de fuera; parecían felices, reuniéndose en mitad de la calle, gritando, riendo, peleando por nada. Pero no podía sentir el sabor, no podía sentir. En el salón de té, entre las mesas y los parlanchines camareros, el terrible temor se apoderó de él… no podía sentir.
La señora Dalloway (Virginia Woolf, 1925)
Apenas se dio cuenta de cómo sucedió. Empezó como un resfriado. Comenzó a tener la nariz atascada. Tenían que ser olores muy fuertes para sentirlos. Pronto su olfato entró en una neblina. Todo le olía gris. El guiso de mediodía, la flores del parque, los contenedores de basura, la lluvia en el asfalto. Prefirió no asustarse, el olfato es un sentido animal, no me hace falta. Pero pronto, no necesitó la sal. Casi mejor, pensó, no es buena para la salud. Pero los alimentos se estaban convirtiendo en su boca en una especie de papilla insípida. Sentado en la barra de un bar, un día, pidió un café y le supo a corcho. Ni siquiera abrió el sobre de azúcar. Un líquido caliente irreconocible bajaba por su garganta, por eso dejó el café a medio tomar. Pensó en las ventajas de no querer comer y siguió su camino. A los pocos días, en su cuarto, echado en la cama, de repente escuchó un sonido agudo y tras él, un silencio. Abrumador. Operístico. No escuchaba la habitual cháchara de su vecina hablando por teléfono junto a la ventana, ni al perro que solía ladrar a lo lejos. No escuchaba el chisporroteo del fluorescente al encenderse. Empezó a preocuparse y nadie parecía saber que es lo que le estaba pasando. Quizá a nadie le importaba realmente. Un día conoció a una chica y sintió un vuelco al corazón, por fin, un sentimiento. Prometía ser una historia importante. Ella le sonreía y él le devolvía media sonrisa, para hacerse el interesante. No la oía, claro está, pero sabía que era ella. A los días, como imanes, las miradas se fueron acercando, los cuerpos le siguieron obedientes y los labios irremediablemente se unieron en un beso. No sintió nada. Era como si un trozo de carne se pegara a su boca. Cerró los ojos y se desmayó.
viernes, 29 de abril de 2011
Interiores
Es una ironía; a pesar de que yo estoy preocupada por ti y tú me correspondes con desdén, me siento culpable. Creo que tú eres demasiado perfecta para vivir en este mundo. Todas esas habitaciones tan exquisitamente amuebladas, esos interiores tan cuidadosamente diseñados, todo tan controlado… No había lugar en ellos para los sentimientos humanos. No, no lo había.
Interiores (Woody Allen, 1978)
Joey miraba el jarrón blanco de cerámica porosa que su madre le colocó en el aparador del salón. Pensó que era una imposición de su madre.
Una vez completada la decoración de la casa familiar, se había dedicado a comprar pequeños detalles para mejorar mi casa. Era un jarrón sencillo, quizá para poner margaritas. Según me dijo mamá, ninguna otra flor debía cubrir la belleza serena de la cerámica, ni las formas simples que tenía. Pero, bajo esa apariencia, sobre la madera, presidiendo el salón, se escondía el mandato firme de una madre, una mujer inteligente, dotada, culta y que quería lo mejor para sus hijas. Todo belleza, pero con un interior oscuro y autoritario, como el que había si mirabas por la boca del jarrón. Al igual que éste, mi madre podría lucir margaritas prendidas en su trenza, pero seguiría siendo mi madre, todopoderosa madre. Más allá del poder maternal de cualquier madre, la mía usaba mecanismos suaves, diplomacia blanda, buenas palabras y educación, pero imposición al fin y al cabo. No me molestaba realmente el jarrón, era bello. Mi madre tenía buen gusto. Si lo retiraba y lo colocara en otro lugar, sería lo primero que mamá observaría al entrar: “Hija, ¿dónde está el jarrón? Quedaba tan bien ahí… que es una pena que lo hayas quitado. Daba tanto juego con los muebles…” Y yo, por no escuchar nada más, lo volvería a poner en su sitio, con rabia, con un gesto frustrado de derrota por el indignante mando de quien me dio a luz.
En Interiores (1978), Woody Allen unifica dos de sus temas preferidos en su filmografía: psicoanálisis y Bergman. Más que nunca, esta película es un enorme homenaje construido en torno al gran cineasta sueco. No voy a incidir en las diferencias entre Ingmar Bergman y Woody Allen, porque son evidentes y este blog no pretende ser una enciclopedia. Pero es claro que en Interiores existe una admiración que sublima toda la película. Actores, diálogos, ambientación, todo es tan bergmaniano, aunque siempre pasado por el tamiz del director neoyorkino, lleno de ironía y situaciones inverosímiles. Una madre castrante y controladora a la que su marido, padre de la familia, decide abandonar después de muchos años de matrimonio. Tres hijas totalmente diferentes en su manera de ver el mundo, pero que tienen la característica común de la inconveniencia de esta separación. Y mucha intelectualidad y referencia a filósofos y escritores hasta en las conversaciones más triviales y caseras. El punto de normalidad lo pone la nueva novia del padre, Pearl, una divorciada madura, que llega a la familia como un terremoto. Los momentos culmen se producen en la boda del padre y Pearl. Todas las rencillas familiares estallan en la casa de la playa donde se celebra la ceremonia íntima. Junto a una noche tormentosa y un mar embravecido, luz nórdica, sobriedad y colores fríos, Bergman estaría profundamente halagado.
Vídeo: Renata (Diane Keaton) en su visita al psicoanalista.