viernes, 28 de marzo de 2008

Maestro Azcona

Qué estupidez esa del final feliz como garantía del taquillazo. ¿Lo tiene Romeo y Julieta?


El verdugo no quiere matar, él sólo quiere un piso con su señora, tranquilidad, pero los pisos están por las nubes. El abuelo quiere un cochecito para fardar con sus amigos. Un empresario catalán quiere contactos para hacer prosperar su negocio por eso va a una cacería aunque no sepa ni disparar un tiro. El marqués de Leguineche quiere recuperar la vida cortesana en su palacete de Madrid pero ya no hay corte aunque haya rey. La compañía de teatro quiere representar La corte del faraón sin problemas con la censura y el comisario pide una paella para el largo interrogatorio. Loli sólo quiere casarse con Leonardo a pesar del turismo y de la muerte de la madre de éste. ¡Vivan los novios! Hildegart Rodríguez quiere una sociedad igualitaria sin discriminación de género pero también quiere encontrar el amor. Carmela y Paulino, variedades a lo fino, sólo quieren aplausos para su espectáculo sean rojos o franquistas. Flor de Otoño quiere vivir sin que su pasado de chico bien sea una losa para su vida. Todos estos deseos de un país en blanco y negro estuvieron un día en la cabeza del guionista, luego plasmados en papel, en la boca de los actores después y de ahí a la cabeza de los espectadores.

Yo quiero que maestros como Rafael Azcona nunca dejen de existir y que las películas suplan la falta de presupuesto con ideas. Quiero que los verdugos no quieran matar y quiero que en los países aunque haya lo mínimo para comer, no deje de existir el humor. Maestro, espero que la muerte viniera a verle vestida de guardia civil subida en una barca y que la acompañara con una sonrisa.

martes, 25 de marzo de 2008

La mujer del César

Augusto gobernaba el mundo, pero Livia gobernaba a Augusto.


Livia, Mesalina, Agripina, Popea, Cesonia, Octavia, Atia, Calpurnia... grandes nombres, hoy vacíos de contenido, mujeres que existieron en una época y de las que sólo quedan los retratos imperiales normalmente idealizados que guardan los museos. Los textos las describen como personificaciones del ideal de la madre Roma: la matrona fuerte, valiente, modesta, ingeniosa, piadosa, fértil y casta. Salvo que cayeran en desgracia, entonces se las consideraban como mujeres intrigantes, promiscuas, frívolas y ambiciosas. En realidad no sabremos nunca como eran, si honradas esposas o malévolas víboras. Como casi todos los personajes de la Historia, su verdadero ser se pierde por el camino y sólo llega hasta nuestros días la imagen deformada.

El cine y la literatura cuando recrean el mundo antiguo optan por la deformación y se ceban especialmente en estas mujeres que acompañan al héroe militar o al gran político. Casi nunca son las protagonistas, como no lo fueron de la Historia, pero son los elementos fundamentales para componer una época decadente y atractiva. Es un mayor aliciente plasmarlas como sibilinas mujeres que movían en la sombra los destinos del Imperio. Así están en todas las intrigas palaciegas, los banquetes envenenados, los susurros cómplices de obras como Yo, Claudio (Robert Graves, 1934, novela y Herbert Wise, 1976, serie de TV), Calígula (Tinto Brass y Bob Guccione, 1977) o la más actual Roma (2005-2007, serie de TV).

Acabo de ver esta última, que me ha gustado mucho, ahonda en las ya contadas conjuras romanas, con una República desintegrándose con muchos candidatos para aprovechar los pedazos. Dejo un vídeo de una escena previa a la coronación de César Augusto donde Atia (Polly Walker), su madre y Livia (Alice Henley), su esposa, se odian mucho, mucho.

sábado, 22 de marzo de 2008

El mal genio del genio

No existe ningún gran genio que no oculte un toque de demencia.


Admiramos a mucha gente: pintores, escritores, músicos, artistas en general por su capacidad creadora, su originalidad, por plasmar sentimientos profundos en obras de arte, pero a veces nos atrae también la persona, su vivencia, nos interesa saber como eran dentro y fuera de su trabajo. Y a menudo nos encontramos con un carácter fuerte, titánico, que también admiramos, que los hace únicos e irrepetibles. Si indagamos en sus biografías nos encontramos con genios incomprendidos, nacidos fuera de época, mentes clarividentes cuya sociedad rechazó, malditismo, leyendas negras... todo esto que no encanta en los grandes artistas, difícilmente aceptaríamos en las personas de nuestro entorno. Los grandes sufrimientos de las mujeres de Picasso, el radicalismo político blandiendo una pistola de Diego Rivera, el egocentrismo de Dalí, el divismo de Wilde, los ataques de ira de los grandes del rock, la antipatía de Chaplin o Cela, el autoritarismo de Kubrick... ejemplos hay para aburrir. ¿Debemos separar vida y obra? ¿o la obra forma parte inseparable de la vida de los artistas? ¿debemos perdonar los "pecadillos" de los divos o rechazarlos? ¿los defectos los humanizan o los alejan del todo? Es difícil de decir, porque la admiración supone por nuestra parte la creación de una foto fija del genio, compuesta de todas las virtudes que elijamos y por el contrario omitiendo defectos. Una foto que sería una imagen deformada totalmente ajena del ser humano que hay detrás del artista. La admiración tiene un mecanismo extraño, cuyos engranajes cambian de una a otra persona y es difícil de analizar. Probablemente no hubiera sido nunca amigo de Picasso, ni de Dalí, ni de Duras, no comulgaría con Tolstói o Ensor o me aburriría escuchando a Sartre. Probablemente, aunque fuesen demonios en vida, los seguiría admirando. Probablemente nada de esto importe porque ellos serían grandes genios con o sin mi admiración.

martes, 18 de marzo de 2008

El monasterio de las Descalzas Reales

...dejaron de mano al mundo y sus falsas apariencias de señorío, con harto triunfo de la religión.


La piedra del suelo brilla como si estuviera mojada. El aire silencioso se acomoda en los rincones. Hay 33 capillas en el claustro alto, 33 por la edad en que murió Cristo y por ser el número máximo de monjas del Monasterio. Cada una de ellas cuando ingresa elige una capilla de la que se encargan de por vida, la cuidan, rezan frente a ella. "Esto no es un museo, es una clausura" nos advierte el guía. "Accedemos a una mínima parte del monasterio por deseo expreso de las religiosas y con licencia especial del Vaticano." Estos muros no fueron concebidos para ser visitados, sino para olvidarse del mundo. Por eso, los bulliciosos turistas guardamos silencio, sólo cortado por algún murmullo de admiración. Donde ahora paseamos, las grandes damas de la nobleza e incluso de la Casa Real española, cambiaban las sedas y los brocados por el hábito marrón de las clarisas. Ofrecían para ingresar una lujosa dote para la comunidad, frescos, lienzos, marfiles, dorados, tapices que hoy llaman la atención en las paredes blancas, en la madera o en el barro cocido de las salas. Mujeres que podían disfrutar de la vida acomodada la sustituyeron por la meditación y un jergón de paja para dormir. Aún hay mujeres enclaustradas como éstas en pleno centro de Madrid, en el Monasterio de las Descalzas Reales, cuidan de un huerto, limpian el suelo dos veces al día y rezan, como si nada hubiera cambiado desde que se abriera este lugar en 1559.

Cuando pones el pie en la calle, entras de golpe en el siglo XXI, lleno de prisas, de carreras, de citas; no andamos quietos ni un segundo, no hay que perder el tiempo... pero esto no siempre es así. Al lado de la frenética calle Preciados, de la Puerta del Sol, sobrevive el siglo XVI encerrado en el Monasterio de las Descalzas Reales.

sábado, 15 de marzo de 2008

La autobiografía de seis palabras

Cada artista escribe su propia autobiografía.


Ya estoy de vuelta de mi escapada madrileña que ha estado muy bien y de la que he regresado cargado de regalos: unas grandes noticias, visitas culturales y una parada consumista en FNAC. También me han regalado una pregunta con la que divertirme pensando un rato. Veréis, venía yo bajando la calle tranquilamente por el Museo del Prado cuando vi a lo lejos a una muchacha con micrófono en ristre y escoltada por una enorme cámara de televisión. La calle estaba completamente desierta, uno frente al otro y como Gary Cooper en Sólo ante el peligro no íbamos a enfrentar en un duro duelo bajo el sol madrileño. A pesar de mi inútil intentona de apretar el paso y despistarla, ella estaba muy atenta al único incauto. Cuando creí haberla sobrepasado, escuche: "perdona" detrás de mí y al girarme ya tenía el micrófono apuntándome y la cámara enfrente. "Soy de Televisión Española y me gustaría hacerte una pregunta", dijo y yo pensé: hummm ¿de qué será? ¿de las elecciones? ¿del Prado? ¿del Chiki Chiki eurovisivo? Todavía estaba yo intentando recomponerme cuando me soltó el tiro: "¿Podrías hacerme una biografía de tu propia vida en seis palabras?". Reconozco que me recorrió el cuerpo un sudor frío: ¿mi vida? ¿en seis palabras? ¿cómo puedo describir mi vida? ¿ha estado bien? ¿puedo quejarme? Se me vinieron a la cabeza algunos momentos vividos, algunos muy buenos y otros menos. Ella me miraba con ojitos traviesos mientras yo seguía enfrascado en pensar una respuesta. ¿Puedo resumir mi vida tanto? Creo que no. Y es esto lo que le contesté, agobiado. No, lo siento, pero no. La periodista puso cara de fastidio y soltó un gracias entre dientes. La cámara dejó de mirarme y siguieron su búsqueda por la puerta del Prado. Me fui hecho polvo, arrastrando las piernas, maldiciendo mi falta de ingenio. Creo que no tengo tanta capacidad de resumen. Como el malo de la película, yo era el herido y el tiro fue certero. Desangrándome, llegué hasta una cafetería de la plaza de Neptuno y frente a un café seguí haciéndome la misma pregunta: mi vida en seis palabras... El duelo, sin duda, lo ganó la chica de TVE.

lunes, 10 de marzo de 2008

La resistencia y el deseo

Me penetra como una serpiente y llega hasta el corazón...



Un guarda amablemente levanta la valla que limita el distrito gubernamental de Shanghái para dejar salir a la señora Wak. Nadie lo sabe pero tiene una cita clandestina. Insegura, vigilando que no la sigan, se dirige a contactar con la célula de la resistencia a la que pertenece. Ella no es la opulenta señora Wak sino Wong Chia Chi, una estudiante revolucionaria que ha tenido que infiltrarse en casa del señor Yee, miembro del gobierno-títere impuesto por Japón. La resistencia conoce la debilidad de Yee por las mujeres pero también sabe de su extremada desconfianza, dos chicas fueron descubiertas anteriormente y ejecutadas en el acto. Pero Wong Chia Chi ha llegado donde las otras fracasaron, vive en casa de Yee, juega al mahjong con su esposa y además es su amante. Sin embargo, este plan de espionaje perfecto se va deshaciendo poco a poco cuando ella descubre que Yee es algo más que un tirano colaboracionista, es el hombre que ama.

Las historias de amor en tiempos de guerra son muy comunes; debe ser que las dificultades agudizan los deseos de los amantes. Y esta es una historia de amor y deseo, repleta de dificultades. Ella es una espía revolucionaria, él, un jerarca del gobierno, dos enemigos, pero surgen entre ellos un amor irracional que Ang Lee plasma a la manera del cine más clásico, como deben ser filmadas las grandes historias de amor. Pero no sólo es eso, es además la historia de un deseo irrefrenable, animal, cuando sabes que lo último que deberías hacer es dejarte llevar por la pasión. Es miedo por ser descubierto. Son mentiras, a la esposa, a la resistencia, al mundo que los rodea. Es un mundo lleno de obstáculos para reunir a ambos, desnudos, en una cama. Quien piense que sólo es sexo, decirle que creo que no existe una prueba de amor tan incondicional como ese "Vete" ahogado, que Wong Chia Chi le dice al Sr. Yee cuando están en la joyería. Nada de violines, ni puestas de sol. Sólo por eso, merece la pena una película así.

sábado, 8 de marzo de 2008


No hay palabras, ni derecho, ni justicia, ni razón para la sangre vertida en el asfalto, para el dolor profundo, para arrancar la vida. No hay justificación para arrebatar la rutina, ni para hacer sonar las pistolas, no hay ideas que lo merezcan tanto. Ante toda esa brutalidad, sólo silencio, no hay palabras, no, no, no.

jueves, 6 de marzo de 2008

Las dos Fridas

Yo no hubiera sabido -y creo que algún día lo sabrán todas las gentes-, a lo que puede llegar el heroísmo ante el dolor, la alegría a pesar del tormento, la ternura sin límite y el genio plástico en lo que tiene de más íntimo y directo, si no hubiera conocido a Frida Kahlo.



Las dos Fridas, el dolor y la creación. La Frida mexicana, la de la raíz, apegada a la tierra como una figurilla maya, la Frida tehuana, la esposa cariñosa adornada con cuentas de jade sin pulir. La Frida europea, mundial, mundana, la que posa en la portada del Vogue, la Frida surrealista, admirada por Picasso y Breton. La Frida comunista cenando con Henry Ford y Rockefeller, la que encabezaba a gritos la manifestación del Socorro Rojo. La Frida que anhela un hijo, la que ama a Diego, la independiente, la que sufre dolores que la imposibilitan. Las dos Fridas son miles, unidas por unas iguales arterias sangrantes, cogidas de la mano, inseparables, bajo un cielo azul y plomo. Es la misma y son distintas en una especie de misterio sin solución. La Frida que se pinta una y otra vez con la máscara puesta, que mira con ojos duros y el gesto serio. Esa Frida que esconde su debilidad, su salud, la que aún vive siendo niña en la Casa Azul de Coyoacán. La que pinta sandías Viva la vida a un paso de la propia muerte. Esa es ella, Frida Kahlo de Rivera, Frida sin apellidos, la gran ocultadora.

Os dejo un interesante video con imágenes de la Frida real, la que aún no se había convertido en un mito para la posteridad, con la estupenda canción de Café Tacuba "Esa noche".

martes, 4 de marzo de 2008

¿Me conoces?

Conocer a un hombre y conocer lo que tiene dentro de la cabeza, son asuntos distintos.


La semana pasada escuché algo que me ronda por la cabeza desde entonces:

-¡No te conozco!

-Claro que me conoces, no digas más tonterías.

-No lo siento así, por eso estoy triste.

Puede ser una conversación más como miles de las que se producen en un día, pero no lo es. ¿Quién conoce a una persona? ¿Qué es necesario para conocerla? ¿Qué parámetros son necesarios para considerar que conoces a alguien? ¿Debes conocer sus aficiones, sus afinidades, su ideología, su carácter o nada de esto es importante? Si le preguntara a mis amigos dirían que son los que mejor me conocen. Mi madre asumiría que es ella la que más me conoce y mi padre contestaría algo similar. Mis hermanos reivindicarían también esto e incluso yo, en un ataque de egocentrismo, diría que es uno mismo el que mejor se conoce. Cada cual tiene su parte de razón. ¿O estamos todos equivocados? Incluso cualquiera es capaz de sorprenderse a sí mismo en una determinada circunstancia. Además siempre he pensado que nadie es como un bloque de granito, imperturbable por el paso del tiempo, y que se va evolucionando y cambiando. Así puede ser que alguien conozca mi yo de 1998 y no el del 2008. Hay gente a la que la vida le cambia la personalidad y gente que sigue siendo igual (y presumiendo de serlo).

¿Qué sepas la película o el libro favorito de una persona implica que le conoces? Supongo que no es tan fácil la cuestión, nada es tan complicado como la mente humana. ¿Son los matrimonios largos el ejemplo perfecto de conocimiento mutuo? No tiene porque, en mi opinión. ¿Los viejos amigos entonces? A veces estos se creen más de la cuenta en su papel. Puede que todo esto sea un sinsentido y que nunca nadie llegue a la esencia de una persona, pero verdaderamente no siento que sea así. Creo que hay mucha gente que me conoce, a trozos, en su cabeza, a su manera, como los pedazos rotos de un gran espejo y cuyo reflejo sólo muestra una pequeña parte. Lo más cercanos tienen grandes trozos y otros sólo partes insignificantes. Si alguien recogiera esos pedazos compondría una imagen completa. Todos disfrutamos con el reto de montar estos interminables puzzles, haciendo encajar piezas, abarcando más, buscando que llegue el día en que halles la clave y te enorgullezcas de haber obtenido el resultado final. Pero no siempre lo conseguimos...

sábado, 1 de marzo de 2008

Cuando hay más muros que el de Berlín

¿Cómo pudo un chiquillo afeminado del Berlín Este Comunista convertirse en el internacionalmente ignorado compositor que tienen frente a ustedes?



Una banda de punk se pasea por los antros más infames de la América profunda, son Hedwig and the angry inch, siguen la gira de un excéntrico nuevo talento de la música Tommy Gnosis, que curiosamente canta las mismas canciones que el grupo. ¿Quién es Hedwig? Algo más que una peluca rubia con mucho descaro. Se sube al escenario y comienza a contar su historia: un chico atrapado en un cuerpo y atrapado en el ferreo comunismo de Berlín oriental. Son muchas trabas para una persona corriente. Hedwig canta con rabia todo lo que pasó hasta llegar a ese momento, el marine yanki que le hizo operarse para escapar del país, como ese marine la abandonó, como tuvo que sobrevivir con un único talento: la música. Cuando más confiada estaba, llegó el amor en forma de jovencito lleno de sueños, pero en esos sueños Hedwig no estaba incluida. El chavalín exprimió todo el saber de Hedwig y sus canciones y se vendió a una discográfica y al triunfo. Ahora Hedwig lo persigue por todo el país para vengarse, o simplemente encarar a quien un día se fue y la abandonó. Hoy el muro de Berlín ha caído, ese día los alemanes se abrazaban felices por el acontecimiento, pero los muros siguen siendo otros, los invisibles, los que resisten, los que siguen separando a los hombres; muros que construimos todos los días y que muy pocas veces echamos abajo.

Hedwig and the angry inch es un musical, pero no es igual a ningún musical que haya visto, mezcla canciones, con ilustraciones, sueños con la cruda realidad de un transexual. Es tan original e inteligente que me ha llamado mucho la atención, lo que podía haber sido una película más sobre un tema ya tratado muchas veces se convierte en una rareza digna de ver. Os dejo el tema central "The origin of love" para que disfrutéis con él.