lunes, 30 de noviembre de 2009

Las conexiones neuronales

En el fondo son las relaciones con las personas lo que da sentido a la vida.

Wilhelm von Humboldt

Lanzan su brazo y alcanza a su vecina, que a su vez alcanza a otra y otra más. No sólo alargan un único brazo, sino miles de ellos, todos los posibles. Fuertemente agarradas, como un todo, como hormigas voraces unidas por el grano de maíz perdido en el suelo. Cada una ubicada en un sitio, en el cual nació, que por azar o disposición, infunde impulsos eléctricos a su alrededor. Electricidad que se convertirá en ideas, en argumentos, en rabia, en sentimientos, incluso en estupidez. Electricidad que será abrazos y besos o insultos e injurias, según el momento. La red es tan amplia y complicada como la vida misma, en la que te puedes encontrarte relaciones intensas o meramente superficiales, personas a las que se conoce como a uno mismo y gente de paso. Las relaciones neuronales como vitales pueden ser tan complejas o simples como cada cual quiera. Hay ideas y personas inevitables y otras a las que accedes después de años de esfuerzo. Gente y pensamientos brillantes y rutina ramplona. Neuronas pegadas a la vida y vida imposible sin neuronas. Un sistema dentro de otro, millones de conexiones a la vez, amor y odio, paz y dolor. Eso sin contar el misterio que supone su conocimiento, como enigma inexpugnable, donde las relaciones humanas y las conexiones neuronales no pueden ser entendidas. Y por más que batallones de batas blancas las estudien, las unas y las otras siempre seguirán siendo ocultas. Así debe ser.

domingo, 22 de noviembre de 2009

¿Debatimos?

Enfrentarse, siempre enfrentarse, es el modo de resolver el problema. ¡Enfrentarse a él!


Conocen las reglas, comienza el debate:

-Yo, yo, yo, yo, yo pienso, yo creo, yo opino, según mi propia experiencia...
-Pero ¿quién eres tú? No, no, no, más bien yo, porque yo he estudiado, yo he leído, yo creo y opino.
-Tu visión no es la real, yo he estado con ellos y ellos me consideran de confianza. No tienes ni idea de lo que trata.
-Tú y tú, hablemos de ellos, porque tu percepción está demasiado viciada por la cercanía. Hay que distanciarse de una realidad para analizarla.
-¿Qué yo? Pues tú y los tuyos no estáis interesados en llegar a un acuerdo.
-Nosotros estamos siempre abiertos al diálogo, pero no a cualquier precio y tú lo sabes.
-Sí, sí, no me hables de diálogo, porque ponéis tantas condiciones que es imposible ponerse a hablar con vosotros.
-No puedo creer que me acuses de eso. ¿Yo? Pues tú, tú y tú...
-Tú más, tú más...

Serénense, no podemos seguir discutiendo de esta manera. Aquí se acaba el debate.

¿Hay alguna manera de llegar a un acuerdo?¿Podemos creer en el consenso?¿Lo que está en juego siempre está teñido de intereses egoístas?

domingo, 15 de noviembre de 2009

Puerto Esperanza

Es necesario esperar, aunque la esperanza haya de verse siempre frustrada, pues la esperanza misma constituye una dicha, y sus fracasos, por frecuentes que sean, son menos horribles que su extinción.

Samuel Johnson

Hacía meses que deambulaba por el mar en mi barca cargada de recuerdos de Capri. Solitaria travesía que buscaba una nueva isla donde comenzar nuevamente. Y así pasaba las horas, de calma o de temporal, sujetándome a la mojada madera de la barca. Sin embargo llegó un día, en que me desperté y no sentí el vaivén de las olas meciendo mi barca. Extrañado, comprobé como la quilla se había encallado en la arenosa orilla de una isla desconocida. Cual conquistador bajé a explorar. Día soleado, árboles frondosos, larga playa de arena cristalina y sin señales de vida humana. La llegada puso luz a mi errante rumbo. Desembarqué esperanzado. Podría ser esta la isla que reemplazara mi antiguo hogar, hoy muerto y enterrado bajo las aguas del mar. Antes de crearme vanas ilusiones, tengo que explorar el terreno. Puedo encontrarme con crueles caníbales, con alimañas peligrosas, con frutos venenosos. Aún así, todo parece plácido y tranquilo. Pero que esto no me engañe. Tengo que ser cauto y sigiloso. Saqué la barca del agua para resguardar mi única posesión. Antes de adentrarme en la maraña que supone el bosque, decidí bautizar esta nueva isla: Isla Aparecida, Bellazona, Punto Incógnito... Cualquiera servía. Agarré un palo de madera seco que tomaba el sol y le até una de mis viejas camisetas a modo de bandera. Lo hinqué con fuerza en la arena, todo lo más profundo que pude. Desde hoy serás Puerto Esperanza, haz honor a tu nombre.

Ha habido un cambio de rumbo y de ciudad en mi vida y aún estoy habituándome e instalándome, por eso he descuidado algo esta página con tanto barullo de ir y venir. Pero no quiero abandonarla, así que poco a poco iré sacando tiempo para ordenar mis ideas y escribir. Gracias a todos los que seguís y apoyáis mi viaje.

domingo, 8 de noviembre de 2009

La caída del muro

¡Nosotros somos el pueblo! ¡Que caiga el muro!

Manifestaciones en Leipzig (sept-oct. de 1989)

Hay símbolos que parece que van a durar eternamente, hasta que llega un día en que se resquebrajan y caen, y con él todo lo que significaban. El muro no sólo separaba una ciudad, sino dos mundos que estaban condenados a no entenderse, pero que podían hacerlo. El hormigón, el alambre de espino, los guardias resguardaban el infierno con su enfadado semblante. Era una división hecha pared, roca contra la que se enfrentaban los atrevidos, hierro que supuso frío y muerte. Muchos nacieron con su furioso ceño vigilante, por eso es normal que no creyeran que se podía vivir sin él. Muchos tiñeron de sangre sus paredes. Muchos soñaron con que se desmoronaba y pudieron comprobar como ese sueño se hacía realidad. Supongo que hubo también quien quería verse atrapado bajo la sombra del muro. Pero por fin llegó el día deseado, en que la sinrazón no se soportaba más, que los cimientos cedieron ante los gritos y se cambiaron alambradas por abrazos. Ese día no fue el fin definitivo del muro. Ya no existe físicamente, pero sí en el interior de las personas. Berlineses o no, cada día hay que luchar contra el muro que alzamos, contra el que nos separa, que nos divide, que nos acribilla.

Noche fría de noviembre en Berlín, picos, mazas, martillos y piquetas acabaron con los más de 28 años de vergüenza del muro. Una noche feliz de reconciliación entre los mismos berlineses que fueron durante esos años enemigos irreconciliables. Miles de personas consiguieron traspasar su férrea guardia y unos 200 murieron intentándolo. Tras su caída, el Telón de Acero fue oxidándose y sus países como piezas de dominó terminaron por caer. 20 años después, su recuerdo sigue presente en muchos otros muros construidos o que se planean construir, que intentan contener lo incontenible: el ansia del ser humano por vivir, por escapar, por alcanzar una libertad pisoteada por la mente perversa del poder. Hoy aún existen muros visibles e invisibles ante nuestros ojos. Muros que deben caer, muros que tenemos que derribar.