viernes, 31 de julio de 2009

A sangre fría

Por Larsing circulaban varios asesinos u hombres que se jactaban de haber cometido asesinatos o de sus ganas de cometerlos; pero Dick llegó al convencimiento de que Perry era ese ejemplar único, el "asesino nato", absolutamente cuerdo pero sin conciencia y capaz de llevar a cabo, con o sin motivo, los mayores crímenes con la máxima sangre fría.


Dejaron el coche en el camino para no despertar sospechas y comenzaron a caminar por el polvoriento sendero hacia la casa. Silenciosa, aislada, como si hubiese caído del mismo cielo en aquel remoto lugar, la casa de los Clutter parecía perfecta. Después de días hablando y hablando, Dick y Perry apenas se dirigieron la palabra. Portaban una vieja escopeta que llevaba en casa de Dick toda la vida. Habían viajado más de 500 kilómetros para llegar a ese punto y nada, ni nadie, les haría retroceder. Sus dos siluetas recortadas en la noche pronto se acercaron al edificio. Había luces encendidas en su interior. No sabían ni cuantas personas, ni siquiera quienes eran. Les esperaba una caja fuerte repleta de dinero, que haría cambiar sus vidas, lejos, muy lejos, quizá en México. Una vez en la puerta, Dick y Perry se miraron. Sin testigos, susurró uno de ellos. Solamente dos palabras que desencadenaron una furia ciega y que se las llevó la fría brisa de la llanura de Kansas. Y no se volvió a oír nada en aquel lugar esa noche de noviembre. Al menos, nada que alguien escuchara. Sólo silencio y viento.

¿Son monstruos? ¿Son personas que pierden toda su condición humana y matan indiscriminadamente o simplemente queremos creer esto para no pensar que seres humanos como nosotros cometieron los peores crímenes? Enfermos mentales, ineducados, iracundos incontrolados, vidas difíciles o personificaciones del mal. Cada criminal lleva lo suyo y es difícil comprender motivos o móviles. Y es precisamente esto lo que Truman Capote se preguntó en A sangre fría (1966), novela-crónica sobre el asesinato de la familia Clutter el 14 de noviembre de 1959 en el pueblo de Holcomb, Kansas. El soberbio escritor pretendió escribir lo que sería un nuevo género literario, la novela de no ficción, traspasando al papel los hechos reales que rodearon dicho suceso. Quiso describir como ocurrió, cómo se encontraba el pueblo ante tan sanguinario delito y la fuga, captura y juicio de los asesinos, Dick Hickock y Perry Smith. Con la intención de robar una supuesta caja fuerte, entraron en la granja de los Clutter y masacraron a sangre fría al matrimonio, Herb y Bonnie, y a sus hijos, Nancy y Kenyon. La pretendida novedad de Capote no fue tanta, ya que existían precedentes de mezclar literatura y realidad. Sin embargo, los retratos psicológicos de los asesinos y la cadente sucesión de los hechos, convirtió A sangre fría en una obra cumbre no sólo de la literatura estadounidense sino también del periodismo escrito. Además de un éxitos de ventas.
Se supone que leer es sumergirse en vidas e historias ajenas, y esta novela consigue ese objetivo con creces, convirtiendo al lector en compañero codo con codo de los fugitivos, o tertulianos del bar del pueblo, comentando la investigación policial. Además el libro es un estupendo testimonio de la América profunda de los años 50, donde pequeñas comunidades rurales combaten los hechos que los disturban con religiosidad exacerbada y pena de muerte.

Imagen: Fotos policiales de Perry Smith y Dick Hickock (1960).

lunes, 27 de julio de 2009

Joya y oro

Gracias le doy a la Virgen,
gracias le doy al Señor,
porque entre tanto rigor
y habiendo perdido tanto,
no perdí mi amor al canto
ni mi voz como cantor.

La vuelta de Martín Fierro
(José Hernández, 1879)

Me dan mucho pudor exhibir premios aquí, como si esto fuera la galería de copas de un equipo de fútbol. Por eso, agradezco en su momento a los que los conceden y los dejo coger polvo. Y llegados un buen día, me acuerdo de ellos y siempre pienso que es mejor dedicarles una pequeña entrada de agradecimiento. Algo sencillo pero emotivo. Sin pasarse. No por el premio en sí, sino porque alguien se acordó de este rincón en un determinado momento y decidió que no estaba mal dedicarle una mención, generalmente guiado más por el afecto que por una crítica exhaustiva. Normalmente se trata de gente que visita Capri c'est fini a menudo y con la que establezco un cariñoso vínculo de comentarios. Sin los comentarios, probablemente seguiría escribiendo, pero no con tantas ganas, porque los lectores de este blog sois un fuerte apoyo. Capri puede que haya terminado, que la isla se la comiera el mar y que me vea remando sin rumbo y sin fuerzas hacia cualquier otro lugar, pero en muchos momentos siento como alguien me ofrece un remo, o una brújula, o un mapa, y así las tormentas se transforman en bonanza y la travesía es serena como si viajara en un crucero de placer. Nunca está mal dar las gracias y todo el que se toma la molestia de escribir un comentario, merece mi más sincero agradecimiento. De corazón.

Y sin más sentimentalismo, dejo aquí las dos menciones, casualmente muy brillantes:
  • Del blog Causa y efecto, de mi querida Maga viajera, recibí el premio Joya, ya hace un tiempo, pero que no lo había olvidado. Intensa viajera, cortazariana maga, le hago mil reverencias. Muchas gracias.

  • Del blog Le poinçonneur des lilas (me encanta esa canción), luzco orgulloso un premio Blog dorado. Orgullo por recibirlo y orgullo por quien me lo concede, uno de los descubrimientos más interesantes que he hecho últimamente en el mundo blog. Cada vez que entro, encuentro alguna sorpresa y hace poco encontré esta copa con mi nombre grabado. Poinçonneur, merci beaucoup.

viernes, 24 de julio de 2009

A la mañana siguiente

Es que la verdad no se puede exagerar. En la verdad no puede haber matices. En la semi-verdad o en la mentira, muchos.

La despertó un ridículo tono que le había puesto al móvil. Durante un segundo, pensó en no contestar, pero finalmente alargó el brazo hacia la mesilla de noche y vio en la pantalla quien era. -¡Cómo no!- suspiró. Se sacudió la modorra con un par de cabezazos y tendida, cogió el teléfono. ¿Sabes que hora es, guarra? Su voz pastosa ni siquiera se parecía al agradable tono que usaba normalmente. Sí, aún en la cama. No, no estuvo mal. ¿No me preguntes eso? Bueno, es guapo, claro. Sí, muy agradable. Y giró su cuerpo en una sacudida, viendo el lado de la cama vacío. Colocó el brazo que no sujetaba el teléfono sobre las sábanas arrugadas. No ha tenido ni la delicadeza de despedirse. Lo que oyes. Ni me he enterado. ¿Te puedes creer cosa igual? Ya no pido ni que busquen una excusa elaborada. Con decir, me voy, nos vemos, ya te llamaré, con eso, me conformo. Pero no, tenía que tocarme el cabrón que se va sin decir ni mu. No sé, debo tener imán, porque éste me engañó como una tonta. Tenía buenas maneras. Me gustaba. Pero fíate tú de las apariencias. Ya no soy capaz ni de decirme que no volverá a pasar, que se acabaron los tíos... porque me conoces y esta conversación la tendremos alguna otra mañana más. Se tocó el pelo y se desperezó, haciéndose un ovillo. La luz entraba por las rendijas de la persiana, dando el reflejo directamente en sus ojos. Los cerró, molesta, y frunciendo la frente, sentenció: Pero una cosa te dijo, cuando me lo vuelva a encontrar me va a oír. Pienso montarle el mayor numerito que haya sufrido en su vida. Ya estoy harta. Éste va a pagar por todos los hombres que me han hecho daño en la vida.

Tras la puerta del dormitorio, cruzando el pasillo, en la cocina, un chico con el pelo revuelto llenaba dos tazas de café. Buscaba el azúcar en los armarios pero sin hacer el menor ruido, para no chafar el desayuno sorpresa. Incluso había tostado un poco de pan de molde. Le brillaban los ojos, y a pesar de la cara de dormido, sonreía.

sábado, 18 de julio de 2009

El nudo del ahorcado

La resignación es un suicidio cotidiano.

Mandó a su mujer y sus hijos a la casa de la playa. Compró una botella de whisky y varios metros de una cuerda resistente y se preparó a poner en práctica la decisión más dura que jamás en la vida había tomado. Las razones eran múltiples; algunas de tremenda importancia, que habían conformado juntas un callejón sin salida, del que esa tarde estaba dispuesto a escalar. Escribió dos cartas, una dirigida a su familia y otra a la autoridad competente, ambas sinceras y directas. En esa situación tan cruda era mejor obviar los paños calientes. Como nunca había hecho un nudo de tamaña trascendencia, decidió informarse. En un buscador de internet, enseguida encontró la solución: Instrucciones para hacer un buen nudo de horca. Eran viñetas sencillas con una escueta instrucción, perfectas para el caso. Una vez previsto todo, se dio una larga ducha y eligió con cuidado la ropa que se iba a poner. Pensó que la pérgola de madera labrada del porche trasero sería lo suficientemente resistente. Frente al ordenador, con un vaso de whisky con hielo, comenzó a seguir las instrucciones para hacer el nudo, pero frente a lo que pensó en un primer momento, no era nada sencillo. Después de algunos intentos, consiguió algo parecido al nudo del ahorcado pero no estaba bien apretado y se deshacía al deslizarse. Se desesperó y se apuró de un tirón el vaso de whisky. Se bebió otro mientras escrutaba la cuerda en busca del error que había cometido. Probó una y otra vez, con más y menos cuerda, pero no conseguía hacerlo corredizo, o se quedaba flojo. Bebió una y otra vez también para infundirse ánimos. Pero el alcohol hacía que cada vez sus manos estuvieran más torpes y finalmente se quedó dormido en el sofá.

Al día siguiente, se despertó con la cuerda enredada al cuerpo. Era tarde y tenía una fuerte resaca. La cabeza le iba a estallar. Se levantó arrastrando las piernas como un boxeador noqueado y se tomó una pastilla. Vio las cartas, primorosamente colocadas sobre la mesa. Sintió una vergüenza atroz. Las rompió. Tiró a la basura el poco whisky que quedaba. Enrolló la cuerda y la dejó tirada en el garaje con el resto de herramientas de bricolaje, que por falta de tiempo, ya apenas usaba.

Imagen: Horca de la exposición "Antiguos instrumentos de tortura" de la Sala Alfonso XII de Toledo.

martes, 14 de julio de 2009

La mujer del teniente francés

Tendidos los ojos al Oeste
por encima del mar,
con mal viento y buen viento,
allí estaba ella siempre
incrustada en el paisaje;
sólo en el infinito descansaba su mirada,
nunca en otro lugar.
Parecía hechizada.


-¡Oh Dios, querida, hay una mujer en el espigón! Con este temporal podría caerse al mar. Tenemos que hacer algo.
-Tranquilo Charles, sólo es Tragedia, como todos la llaman en el pueblo. Siempre está ahí y nunca le ha pasado nada. No te preocupes.
-¿Tragedia?
-Sí, Tragedia, la mujer del teniente francés. Es lo menos grave que se dice de ella, porque se le llama en el pueblo de algunas maneras que una señorita no puede repetir. Siempre está esperando que vuelva ese hombre. ¡Qué horror! Se pone en evidencia.
Ni se lo pensó. Charles corrió por el espigón de Lyme Regis, a pesar de que Ernestina gritaba que volviera. No podía permitir que le pasara algo a aquella mujer. El mar bramaba furioso, incontrolable, sin embargo ella no se movía. Cuando llegó al final, estaba totalmente empapado y ella seguía inmóvil, enlutada y con la mirada escrutando el horizonte. Señorita, es peligroso que permanezca ahí, podría ocurrir una desgracia, le advirtió. Y giró la cabeza lentamente, con desgana y clavó sus ojos de esfinge en Charles. Sin decir nada pedía ayuda. Fue entonces cuando él se dio cuenta que no era ella quien estaba esperando, sino él, a que llegara ese momento.

La señorita Woodruff (Meryl Streep) aunque sabe que el teniente francés no volverá, pasa las horas mirando al mar esperando el milagro. Charles Smithson (Jeremy Irons) espera encontrar un fósil único con el que siempre será recordado. Ernestina (Lynsey Baxter) siempre pensó que se casaría con un caballero. Curiosamente la lenta espera y la feliz esperanza tienen la misma raíz. Pero la vida no es siempre como esperamos. Los caminos se entrecruzan, nuestros pasos se desvían porque en ocasiones preferimos el enmarañado bosque que el recto sendero, aun a riesgo de perdernos. Y de eso trata La mujer del teniente francés (Karel Reisz, 1981), de salir de la ruta marcada, de evitar que nos derriben, ya sea un mar embravecido o una estricta sociedad, de luchar contra viento y marea. Y aunque esté ambientada en la reprimida Inglaterra victoriana, sirve igualmente para cualquier época y lugar. Los corsés cambian de forma pero siguen existiendo. Con guión de Harold Pinter, basada en la magnífica novela de John Fowles, la película nos cuenta como Charles salva a Sarah de la locura y se embarca a sí mismo en un amor loco, inesperado, pero del que no puede escapar. Juntos se darán cuenta que los obstáculos en el amor no distancian sino que incrementar la pasión.

miércoles, 8 de julio de 2009

Rey Sol

Su muerte también es mentira. Sabe que despertará mañana y seguirá resucitando así miles y miles de siglos. Por eso muere tan esplendorosamente, rodeado de un aparato teatral, lo mismo que los grandes actores que fingen sobre la escena las ansias de la muerte en el último momento de la obra, y piensan al mismo tiempo en la cena que les aguarda media hora después.


Rey Sol, señor del cielo, tú, el que amarillea los campos, el que resquiebra los caminos, el que calienta mi piel, el que sonroja mis mejillas. Sol, el que ilumina las aguas, el que enciende el día, siempre por el mismo sitio, puntual, uno tras otro, haces crecer las flores y las marchitas, das la vida y la quitas con tu poder absoluto. Vigoroso Sol, empequeñeces la vida frente a ti, haces felices a unos y desgraciados a otros. Ansiado, adorado, odiado y celebrado Sol, rojo, amarillo, anaranjado, haz que tu imperio me sea próspero, que ría, que brinde, que goce del poder que me das con tus pertinaces rayos. Yo, pequeño vasallo, insignificante, que apenas puedo mirarte a la cara, me arrodillo ante tu esplendor, rogando que seas clemente, que me transmitas la fuerza necesaria para que no me agoste, para que el verano sea tan brillante como los de antaño. Tu sincero servidor aguarda en la sombra tu respuesta.

Julio y agosto son el imperio del sol, donde el verano es más duro y las fuerzas flaquean por el agotamiento. También es la época de la diversión, del esparcimiento, de los que, como hormigas, trabajan en el invierno y necesitan recargar pilas, vagueando como cigarras. Es el momento del año donde los colores son más luminosos. Las sandías crujen jugosas, los tomates rezuman y el agua sabe mejor. El verano sirve para tumbarse al sol y ser feliz. El verano no puede, ni quiere ser desgraciado. Así que, desde mi infinita travesía, os recomiendo una canción preciosa, para que rindáis tributo al sol, con una sonrisa en la cara, en cualquiera de sus ocasos veraniegos.

Vídeo: Nina Simone - Here comes the Sun (François K. remix) del disco- homenaje Nina Simone: Remixed & reimagined (2006).
Imagen: Puesta de sol en
Capri.