viernes, 31 de octubre de 2008

El vigilante de museo

Un cuadro de un museo es, posiblemente, el que tiene que escuchar más tonterías en todo el mundo.


Se levantaba todas las mañanas feliz y se iba al trabajo. Cuando se abrían las puertas, él siempre estaba en su puesto. Sus jefes felicitaban esta solícita actitud y sus compañeros estaban escamados con él, porque los hacía más vagos de lo que ya eran. Siempre vigilaba la misma sala, la VII, de un pequeño museo. No había grandes cuadros en la colección, pero en su conjunto no estaba mal. Cuando la sala se vaciaba de visitantes, que por su poca afluencia era a menudo, el vigilante realizaba siempre la misma acción: se paraba frente a un cuadro en concreto. Era algo más que una mera preferencia, verdaderamente amaba ese pintura y ni siquiera prestaba atención al resto de las que adornaban la sala. Repasaba cada día con su vista el marco, dorado y con espigas, con un recargado cartel en su base que lo titulaba con letras de molde: El rapto de Europa. Contemplaba los reflejos de la luz en el agua, las texturas de las telas y las expresiones de sus personajes: las damas horrorizadas, el toro con expresión pícara y la dulce Europa a sus lomos que miraba fijamente al espectador. Prácticamente nadie más le prestaba ninguna atención. Los guías turísticos se centraban en otros cuadros de la sala y salvo alguna mirada de soslayo, el vigilante era el único a quien Europa observaba. Esta situación, por otra parte, le agradaba mucho.
Pero todo cambió con una visita sorpresa al museo de una cantante muy famosa, que el vigilante casi no conocía. Rodeada de toda una corte de autoridades y asistentes, recorrió una sala tras otra y apenas estuvo 3 minutos en la VII. Todo hubiera sido más o menos normal, no más allá de una simpática anécdota, cuando a los pocos meses esta misma cantante publicó un disco cuya portada era El rapto de Europa con su cara en lugar de la desdichada raptada. El disco fue un éxito planetario y se hizo tremendamente popular. El director del museo se frotaba las manos con el negocio y, verdaderamente, las visitas aumentaron aunque sólo fuese por la curiosidad de ver el original. La sala VII se convirtió en la joya de la exposición y ahora los guías guardaban su mejores explicaciones para el cuadro. Sesudos profesores discutían frente a él sobre la calidad de la luz o la técnica del pintor. El vigilante, por su parte, comenzaba a echar de menos los pasados momentos de intimidad con el cuadro.
Un día de invierno, la sala se quedó de pronto desierta, como solía ocurrir anteriormente y el vigilante aprovechó la ocasión para echar un vistazo. Todo le pareció diferente. Donde antes había genialidad, ahora veía burdos brochazos, rostros inexpresivos y colores planos. Europa ya no le miraba de igual manera porque donde debían estar sus ojos sólo había unas cuencas vacías. Sin poder soportarlo, se acercó a la esquina donde tenía su mochila y con el cuchillo con el que se pelaba la manzana de la merienda, rajó el lienzo de arriba a abajo. Cuando la policía lo interrogó, confesó de plano sin escurrir el bulto. En el fondo sabía que había hecho bien.

domingo, 26 de octubre de 2008

El tiempo cambiado

No hubo tiempo alguno en que no hubiese tiempo.

Estoy en 5 minutos, aunque esto no signifique nada, porque esos 5 minutos pueden ser 5 y parecer 5 horas o 5 siglos. Tic tac, tic tac, insoportable sonido que no cesa. No hay nada que pare el tiempo, sea una hora ligera o pesadas gotas de tiempo que caen lentamente. Días, horas, minutos, segundos, décimas o milésimas de segundo, todo en una irrefrenable cadena que no tiene fin. Ni la vida detiene el tiempo, porque nuestro tiempo puede acabar pero la vida sigue para el resto. El paso del tiempo nos envejece, oxida nuestras células y las va matando progresivamente, interesante milagro biológico, que se ha repetido de generación en generación y lo seguirá haciendo. Pasado, que guardamos en una caja de plomo dentro de nuestra cabeza, presente instantáneo que cuando lo procesamos ya no es presente y futuro que no llega. No hay flashbacks como en el cine, ni hay botón de pause. Nada detiene esta línea que como un raíl de tren sigue su viaje implacable. No quiero ni hacer referencia al llamado tiempo interior, que es solamente una patraña propia de filósofos y poetas. El tiempo real lo marca el reloj, da igual si es el único con el que contamos o si tenemos todo el tiempo del mundo. Su trabajo es hacer pasar el tiempo por su esfera y nada más, sin responsabilidades de ningún tipo.

Esta madrugada hemos cambiado en Europa al horario de invierno. Los días se hacen más cortos en pos del ahorro de energía o eso nos dicen. Es curioso como este día al año retrasamos sin ningún rubor una hora de nuestros relojes para darnos cuenta de que el tiempo no es nada, lo hemos inventado nosotros. Los relojes marcan la vertiginosa sucesión de segundos. 31.556.952 segundos al año. Una vida de 80 años son 2.524.556.160 segundos. Cifras sin sentido porque muchos segundos son desperdiciados, enviados al pasado como los desperdicios de la comida a la basura. Marcamos límites temporales, llevamos un horario, miramos el calendario para citas y aniversarios. Estamos condicionados por el tiempo y por más que queramos que pase rápido o lento, el tiempo no se detiene. Dueños o esclavos, todos, de este singular sistema.


Vídeo: lo mejor para dejar pasar los segundos es disfrutar de canciones como ésta: Just in time de Nina Simone, en directo, en The Village Gate de Nueva York (1961).

miércoles, 22 de octubre de 2008

El crepúsculo de los dioses

Conozco su cara. Es usted Norma Desmond. Antes trabajaba en las películas. Era una de las grandes.
Yo soy grande. Son las películas las que se han hecho pequeñas.


No necesitábamos diálogos, teníamos expresiones. El diálogo es un continuo bla bla bla que entorpece el carisma, la emoción... y se quedó mirando hacia el infinito con una pausa dramática. El guionista la miraba atónito, una mujer anclada en gasas, prisionera del salón gótico de aquel mastodonte de casa de Sunset Boulevard. Sólo cuando él desvió la mirada, por aburrimiento de esta situación, la gran diva volvió a la carga. Habló de sus admiradores, de las miles de cartas que aún recibía e incluso de aquel príncipe indio que se ahorcó, sólo por no obtener los favores de la actriz. Le contó sus alocados planes de regreso, necesitaba reconquistar a esos espectadores que no perdonaron su retirada la última vez. Me estaba hablando con una pasión desmedida que poco ocultaba su desesperación. Se recostó graciosamente en la chaise longue y pidió a su mayordomo champán frío y caviar. Había que celebrarlo. Siempre había preparado champán y caviar en la casa, probablemente era los únicos alimentos que se guardaban allí. No cabía en su cabeza que no se hiciera la Salomé que suponía su fulgurante reentré, que a nadie le interesara ni ella, ni su guión, más que como curiosas piezas de museo. Entrechocamos las copas y a voz en grito exclamó: ¡Por nosotros! Un escalofrío me recorrió el cuerpo, por ese brindis mi destino se unía macabramente al de Norma Desmond.

La decadencia es difícil de llevar. O al menos es lo que nos muestra El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950). La estrella que se apaga poco a poco, siendo inconsciente de su propia limitación, no quiere creer que el futuro le depara únicamente miseria y olvido. Un mundo que lanza rápidamente al estrellato a los incautos, consecuentemente, es la locura la única salida posible. Una locura trágica, que consiste en ansiar la vuelta del pasado, algo que las leyes de la Física hacen del todo imposible. Pero esa era también la grandeza de Norma Desmond (Gloria Swanson), creer que su sola presencia podría hacer capitular las leyes del universo. Aunque seamos totalmente ajenos a los delirios de grandeza de una actriz de cine mudo, todos conocemos Normas Desmonds. Tantas hay, como sus muchos retratos altivos en la mansión de Sunset Blvd, multitud de gente que se autoengaña, que se cree sus propias mentiras, que se da aires sin ser nada, que se hieren en batacazos no aceptados desde lo alto. El cacareado fin del capitalismo y su crisis de castillos de naipes, el declive del imperio americano, las numerosas edades de oro, los matrimonios perfectos, los negocios del siglo... todas son realidades que esconden su arrugada piel en tules y lentejuelas, clamando tiempos mejores. Bajan señorialmente la gran escalera preparados para un primer plano que no puede aguantar.


Vídeo-montaje con escenas de este clásico del cine.

sábado, 18 de octubre de 2008

No sólo huesos

Podrán golpearme, romperme los huesos, matarme, tendrán mi cádaver, pero no mi obediencia.



Huesos, 206 huesos, tibias, rótulas, esqueletos mondos o llenos de polvo, todos iguales, como los huesos de todos, con el mismo destino, descansar para ir desintegrándose y convertirse en tierra y olvidarse en el subterráneo del mundo que existe encima de ellos. Todos los huesos son iguales, cráneos de desaparecidos argentinos o chilenos, largos fémures judíos, bosnios, musulmanes, kosovares o georgianos, costillas tibetanas, camboyanas o guatemaltecas, columnas armenias o ruandesas. Todos, antaño llenos de vida, hombres y mujeres murieron y fueron ocultados por órdenes de los represores, de los intolerantes, de los malditos que pensaron que era más fácil acabar a tiros con los que pensaban diferente, con los que les incomodaban. Y escondieron esos huesos como pruebas de sus crímenes, en cunetas, en pozos, en agujeros, para que, sin nombre ni razones, fueran olvidados y se deshicieran en la tierra para siempre. Por eso, las generaciones no pueden olvidarlos, porque hacerlo sería cumplir la voluntad de los dictadores, reyezuelos, militares salvapatrias, algunos de los cuales descansan, curiosamente, en tumbas de mármol. Se lo debemos a los hijos, a los nietos, a las familias de los que buscan esos huesos, a los que no dejaron llorar la muerte de sus seres queridos, a los que sufrieron la persecución sólo por estar próximos a los que hoy son sólo huesos.

El 16 de octubre de 2008, un auto del juez Garzón ordenó la apertura de 19 fosas comunes de represaliados del régimen franquista, como parte de un sumario por Crímenes contra la Humanidad. Se estima según los documentos aportados que la cifra puede ascender a 114.266 personas que desaparecieron entre el 17 de julio de 1936 y diciembre de 1951, de las que casi un tercio fueron asesinadas en Andalucía. Obviamente, los responsables de dichos crímenes ya son huesos también y el peso de la ley llega tarde para ellos, pero al menos las familias podrán localizar a los que fueron enterrados para ser olvidados. No entiendo ni los silencios cómplices, ni las negativas interesadas a un acto de sentido común como esta mínima reparación para los que las heridas no podían cicatrizar.

martes, 14 de octubre de 2008

Besos sin sentido

No hay cosa tan terrible como la desgracia de perder la inocencia.


Estaba leyendo y me plantó un beso en la cara. Me miró pidiendo que la correspondiera y besé sus labios. Necesito una ración de éstos todos los días, ya lo sabes, luego vuelvo a por más, me dijo y se marchó a la cocina. La vi irse por encima de las gafas sin decir nada, aunque todas las preguntas seguían sin respuesta dentro de mí. Sentí como esos besos ya no significaban nada, los daba y punto. Eran parte de la rutina. Reconozco que algunas veces los recibía o daba con gusto, porque es agradable la sensación de besar, pero en este momento habían perdido toda razón de ser. Me molestaba pensar así, porque ella aún me miraba con ojos luminosos cuando acercaba su boca a la mía. Yo lo sabía y no era capaz de rectificar. Podría confesárselo, pero eso suponía acabar con todo y ella no lo soportaría. Sin embargo, estaba siendo injusto, porque nadie se merece unos besos huecos, como los que yo le daba. Era una mala persona por estar haciéndole daño precisamente a ella, por no contarle, por continuar besándola sin ganas de hacerlo, por no reconocer que todo había terminado aunque fuese en mi interior. Ahora volverá y me haré el ocupado, me buscará y cederé y así todo seguirá aparentemente bien. Pero no lo está. Antes era mucho más sencillo, amor sin condiciones, besos nacidos del puro sentimiento, gestos inocentes, sin calibrar. Hay personas que pierden su inocencia cuando comienzan las responsabilidades, con el primer hijo o con el primer trabajo o cuando descubren que el mundo no es el lugar que nos describen los cuentos de hadas. Yo perdí la inocencia cuando dejé de amarla.

sábado, 11 de octubre de 2008

Los premios literarios

Todos los premios literarios son una suerte, dan tiempo y suponen una motivación.



Y se ha distinguido con el Nobel de Literatura de 2008, a Jean-Marie Le Clézio, escritor francés [...] La correcta pronunciación francesa de la presentadora del informativo me hizo gracia. Le Clézio, me suena, veamos. Me dirigí a la estantería y como no uso ningún orden en la colocación de mis libros, empecé a pasear frente a ella. Hummm, me suena, me suena, Le Clézio, pero fue inútil. A veces parece que los libros se me esconden y no quieren ser encontrados. Derrotado, desistí y me marché a cualquier otro lugar. Pero éstas son las típicas tonterías que, si me ocurren, me ocupan la cabeza todo el día y hasta que no lo soluciono, no me quedo tranquilo. A las dos horas volví, totalmente decidido a encontrar el libro, pero diez minutos después acabé harto de revolver y con el firme propósito de ordenar de alguna manera este caos. Finalmente, me olvidé del Nobel. Pero esa noche, una vez metido en la cama, se me encendió la bombilla. Me levanté de un brinco, encendí apresuradamente la luz y fue directo a una pila de libros que tengo sobre un mueble, de los que nunca sé donde poner. Allí estaba: Diego y Frida (J. M. G. Le Clézio, 1993), lo compré en Madrid hace como 3 años... Volví a la cama con una satisfacción tan grande como si el premio Nobel me lo hubieran concedido a mí.

Los premios literarios son de dos tipos: los que premian a una obra, que aún está en el mercado y por lo tanto sirven como reclamo publicitario para los posibles compradores y los que se conceden al conjunto de una obra, como el premio Nobel. Si todo el mundo reconoce los motivos de los primeros, es más difícil con los segundos, porque ¿cuál es la razón de premiar a estos escritores? Me imagino a los miembros del comité de selección del Nobel, o del Cervantes, o del premio Príncipe de Asturias de las Letras discutiendo: este año le toca a una mujer, que no, que a un francés, pero a ese no, que llevamos a muchos novelistas seguidos... En fin, hablarán de todo menos de libros. Este tipo de premios institucionalizan un nombre y lo hacen conocido internacionalmente, creo que esa es su función principal, más allá de agradecer su contribución a la cultura a una determinada persona o a un movimiento literario. Es curioso, como de repente, se añaden a sus apellidos, un apelativo extra: el de Nobel y como por arte de magia se convierten en objeto de deseo de medios de comunicaciones, universidades, círculos literarios y editoriales.

No me resistía a poner esta magnífica foto de Henri Cartier-Bresson de 1965, donde retrata en París a Le Clézio y a su esposa, como la pareja perfecta de jóvenes intelectuales, existencialistas y sesenteros.

martes, 7 de octubre de 2008

Añoranza urbana

El presente no existe, es un punto entre la ilusión y la añoranza.


Fui al casco viejo porque allí la ciudad seguiría siendo la misma, alejada de los edificios nuevos de las afueras. Siempre he preferido los centros de las ciudades, donde todo cambia más lentamente. Llovía como suele llover, a poco, calando constantemente la ropa. La piedra hacía resbalar la lluvia menuda. Allí el tiempo estaba tal como lo dejé, gente con paquetes y bolsas de un lado a otro, paraguas que se asomaban tímidamente por las calles. Esa era la ciudad que quería ver. Una sonrisa detrás de un té con limón me dio la bienvenida. Era consciente de la fecha, pero mi mente, que es traicionera, me transportó algunos años atrás, a momentos felices. Es curioso como vamos olvidando la rutina o los malos ratos, para quedarnos sólo con los recuerdos agradables. Hablamos y hablamos de todo un poco, de entonces y de ahora, de los cambios de la vida, de gente que probablemente no veremos nunca más. Hablamos y reímos, con ganas, sin el pesar de mirar los años pasados, sin malas caras. La recordaba igual, agradable, sencilla, con los cambios justos para demostrar que el tiempo había pasado, pero sin que nada fuera irreconocible. Luego dejó de llover y me despedí, sin drama, hasta pronto. Me despedí con esa infame manía mía de no calibrar bien lo que siento en el momento, por lo que siempre me quedo corto. Volví caminando por calles familiares. En una tienda vi un cartel que siempre me hizo gracia, seguía ahí después de todo. Sonreí. Volví a casa con esta última sonrisa.

Este fin de semana he estado de viaje. He vuelto a una ciudad que me trae muy buenos recuerdos... Mirad la foto y adivinadlo, si queréis saberlo. Es fácil. Admito apuestas.

viernes, 3 de octubre de 2008

Vicky, Cristina y el país de los tópicos

A todos nos atraen las mujeres excitantes, aventureras y sexualmente intrépidas, pero es más fácil vivir con otro tipo de mujer, con la que puedes construir un hogar, tener hijos y encontrar el equilibrio. La mujer impulsiva es muy seductora, pero te termina rompiendo el corazón.


Vicky (Rebecca Hall) es sensata, prudente y busca un amor sereno del que pueda disfrutar toda la vida. Cristina (Scarlett Johansson) quiere sorpresa, pasión, un hombre que le remueva la realidad y la saque de este mundo. Vicky y Cristina son dos mujeres insatisfechas que buscan un país donde sus sueños se hagan realidad. Pero los países nunca son como nos los imaginamos, ni siquiera la Manhattan que sueña Woody Allen es como él cree que es. Siempre hay mucho más. Y es este el problema de teorizar con los tópicos. Está bien para dar una pincelada, pero el tópico es desconocimiento y ninguna obra se debería basar en éste. Todas las mujeres y todos los hombres son como Vicky y Cristina, queremos pasión y serenidad, sentido y sensibilidad y cuando tenemos lo uno añoramos lo otro e incluso queramos ambas cosas a la vez. Si una muere de amor por un pintor bohemio e intelectual, esta situación nunca puede ser definitiva, porque llega un momento en que la experimentación nos cansa y queremos algo más convencional. Si la otra tiene un novio formal a la antigua usanza, es lógico que quiera sentir en su propio cuerpo un amor arrebatado y prohibido. Los seres humanos somos así de contradictorios. Incluso diría más, esta argumentación se viene abajo porque es una generalización y como todas, hacen aguas cuando encuentran a una persona que no la cumple.


Temía que Woody Allen se dejara embaucar para rodar en España, pero si lo pienso bien: ¿en qué puede perjudicar jugar a los tópicos en el país de los tópicos? Barcelona, como paradigma del paraíso romántico, como ha sido usada Roma o París anteriormente. España como patria de artistas donde se bebe buen vino y se ama apasionadamente, una vez más. El dulce sonido de la guitarra iluminando la noche, la arquitectura de Gaudí o el sobrio prerrománico asturiano son elementos que pueden deslumbrar perfectamente a dos turistas estadounidenses buscando sueños. Los recuerdos de un Don Juan (Javier Bardem), pintor esta vez, a la gresca con una Carmen (Penélope Cruz) racial y pintora también. ¿Que qué me parece esta ensalada de ingredientes mediterráneos? Pues agradable y curiosa, por ver que es lo que andan pensando de España fuera, pero sinceramente falta de contenido por abusar de ideas un poco trilladas. Es lo que tiene juguetear con los tópicos. Y al menos, esta vez, los españoles nos hemos librado de ser toreros o flamencos, somos intelectuales y librepensadores y hablamos bien en inglés, que eso ya es todo un gran paso.


Vídeo: Giulia & los Tellarini - Barcelona
de la banda sonora de Vicky Cristina Barcelona (Woody Allen, 2008)