domingo, 31 de agosto de 2008

El hombre teórico

En teoría, no hay diferencia entre teoría y práctica. Pero en la práctica, sí que la hay.

Era profesor universitario. Daba clases de una asignatura con un nombre larguísimo que todos acortaban llamándola "Teoría". Era un profesor brillante, del que nadie tenía queja. Sus alumnos no pasaban por sus clases como zombis sino que aprendían los rudimentos de dicha teoría, pensando por sí mismos. Entre sus compañeros también era muy apreciado. Incluso había labrado amistad con algunos otros profesores. Un día, a la salida de una clase, le esperaba uno de estos amigos. ¿Te tomas un café conmigo? Por supuesto. Y ante ese café le fue exponiendo su situación personal: pequeños líos de faldas que ahora se volvían difíciles y que amenazaban con tambalear una vida estable. El profesor escuchaba muy atento, sopesaba las posibilidades y como si fuera un oráculo, le daba un consejo sencillo, equilibrado, sabio. Como una pequeña instrucción que aliviaba al angustiado amigo. Eres estupendo, siempre sabes que es lo mejor que se puede hacer. Era verdad, todos estaban de acuerdo en eso. Era una persona que escuchaba atentamente, comprendía y daba excelentes consejos.

Pero todas las tardes, cuando regresaba en coche a su casa, los ecos de esta responsabilidad le pesaban. Eran sólo instrucciones teóricas que nunca había puesto en práctica. Siempre dejaba a otros que lo hicieran. Estos consejos que le habían hecho ganar el respeto de sus compañeros y amigos nunca le fueron de gran utilidad, ni en su divorcio, ni al educar a sus hijos, ni con sus padres. Sistemáticamente era incapaz de aplicar sus buenas ideas. Sabía que nada de lo que aconsejaba podía servirle a él mismo. Sólo tenía buenas intenciones que luego no se materializaban en nada. Por eso, cada noche se enfrentaba sólo a la televisión, sentado en un sofá, con un cuenco de sopa de sobre. Por eso, sus fines de semanas se acompañaban de periódico y soledad. Por eso apenas conocía a nadie fuera de los límites del campus.

jueves, 28 de agosto de 2008

El ocaso de Pompeya

Todo yace sumergido en llamas y triste ceniza. Ni los dioses hubieran tenido poder para hacer algo parecido.


No podía durar mucho tiempo. Nuestro fin estaba escrito en las rocas del interior de la Tierra. Pero no pensé que me iba a tocar a mí. Yo, que soy un honrado artesano, que nací bajo la sombra del gran Padre Vesubio y que no tengo nada que ver con los sucios burdeles, ni con el culto a Baco, voy a sucumbir bajo la nube de polvo y muerte que sale de su caldera. Él, el que dio sombra a Pompeya, el que concedió fertilidad a la tierra hasta convertir el vino de sus laderas en néctar divino, hoy, cansado de nuestros abusos, hará caer su cólera sobre nuestras desdichadas osamentas. Ni el auxilio del Apolo, cuyo carro ha desaparecido bajo la niebla de fuego, ni el más poderoso rayo de Júpiter contendrán la furia del monte, que ruge en sus adentros, dando la voz de aviso a los que serán sus víctimas. No queda nada más que hacer, ni ruegos, ni quejas, ni apenas lágrimas. Pompeya pagará sus pecados bajo la ceniza purificadora del infierno. La ciudad, que miraba altiva, luciendo su prosperidad, quedará enterrada por el fuego y la piedra, extinguida como una plaga. La Humanidad enterrará también su recuerdo. Nunca nadie volverá a acordarse de Pompeya.

Pero se equivocaron los que pensaron así, Pompeya volvió a nacer a finales del siglo XVIII con el inicio de la Arqueología moderna. Nació una ciudad totalmente detenida en el tiempo, justamente el 24 y 25 de agosto del 79 dC. Surgieron de repente, casas, tiendas, templos, esculturas y frescos, como nunca se habían visto antes. Con toda su fuerza originaria rescatada de entre las cenizas, Pompeya se convirtió en un símbolo, muestra del urbanismo romano y de su forma de vida, cuestiones difíciles de estudiar cuando se trata de civilizaciones antiguas. Hoy, 1979 años después, Pompeya se prepara para una nueva erupción, que esta vez supondrá la destrucción definitiva de la ciudad. No será el Vesubio esta vez, sino el dinero. Es curioso que en la ciudad donde se encontró una inscripción que decía Salve, lucrum (Bienvenido, dinero), el turismo descontrolado y la falta de mantenimiento terminen por acabar con ella. Cada año se pierden al menos 150 m² de frescos y yesos y unas 3000 piezas de piedra acaban desintegrándose. El gobierno italiano ha declarado el estado de emergencia en el yacimiento, que paradójicamente lleva a cabo medidas de restauración desde 1978. Se pierde lo ya excavado, pero también el tercio que queda sin hacerlo al ser usado como vertedero ilegal de las basuras excedentes de Nápoles. Pompeya vuelve a estar en manos del destino. Alea jacta est.

domingo, 24 de agosto de 2008

El nido de pájaro

Buscamos ir más allá de los estadios tecnócratas de siempre, con su arquitectura dominada por tramos estructurales y pantallas digitales.



Se acabaron los Juegos Olímpicos de Pekín, pero hoy, en que abundarán los análisis, quiero abstraerme de ellos y no entrar en la polémica política, organizativa o arbitral. Fueron lo que fueron. Centro mis ojos en el corazón del anillo olímpico. Como con una grúa, mi imaginación se lleva de la ciudad de Pekín el Estadio Nacional y lo transporta a un lugar indeterminado, a tierra de nadie. Un sitio en que no haya ideología, ni nacionalidad, ni presiones internacionales, ni hipocresía, ni doble moral. Lo admiro como construcción sin nombre, como maravilla de la naturaleza. Estadio que es nido de pájaro, pero también corona de espinas o arrecife de coral, ojo divino que todo lo ve o zarza ardiendo. Como maravilla de la naturaleza o como obra humana, el nido se levanta majestuoso, enrevesado. Capaz de albergar sentimientos en su poderosa estructura, se mantiene inerte esperando que la vida se encierre en sus gradas. El nido es una obra de arte del nuevo siglo que comienza, eso es seguro. Luego lo vuelvo a colocar en su ubicación, en el nuevo Pekín olímpico y me doy cuenta que es un edificio en su contexto, que sólo en mi imaginación se mantiene exento. En la realidad es el intento de la China comunista de dar una imagen internacional de legitimidad a su régimen y mi opinión sobre el estadio es otra, no puede ser la misma. El progreso de un país no reside en un estadio, ni en la organización de un evento internacional, el progreso reside en los derechos de sus ciudadanos, en la libertad de expresión y disensión, en la libre manifestación y asociación, en poder gozar de una vida tranquila más allá de los problemas habituales que ésta tiene, sin estar continuamente observado por el todopoderoso partido. Y hoy, 24 de agosto de 2008, veo el nido de pájaro más como un arbusto espinoso. Llegará el día en que esta percepción cambie. Ojalá lo vea.

martes, 19 de agosto de 2008

El final de la primavera

Nuestra desgracia servirá para iluminar al mundo.


Hubo un lugar en 1968, donde la primavera no terminó hasta el mes de agosto, una primavera excepcionalmente larga. Fue en Praga, en la extinta Checoslovaquia. Sin aviso previo, las flores, que aún no se había marchitado, soportaban estoicas los meses. Las personas de la calle celebraban las agradables temperaturas, aún con la extrañeza de que el pesado verano no cayera sobre ellos. Se organizaron bailes populares y la alegría se apoderó de la ciudad. Pero ya entrado agosto, la situación se estaba prolongando demasiado. Un sesudo comité en Moscú decidió que la primavera en Praga debía terminar. Sería por decreto si hacía falta. Daba igual que el ardiente sol no luciera o que las flores surgieran en cada pedazo de tierra. Podría ocurrir que la primavera se contagiara al resto de países y esa posibilidad no podían consentirla más tiempo. El 20 de agosto de 1968, la persistente primavera fue fulminada a golpe de tanque. Se pisotearon las flores, ráfagas de fuego soviético surcaron el cielo, intentando parar la suave brisa primaveral, los praguenses fueron obligados a bañarse en las aguas del Moldava como ocurría cada verano y finalmente las tropas impusieron el curso normal de las estaciones. En la calle se rehuía hablar de la larga primavera, nadie se atrevía ni siquiera a citarla aunque en el fondo todos sabían que el verano impuesto también caería, como caen todas las estaciones, sólo era cuestión de tiempo.

Pero como las imposiciones no convencen a todos por completo, algunas personas seguían sin ver el verano por ningún lado. Es más, la primavera se les instaló en el corazón de tal manera que eran incapaces de sentir ni calores agobiantes, ni fríos extremos. Nadie comprendía su situación, como aquejados de una extraña enfermedad, ni en su propia ciudad, ni en el Este, ni en el Oeste. La mayoría de éstos, enterraron su sentir por miedo a ser rechazados, otros huyeron, buscando aires nuevos. Ninguna opción era fácil. Sin embargo, Jan Palach, estudiante de 20 años, optó por el camino más crudo. Sin poder resistirlo más, el 19 de enero de 1969 prendió fuego a su cuerpo a los pies de la escalinata del Museo Nacional de Praga. El 25 de febrero, otro estudiante, Jan Zajíc, hizo exactamente lo mismo en el mismo lugar. Sobre los adoquines, dos cuerpos calcinados demostraron al mundo que hay estaciones que anidan dentro de nosotros, bien sean melancólicos otoños o resplandecientes primaveras y que éstas nunca finalizan. No hay bombas, ni represiones, ni tanques, ni torturas que acaben con ellas.

1ª imagen: Almendros en flor frente a la iglesia de San Nicolás de Praga.
2ª imagen: Monumento conmemorativo a Jan Palach y Jan Zajíc, en la plaza Wenceslas de la capital checa.

viernes, 15 de agosto de 2008

Carmensita

Si la noche te persigue,
entrégate a ella.
O dile que tienes
dolor de cabeza.


Esta es una historia muy antigua, sucedida en el hermoso reino de Hraminah. El malévolo Lord Rajah que había conseguido el poder por sus artes mágicas, mantenía prisionera a la bella princesa Carmensita Saplingita. Mientras tanto el príncipe destronado buscaba la oportunidad de recuperar su reino y su amada. Ésta cantaba cada noche su desgracia y esperaba que al tercer eclipse su amor volviera para rescatarla de la garras de Lord Rajah que iba a desposarla. La tristeza ante esta idea fue tal que las lágrimas de la dulce Carmensita formaron un río por el que el príncipe nadó y llegó a palacio. El malvado Rajah, enfurecido, ordenó a su aguerrida guardia que acabara con la vida del príncipe, sin saber que en su exilio había alcanzado el noveno círculo de sabiduría y su fuerza era sobrehumana. Consumido por la ira, Rajah bailó la danza cósmica de la creación y la destrucción y se transformó en un demonio de nueve cabezas. Sin embargo, los dioses se apiadaron del valiente príncipe y con las luces de sus auras fulminaron a Rajah. Los enamorados tras una feliz boda vivieron meses de felicidad administrando con justicia su reino. Pero su destino era otro. Kālī, la diosa de la destrucción y el cambio, celosa con la pareja, tentó al joven príncipe con el alfabeto del deseo. Éste cayó en una espiral de sexo y vicio. Carmensita, traicionada, se consumió en el fuego de su dolor y murió, reencarnándose en pulpo. Cuando se dio cuenta de su error, el príncipe nunca más se separó de este pulpo, con el que vivió el resto de sus días.

Devendra Banhart, músico estadounidense, criado en Venezuela, es tan curioso como su nombre hindú. Hace folk, folk indie, freak folk, folk psicodélico o como le quieran etiquetar, porque nunca hay que fiarse de estas etiquetas. Consigue dotar a su música de un gran sentido del humor y un ejemplo buenísimo es esta canción Carmensita del disco Smokey Rolls Down Thunder Canyon (2007). El vídeo, protagonizado por Natalie Portman, recrea la atmósfera de esas infumables pero graciosísimas películas del Bollywood de los años 60 y 70. Colores chillones para un cuento de hadas bajo la mirada de los tres ojos de un Shiva de cartón piedra.

martes, 12 de agosto de 2008

El prestidigitador

Todo efecto mágico consta de tres partes o actos: la primera parte es la presentación, el mago muestra algo ordinario. El segundo acto es la actuación, el mago con eso que era ordinario consigue hacer algo extraordinario, pero todavía no aplaudiréis, que hagan desaparecer algo no es suficiente, tienen que hacerlo reaparecer. Entonces intentareis descubrir el truco, pero no lo conseguiréis porque, en el fondo,…no queréis saber cual es, lo que queréis es que…os engañen.


Después de una inesperada llamada, viniste. Yo no tenía ganas de tus tonterías y enseguida lo hice notar, sutilmente, con los ojos. Pero aún así, te empeñaste en lucir tus juegos de palabras, tus palomas de la chistera, tus ases de la manga. A pesar de que sonreía cortésmente, pronto te diste cuenta que yo no era un espectador entregado. Guardaste todo el atrezzo y esperamos juntos hablando del tiempo. Sin embargo enseguida, vino el resto y se fueron sentando alrededor de la mesa. Eso te dio ánimos, ojos expectantes, carne fresca y se reanudo el espectáculo. La gente te miraba extasiada mientras salían pañuelos de tu solapa. Yo los miraba a ellos y no lo podía creer, viejos trucos engañando a gente vieja. Me pasé el rato intentando ver cuerdas sospechosas, muelles escondidos, recovecos en la ropa pero hacía tiempo que tú no estabas pendiente de mí. Tus trucos estaban siendo un éxito y yo, por pudor, no quise aguar la fiesta a tan selecto público. Me sentí un miserable igualmente por no poder disfrutar de tus juegos de manos, los mismos que un día me tuvieron cautivado. Te esforzaste con todo tu repertorio, el local se venía abajo y cuando abriste la capa y todo desapareció, la ovación fue sinceramente encendida. Saludaste como todo un profesional y con todo el orgullo metido en el cuerpo, me dedicaste una mirada de aprobación. Cambié la cara en un segundo y te mostré mi mejor sonrisa. Respiraste aliviado y saliste a disfrutar de tu triunfo. Te hice creer lo que no era real. Todos mis dientes en posición te engañaron; es de los pocos trucos que aprendí en la vida. La gente te felicitaba al paso. Yo no sierro a nadie por la mitad, ni saco conejos del sombrero, no sorprendo con monedas, ni con flores de papel pero también soy prestidigitador y tengo trucos que jamás cuento a nadie.

viernes, 8 de agosto de 2008

China

¿China? Ahí yace un gigante dormido. ¡Déjenlo dormir!
Para cuando despierte, él moverá el mundo.


Busqué a China, pero no la encontré. Encontré farolillos rojos, pato laqueado y pequineses de chato morro. Había a mi disposición rollitos de primavera y cerdo agridulce en delicada porcelana, que engullía creyéndome que el gran dragón me engullía a mí, pero no fue así. Quise aprender el ancestral taichí, asistir a la Ópera de Pekín. Quise entender los trazos de tinta sobre el papel. Quise acariciar la seda sobre la piel blanca. Visualice gracias a la meditación shaolin una por una las piedras de la Gran Muralla. Seguí a Confucio, a Buda, a Mao... a cualquiera que con sus ojos rasgados pudiera darme la llave de la Ciudad Prohibida. Pero mi mentalidad occidental, colonizadora y pragmática me impidió llegar hasta ella.

La esencia de China no estaba en las figuritas lustrosas de jade, ni en el brillo de los muebles lacados, ni en río Amarillo, ni en la anciana terracota de los guerreros. China no era el rojo comunista de su bandera, ni la austera Tian'anmen, ni los rascacielos relucientes de Shanghái, ni los esforzados arrozales, ni siquiera el gigante dormido de Napoleón. China siempre ha sido lejana y misteriosa; esa era la China que Occidente admiraba, nuestra antagonista. Como un ideograma enorme e incomprensible, se alza hoy reclamando su sitio, exhibiendo su cultura y sus logros, reivindicando su futuro. Pero los siglos de ausencia no se pueden obviar. Quizá es ese país desconocido el que quiero encontrar, donde todo es distinto, donde todo es una sorpresa. Probablemente sólo exista en mi imaginación. De momento, me conformaré con admirar las sombras chinescas, lo que parece pero no es.

Imagen: Detalle de la Ciudad Prohibida, Pekín.
Vídeo: Música tradicional china con imágenes del país.

martes, 5 de agosto de 2008

La verdad al desnudo

Quien quiera enseñarnos una verdad, que no nos la diga: que nos sitúe de modo que la descubramos nosotros.


La verdad duele pero también nos hace libres. Con la verdad, uno se siente más seguro, sin nada que esconder, sin ataduras. Eres honesto si sigues a la verdad. Pero a veces se nos presenta la verdad velada, sin poder apreciarla en todo su esplendor. Vestida con ricos ropajes que distraen de la piel desnuda. La verdad adornada, la media verdad, que es frecuentemente más peligrosa que la mentira. Esta verdad vestida nos manipula, nos presiona para que actuemos en su defensa, sin saber que es torticera y egoísta. Por eso debemos procurar arrancar la ropa a la verdad, que con sus pechos al aire nos indique el camino. Luego uno puede elegir si seguirlo o no. En eso, cuenta también la libertad, la propia capacidad de decisión.

Que mejor idea que utilizar la reproducción de la pintura La Verdad desvelada por el Tiempo (Giovanni Battista Tiepolo, 1743) como fondo del lugar donde se conceden las ruedas de prensa de un gobierno. Es el lugar indicado donde un político debe decir la verdad y así lo pensaron en Italia. Pero La Verdad del cuadro de Tiepolo ahora parece no gustar al gobierno de Berlusconi, porque es una Verdad muy impúdica y muy ligera. ¿Qué va a pensar el pobre espectador italiano si ve un pecho junto a la cara del presidente? A ver si cree que el gobierno italiano se reúne en algún lugar pecaminoso... Pues la solución es simple. Nada de cambiar el enfoque de la cámara, lo mejor es proveer a la Verdad de un mojigato velo que tape sus turgencias. Como en la vieja historia de Il Braghettone, que tapó los desnudos de El Juicio Final de la Capilla Sixtina, Berlusconi se ha colocado la mitra papal y se ha erigido en sumo pontífice de la decencia. Menos mal que Italia lo tiene a él. Desde luego, el siglo XVIII fue un pozo de libertinaje. Este Tiepolo era un lascivo y no se puede consentir a estas alturas. Tomemos ejemplo en España y vistamos los desnudos cuerpos que Tiepolo nos dejó pintados en los techos del Palacio Real, no vayamos a pervertir a los turistas japoneses que lo visitan. Guardemos la moral, que un pecho es un pecho, aunque sea de la Verdad. Ahora me voy un rato a la playa a lapidar mujeres en top less, que ando aburrido.

Imagen: Original de La Verdad desvelada por el Tiempo, que se conserva en el Museo Civici de Vicenza.