viernes, 27 de febrero de 2009

La camiseta viajera

Se viaja no para buscar el destino sino para huir de donde se parte.


Düsseldorf, Hanna F. de 28 años ha discutido con su novio, algo que va siendo habitual últimamente. Es difícil combatir la rutina y ellos han entrado en ese círculo. Para calmar sus nervios, decide ordenar los armarios. Olvidada detrás del montón de ropa, rescata una camiseta que hacía tiempo que no veía. Era la primera camiseta que su novio dejó en su apartamento. Esta camiseta, junto a cepillo de dientes, evitaban la incomodidad de traer la maleta cada vez que pasaba la noche con ella. Fueron los primeros de una serie de objetos que iría dejando posteriormente. Ahora su pequeño salón está salpicado de enseres suyos y su armario contiene ropa masculina. Como pequeña venganza por el día que le había hecho pasar, hizo una bola con la camiseta y la lanzó a la bolsa de basura con el resto de ropa que ya no usaba. Al cabo de una hora, soltó esa bolsa con una sonrisa en el contenedor de reciclaje que estaba en la esquina de su calle.

Bremerhaven, Zeynep T. de 57 años trabaja en una fábrica de reciclado de textiles desde hace 5. Es un trabajo aburrido, consiste en abrir cajas llenas de ropa que llegan en grandes camiones e ir seleccionando en montones según la calidad. Con el tacto ya ha aprendido a saber si una prenda es buena o no. Ese día, le duele la cabeza y no tiene muchas ganas de trabajar, pero no se puede permitir el lujo de perder este empleo. Necesitaba el dinero. Su hijo menor, que aún vive con ella, acababa de ser despedido y su hija y su nieta también se ha instalado en su piso por una temporada, huyendo de su marido. En estas preocupaciones pasa su jornada. Ese día, apartó una camiseta que estaba como nueva, porque disimuladamente suele esconde alguna ropa que le gusta para llevárselas a casa. Se la ajusta a su cuerpo para ver si podría ser la talla de su hijo, pero cree que es grande. Su hijo está más flaco últimamente. La deja en el montón correcto y sigue trabajando.

Yaundé, Hortense M. de 25 años carga con fardos. Acaba de comprar una caja de ropa a un mayorista y se dirige a las afueras. El Mercado Madagascar donde siempre vendía está imposible y prefiere buscarse la vida en los barrios que rodean la ciudad para la gente que no puede desplazarse. Esto le obliga a llevar todos los días pesados bultos sobre su espalda. Cuando llega a una especie de claro que se forma entre las chabolas, deshace los fardos y sobre una sábana va colocando una a una las prendas. Como no permiten elegir la ropa, sólo espera que la caja que ha comprado contenga artículos de buena calidad. Una vez instalada, planta una sombrilla y espera a que vengan las clientas. Ese día vende poco, no ha merecido la pena la caminata. Al final del día, una mujer coge una camiseta. Toca la tela tímidamente. Hortense está cansada para regatear, así que le hace muy buena oferta. La mujer saca unos billetes arrugados que ésta guarda. Mientras termina de recoger todo, piensa donde irá a vender al día siguiente.

Yaundé, Paul N. de 16 años vuelve a su casa. Lleva todo el día descargando fruta y le duele la espalda. Pronto se dio cuenta de que tenía que conseguir un sueldo para ayudar a su madre y así va pasando de un trabajo a otro. Hoy carga, mañana hace recados y los malos días se dedica a dar vueltas sin saber que hacer. No consigue mucho dinero, pero hoy además le han dado una bolsa de fruta. Cuando entra en su casa, saluda a su madre y le da la bolsa. Ella sonríe porque la comida siempre viene bien y son muchas bocas que alimentar. Pronto se apresura a darle una camiseta que ha comprado, con el dinero que sacó de vender a una vecina la yuca que su hijo le trajo la última vez. Paul se sorprende. La necesitaba porque la que lleva puesta está hecha jirones. Huele a limpio y le queda como un guante. Sobre su cuerpo, su nueva camiseta le recuerda una idea que lleva tiempo rondándole en la cabeza: dejar su país y emprender la marcha al norte, a Europa. Sabe que su madre se disgustará, pero al menos podrá ayudarla en condiciones.

lunes, 23 de febrero de 2009

La cara y la cruz de Penélope

Todas las experiencias son positivas. Si no hay sombras, no puede haber luz.


Finalmente no anduve muy desencaminado con las predicciones (me estoy replanteándome quitar el polvo a la bola de cristal). Sólo me falló el premio al mejor actor, con el que tenía más duda. No aposté por Sean Penn, porque pensé que pesaría que ya tenía un Oscar, pero finalmente no ha sido así. Como el año pasado, los premios más importantes (con la excepción de Penn) se han repartido a no-estadounidenses. Hollywood no barre últimamente para casa y demuestra que los nacionales deben ponerse las pilas ante tanto talento extranjero. Si algo caracteriza la Meca del cine es saber importar lo más destacado del resto del mundo bien sea un historia en el corazón de la India o un romance en la postguerra alemana.
En cuanto a la protagonista de la noche, al menos en España, ya se encargarán los medios de comunicación de desmenuzar todos los detalles más o menos preparados que una gala así tiene. Como advertía en las predicciones, no me gusta Penélope Cruz, ni antes ni ahora. Creo que algunos actores van a escuelas de interpretación para conocer las herramientas del oficio y otros, como es este caso, van mejorando su trabajo por el mero hecho de aparecer en una y otra película. Creo que la Penélope oscarizada no es ni de lejos la Penélope de Jamón, jamón (Bigas Luna, 1992) y aún le quedan muchos años de carrera para ir perfeccionándose. No me entusiasmó mucho Vicky Cristina Barcelona (Woody Allen, 2009), y el papel de María Elena, como artista temperamental y mujer pasional me parece un cliché de la visión romántica de un americano en España. Pero los Oscars son otra cosa, hay siempre deudas que saldar, intereses comerciales y ganas de premiar a algunos con la sola nominación y a otros con el premio. No voy a discutir la valía de Penélope Cruz a estas alturas, ni la justicia de este premio, porque los premios no son discutibles, son lo que son y los tomas o los dejas. Si lo pienso fríamente (es decir, desligado de esas reacciones tan pasionales como buen español) incluso estoy contento (¿suena contradictorio?). A partir de ahora comenzará a escucharse en los trailers aquello de "... la ganadora de un Oscar, Penélope Cruz" y me sonreiré satisfecho.

domingo, 22 de febrero de 2009

Oscars 2009

No me importa lo que declaren a la prensa, jamás he conocido en mi vida a un actor que no le de vueltas en su cabeza diariamente a su discurso de aceptación.


Siempre he pensado que los Oscars (como la mayoría de premios) no reflejan ni de lejos lo mejor del cine del año. Fueron creados como medio de promoción y sirven principalmente para satisfacer el gran ego de actores y demás miembros de la farándula. Pero ¿quién es el encargado de decir que es lo bueno y malo del cine? Un poco todos, porque tenemos dentro un pequeño crítico, que lucha por salir con alabanzas a lo que nos gusta y hachazos a lo que detestamos. Y qué mejor ocasión que los Oscars para sacarlo a relucir. Año tras año, hago una quiniela personal, que probablemente se aleje del resultado final, pero es divertido disfrazarse de adivino por unos momentos.

Mejor película:

Mi candidata es Slumdog millionaire (Danny Boyle, 2008). Viendo al resto de nominadas, creo que ésta es la que se sale un poco del canon de película "oscarizable" (aunque esto es, por supuesto, totalmente discutible). En el cine occidental, estamos demasiado acostumbrados a creernos lo único dignos de una película, olvidando, a menudo, que el mundo es tan vasto y ancho como para encontrar miles de historias interesantes para llevarlas al cine. Éste es un poco el caso de Slumdog millionaire, la historia de un chico de la calle de Bombay que no cumple el cacareado sueño americano, sino su propio sueño (¿el sueño indio?). A veces olvidamos que si hay algo extendido en todas partes del mundo es querer alcanzar un sueño. No hay razas, ni nacionalidades, ni situaciones económicas que pueda impedir este deseo en el ser humano.
Tampoco estaría mal que ganara, El lector (Stephen Daldry, 2008), porque es una historia de amor asimétrico, que lucha contra todas las adversidades posibles: la edad, los desastres de una guerra, los secretos...

Mejor director:

Mi candidato es Danny Boyle, porque normalmente si se gana por la mejor película, el director se lleva de rebote (o por méritos propios) el Oscar. Pero no sólo por eso, también porque es un director heterogéneo, que intenta innovar en cada proyecto y cuyas películas me agradan. Y sí, por si alguien lo dudaba, porque dirigió Trainspotting (1996), que me encanta, no puedo negarlo.
Me conformo si se lo dan a Stephen Daldry, porque el resto de directores no me seducen mucho, porque lleva una buena trayectoria y porque dirigió Las horas (2002), que también me encanta. (Me están quedando unos argumentos bien de peso... pero es mi particular apuesta).

Mejor actor protagonista:

Mi candidato es Brad Pitt (silencio sepulcral... en esta categoría estoy un poco dubitativo), por luchar consigo mismo para encontrar papeles interesantes. Si alguien tiene la etiqueta de guapo oficial ese es Brad Pitt y lo fácil para él sería hacer una y otra vez el mismo papel romántico de galán perfecto que al final se lleva a la chica, como han hecho muchos otros. Pero, película tras película, siempre busca algo más y eso es un mérito a reconocer. Nunca fue mal actor, pero ha estado mejorando con cada nuevo papel y creo que va siendo hora de que lo premien.
¿Y si se lo dieran? a Mickey Rourke... ¿puede un mal actor recibir un Oscar? Pues claro que sí, hay muchos casos en la Historia, pero a veces un mal actor se encuentra con el papel de su vida y esto le ha pasado a Rourke, que encarna casi biográficamente a un luchador profesional de wrestling caído en desgracia y que subsiste en cuadriláteros de tercera. Un poco como su vida...

Mejor actriz protagonista:

Mi candidata es Kate Winslet. Desde que la descubrí en Criaturas celestiales (Peter Jackson, 1994), la sigo muy de cerca y me parece muy buena actriz. Normalmente, elige muy bien sus proyectos, en los que encaja a la perfección. Además muchas de sus películas están dentro de mis favoritas (como ¡Olvídate de mí!, Michel Gondry, 2004) porque verdaderamente borda sus papeles. Tiene ese aire inconfundible de actriz de toda la vida. Y es su sexta nominación... pero bueno, ¿a qué esperan para dárselo ya?
No estaría mal: Meryl Streep, porque con una mueca de la comisura de su labio como monja metomentodo en La duda, supera las interpretaciones de muchas actrices de hoy en día.

Mejor actor secundario:

Mi candidato es ... y qué importa si se lo van a dar a Heath Ledger. Porque sí, porque murió en la flor de la vida, porque dar un premio póstumo es un homenaje que hará llorar a millones de telespectadores ávidos de emociones, porque los Oscars son espectáculo y este premio será un punto álgido de la gala y aunque hubiera hecho de espantapájaros mudo, este premio se lo iban a dar a él. Así que aunque crea que Josh Brolin se lo merece y que Philip Seymour Hoffman está muy bien, pues no pienso que nadie quiera verlos recogiendo un premio, porque se perderán la gran ovación del teatro cuando Tilda Swinton diga: And the Oscar goes to... Heath Ledger.

Mejor actriz secundaria:

Mi candidata es Penélope Cruz, qué curioso, si la película no me gustó mucho... si Penélope Cruz no me suele gusta mucho nunca... si casi fundo el club de antifans de Pe... pues veréis, tiene una terna de candidatas algo flojas y la favorita es ella. La película es de Woody Allen, es medio española, ella suelta incluso sus frases en español y qué queréis... pues me gana el corazoncito de que esté compitiendo en Estados Unidos. Además, sería un puntazo verla coger el Oscar de la mano de Javier Bardem.
Está bien, acepto a Amy Adams, también curiosamente una actriz que no me gusta un pelo, pero que en el papel de monja inocentona de La duda, pues, está creíble. Si es que al final es que te interpretes bien el papel y lo hagas tuyo.

Última reflexión desesperada: Creo que este año no voy a acertar casi nada, por eso admito apuestas. Cuando ya se conozcan a los ganadores, prometo dejar las artes adivinatorias y escribir una entrada reconociendo mis errores.

viernes, 20 de febrero de 2009

La concejala antropófaga

No hay nada más democrático que el placer.


Desde luego, ¡qué mal vista está la antropofagia! La gente se escandaliza por cualquier minucia. No digo yo el comerse a alguien enterito con vísceras y todo, en plan Hannibal Lecter, sino comerse a una persona a bocaditos, a pequeños sorbos, ir chupándolo hasta quedar saciada. Bueno, bueno, todos a lo que se lo cuento se llevan las manos a la cabeza, pero es puro tabú social. Debe ser como resucitarte en vida, que ya está una harta de todo. Porque al final todo es lo mismo, en el sexo y en la vida, una sucesión de posturas que llegas a un momento en que por fuerza tienes que repetir. ¿Tú que dices? Yo lo tengo clarísimo pero no hago carrera de esta idea. Debería escribir un libro, algo impactante. Porque yo ideas tengo muchas, ufff, un puñado y todas muy originales. Podría ser un libro de autoayuda. Yo es que siempre he tenido una marcada vocación pública. Pues, ¡anda que no me he ido yo a la cama con tíos sólo por hacer favores! Bueno, esto ya está. ¿Te apetece?
Salió de la cocina con dos vasos hasta arriba de gazpacho. No contestaba porque se había puesto los cascos para escuchar música. Suspiró y le alargó el vaso con cara de palo.

Yo pensaba que el Almodóvar de Pepi, Luci, Bom y de Mujeres... se había muerto en una fiesta en Los Ángeles, pero por lo visto sigue por ahí, escondido tras las tramas de sus historias tristes. Y eso lo demuestra La concejala antropófaga, un cortometraje que se ha sacado de la manga durante el rodaje de su nueva película: Los abrazos rotos. Ha aprovechado un personaje secundario de la misma para dar vida a Chon (Carmen Machi), una singular concejala con un no menos singular discurso. Resume el humor más propio del director y entronca con sus primeras películas en un monólogo deslenguado, soez, ordinario. Calificativos que, en cualquier otro caso, serían peyorativos, tratándose de Almodóvar son un plus de comedia, de la que estaba un poco alejado últimamente. Un divertido caramelo pop para hacernos boca esperando el largo.




La concejala antropófaga

domingo, 15 de febrero de 2009

Primer aniversario

A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

Oscar Wilde

Bienvenidos señoras y señores, niños y niñas, al mayor espectáculo del mundo. Admiren la isla que desaparece en un mar de celofán sin dejar rastro. Disfruten con las habilidades de nuestros acróbatas chinos y su espectacular número del nido de pájaro. Tenemos las mayores obras de arte, que podrán ver como si estuvieran sentados en su propio salón, desde antigüedades pompeyanas hasta la más delicadas lacas de lejano Shanghai. Observen un lujo digno de una corte imperial, perfectas orquídeas, juncos salvajes... Creerán que el tiempo se ha cambiado en nuestra compañía. Debatan con el auténtico hombre teórico y toda su retahíla de pros y de contras. Palpiten con los encantos de Carmensita, nuestra princesa omeya, escuchen a la misteriosa contadora de historias de seis palabras, asómbrense con el perro ruso que habla, con el león africano procedente de las procelosas tierras de Aksum, con Gloria, la domadora de hormigas. Gentes de toda clase y condición se darán cita aquí: piratas, indios, venecianos, muñecas rusas, siamesas... Se deslumbrarán con este viaje espiritual y su vida no será la misma desde entonces. No se resistan, no querrán escapar, vengan con sus amigos o con sus amantes, da lo mismo, es una ocasión única que no podrán aceptar en el futuro. Les garantizamos que se quedarán mudos por todas las maravillas que les vamos a ofrecer y comprobarán cómo no podrán despedirse jamás de nosotros.

Hace un año, Capri se terminó y con ella tantas cosas que pensé que no sobreviviría al cataclismo. Pero no fue así. Me monté en una barca con cuatro cosas que pude rescatar e inicié un periplo en busca de algún otro lugar. Pronto se fueron uniendo a mí muchas personas, que me aportaron inspiradoras ideas y diálogos más que inteligentes. Gente tan dispar y desde sitios tan insospechados que jamás en la vida hubiera podido ni siquiera pensar en conocerlos. Aún me sigo maravillando con esta pequeña magia que nos acerca. Gracias a ellos la barca sigue su rumbo por los siete mares sin temor a que naufrague. Y espero que la travesía sea tan rica y provechosa como lo fue este primer año. Muchas gracias a todos los que en algún momento decidieron pararse a escuchar las historias de este viaje. Estoy eternamente en deuda con ellos.

jueves, 12 de febrero de 2009

Premio Symbelmine

Lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude.

Orson Welles

¡Qué emoción! (suspiro). No me lo esperaba (doble suspiro). Podría dar las gracias a tanta gente... (gran pausa dramática, comprobando el peso del premio) que seguro que se me iban a quedar muchas personas en el tintero. No me lo esperaba y no había preparado nada... (pequeño sollozo). Quisiera dar las gracias en primer lugar a los académicos del Desierto de Ainhoa por acordarse de mí al concederme el Symbelmine habiendo tantos merecedores (trago saliva para intentar serenarme). Felicito al resto de premiados y agradezco el apoyo de mi familia por comprenderme, de los cómicos españoles en su lucha, de mi pueblo, de la virgen de Guadalupe, de Dios y de Billy Wilder... (abro los brazos para recibir la ovación, la música de la orquesta suena más alta para echarme de una vez del escenario y me voy feliz luciendo el premio en las manos).

Bueno, en serio, muchas gracias a Ainhoa por el premio que pondré orgulloso en la vitrina. No soy muy amante de este tipo de cadenas, pero no podía dejar pasar la oportunidad de hacerle mención.

lunes, 9 de febrero de 2009

Las despedidas siempre son tristes

Sólo en la agonía de despedirnos somos capaces de comprender la profundidad de nuestro amor.


Odio las despedidas. Me di cuenta de ello el día en que yo mismo dejé de cumplir las falsas promesas que siempre se hacen cuando uno se despide: te llamaré todos los días, te escribiré, todo será como siempre... Consciente o inconscientemente sabemos lo efímera que son estas promesas, pero aún así no empeñamos en hacerlas, convirtiendo las despedidas en algo más definitivo, más separador. Una parte de nosotros también se despide en cada despedida yéndose prendida en la persona que parte.
La despedida más triste que he vivido, no la viví yo, bueno sí, quiero decir que no fue mi despedida, aunque en realidad yo también estaba allí para despedirme. Fue hace unos años en una estación de autobuses. Despedía a una amiga y aunque no me guste despedirme, no se me hubiera ocurrido no acompañarla hasta allí. Después de todo aquello de nos veremos pronto y buen viaje, me senté en un banco a ver como el autobús se iba. Como mi amiga andaba ocupada colocando maletas, buscando su billete en su enorme bolso y localizando su plaza, yo observaba al resto de viajeros. Y allí estaba ellos como si no quedase más personas en el mundo. Una parejita joven fundido en un abrazo. Ella con los ojos hinchados de llorar y él aguantando las lágrimas. No escuchaba lo que decían, pero seguro que era te llamaré todos los días, te escribiré, todo será como siempre. Se besaban apasionadamente como si estuvieran fuera del mundo, como en una burbuja ajena al ir y venir de viajeros entre humo negro de tubo de escape. La burbuja se pinchó con un berrido del chófer que respetaba más la puntualidad que todo aquel sentimentalismo. La chica subió apurada y el autobús se fue. El chico se cruzó conmigo, que seguía en el banco, buscando la salida. Cuando pasó a mi altura, vi como le caían dos auténticos lagrimones, redondos, enormes, resbalando por sus mejillas. El azar hizo que él y yo fuéramos en la misma dirección en aquel enorme intercambiador. El chico, delante de mí, caminaba con la cabeza gacha y las manos metidas en los bolsillos de su abrigo. Tenía aire de funeral, dando pasos lentos, como si fuera a caer fulminado allí mismo. Ambos cruzábamos un largo pasillo alicatado de azulejos blancos hasta la vía del metro, con la única compañía de un violinista al fondo de él. La escena era de cine, el enamorado al final de la película, con banda sonora de violín, encara su futuro. El chico sacó una de sus manos y se secó los ojos. Y con ésta, lanzó una moneda a la gorra que el músico agradeció con un gesto de cabeza. Dobló la esquina y se metió en el vagón que acababa de llegar. Como iba algunos pasos por detrás, no llegué a coger ese metro, que cerró sus puertas en mis narices. Aún se oía la melodía de violín y entre los cristales vi al chico con la mirada perdida. Sólo faltó un fundido en negro en el que asomaran las letras FIN.

Y aunque esta entrada huele a despedida, no lo es. Mi recuerdo de Capri sigue demasiado vivo como para que pueda darle un carpetazo. Sigo, de momento, despidiéndome de la isla que ya no existe.