lunes, 30 de marzo de 2009

El mejor amigo del perro

Todos los hombres son dioses para su perro. Por eso hay gente que ama más a sus perros que a los hombres.


Se lo encontró en la calle un día de lluvia. Era demasiado grande para su piso pero no podía dejarlo allí y decidió llevárselo. Se aclimató perfectamente en pocos días. Lo sacaba a pasear muy a gusto y le hacía gran compañía, justo el remedio perfecto para los momentos que se sentía especialmente solo. Una noche, mirando como dormía echado a sus pies, pensó: Sólo le falta hablar. A la mañana siguiente, cuando se estaba preparando el desayuno para ir a trabajar, escuchó como le llamaban por la espalda. Se giró, asustado por la posibilidad de que alguien se hubiera colado en su casa. Pero sólo estaba el perro. Perdona, no sabía como decírtelo sin que te asustaras. No podía cree lo que había oído de labios del animal. ¿Hablas? Sí, desde hoy. Llamó por teléfono al trabajo para excusarse de su ausencia con una burda excusa, pero hoy necesitaba pasar el día conociendo a su perro. Fue un continuo fusilamiento a preguntas. Su curiosidad no lo dejaba tranquilo. ¿Qué sentía? ¿cómo había sido su vida hasta ahora? y sobre todo ¿cómo era la vida de un perro? El animal fue muy paciente y contestó a todas sus dudas. Pasaron todo el día juntos. Fue el mejor día de su vida.

Al poco comenzaron las complicaciones. En principio, pequeños detalles: la marca del pienso que comía no le gustaba demasiado, el collar le apretaba un poco... cosas fácilmente solucionables. Luego las exigencias del perro fueron mayores. Creía que por la nueva dignidad que le confería el habla, no debía hacer sus necesidades en un parque, ni aunque fuera canino. Lo de comer en el suelo tampoco le parecía bien. Fue concediendo después de escuchar los argumentos del perro, todos sus deseos. En realidad, era razonable lo que pedía. Pronto, el perro también opinaba sobre él: ¿eso te vas a poner para salir? Bueno, allá tú. Córtate el pelo, te sentará mejor. Descubrió que el animal tenía una dialéctica aplastante y con un par de razones siempre le tenía que hacer caso. Una tarde al llegar del trabajo el perro tenía mala cara viendo la televisión. Al preguntarle, le dijo que el piso le ahogaba, que necesitaba al menos una habitación para él, que no quería seguir durmiendo en una cesta en la cocina. En esa actitud, comenzaron a discutir. La discusión subió tanto de tono que el hombre prefirió encerrarse en su dormitorio tras un sonoro portazo. Tras la puerta, el perro dio un ultimátum: como no se resolviera esta situación, se iba de casa, habría muchos mejores amos que tratarían mejor a un perro como él. A los días de este hecho, no lo encontró cuando llegó a casa. No estaba ni su plato de la comida, ni su cepillo del pelo. Había una nota sobre la mesa de la cama:
Por si no lo sabías he aprendido a escribir en estos días en que me he sentido tan solo. Me voy. No me busques. Que te vaya bien. Adiós para siempre.

jueves, 26 de marzo de 2009

Hace 3.500 años

Serán recitadas para ti las letanías del libro de lo sagrado; se te ofrecerá un sacrificio fúnebre y se depositarán ante ti las ofrendas prescritas. Tu corazón estarán en ti como lo estuvo cuando vivías en la tierra. Tú penetrarás en tu cuerpo como en el día de tu nacimiento. Avanzarás por la tierra y por la montaña del Oeste, y las danzarinas fúnebres vendrán hacia ti jubilosas.



Djehuty tenía el día muy ocupado, cargamentos de Punt y Nubia llegaban todos los días a Tebas y no podía descuidar su trabajo. El reinado de su señora, Maatkara Hatshepsut, soberana del Alto y Bajo Egipto, hija de Osiris, era próspero. Tebas era un hervidero. Llegaban incienso, oro, lana, marfiles y maderas nobles desde todos los lugares del mundo. Las obras públicas se alzaban poderosas como símbolo de la magnificencia de la primera de las nobles damas. Esta bonanza que rodeaba a la corte hizo que un hombre listo como Djehuty tuviera altas responsabilidades, sabiamente recompensadas por su señora. Con los ahorros obtenidos, el escriba decidió construirse una tumba que supervisaba personalmente. Él mismo dispuso la ubicación y la distribución de las salas. Pensaba que alguien como él, debía gozar en el más allá del mismo rango que se había labrado en vida, una vez que superara el juicio ante el padre de los dioses. Por eso, no escatimó en esclavos y artesanos para su última morada. Hoy debía inspeccionar personalmente la decoración de la cámara principal. Estaba orgulloso de su profesión y pensó que sería buena idea cubrirla con fragmentos del libro sagrado. Así los dioses enseguida lo reconocerían. Cuando llegó, el trabajo estaba casi acabado. Los jeroglíficos se ordenaban en armonía, tal y como había pensado. Un pintor retocaba los alargados brazos de la protectora diosa Nut. Sería la primera a la que vería tras su muerte terrenal.

Hace 3.500 años, Djehuty, alto funcionario de la reina-faraón Hatshepsut, fue enterrado en este sepulcro, en la necrópolis de Dra Abu el-Naga, cerca del Valle de los Reyes. 3.500 años que los jeroglíficos pintados en la cámara mortuoria no eran leídos. 3.500 años que nadie admiraba los ojos azules de Nut, la diosa del cielo. Hoy, 3.500 años después, la luz vuelve a esa cámara oscura y olvidada por el tiempo. El egiptólogo José Manuel Galán y su equipo que excavan en la zona desde 2002 han descubierto una nueva joya del arte egipcio, que se hallaba dormida bajo la arena y las rocas del desierto. No es la primera persona que pisa esa tumba en tantos años, ya alguien se encargó anteriormente de robar los objetos de valor que el escriba escogió para que le acompañarán en su viaje al más allá. El ladrón de tumbas se llevó el oro, pero no pudo llevarse la joya más preciada del ajuar: el bello ejemplar del Libro de los Muertos pintado en las paredes. Gracias a él, Djehuty, al fin y al cabo, no se equivocó y su nombre resucita hoy, 3.500 años después.

Imagen: Detalle del techo de la cámara principal de la tumba de Djehuty, descubierta en marzo de 2009.

sábado, 21 de marzo de 2009

Las viejas amigas

Niega tus deseos y hallarás lo que desea tu corazón.


De repente sintió que alguien le tocaba al hombro.

-¿Elena? -dijo con cara de seguridad.
-Sí, Susi... que alegría verte, cuanto tiempo.
-Desde el instituto, ¿cómo te va la vida?
-Bien, no me puedo quejar.
-No me digas que esta niña tan guapa es tuya.
-Sí, ¿te acuerdas de Pablo del instituto? Pues me casé con él.
-Estabais hechos el uno para el otro, no me sorprende nada.
-¿Y tú? ¿Estás casada? ¿Tienes hijos?
-Pues ni lo uno, ni lo otro.

Susi le contó a Elena su periplo por Asia como cooperante, una experiencia que le había cambiado la vida, y Elena, por su parte, le explicó la felicidad de ser madre y cuanto estaba enamorada de su marido. Se dieron los respectivos números de teléfono y se despidieron.

Qué bien reencontrarme con Susi, cuanto tiempo... parece una eternidad. La veo muy mona, un poco delgada, pero con la vida viajera que ha tenido, pues no me extraña. Yo creí que nadie cumplía los sueños de viajar que teníamos en el instituto. Pero ella sí, siempre fue muy dispuesta. Se la veía plena. Debe ser que cuando te dedicas a algo tan interesante, se te refleja en la cara. No es lo mismo que trabajar en una oficina. Donde va a parar... Y sigue soltera. Qué bien. Yo me casé demasiado pronto, siempre me lo digo. Me hubiera gustado aprovechar más la juventud, pero Pablo se empeñó y la niña vino enseguida. Ay, no digo que no esté a gusto, pero igual me hubiera ido unos años más tarde. No se puede hacer lo mismo siendo madre, que si la comida, que si el colegio... son responsabilidades que te pone la vida en el camino. Mira Susi, tan feliz, sin tener que dar explicaciones a nadie y volviendo a casa a la hora que le parece. Así tiene todo el tiempo para ella. Ya me gustaría estar en su pellejo un temporadita. Uy, el móvil. Dime Pablo (...) en el tercer cajón de la cómoda, sí, (...) está ahí seguro, mira bien. De todas formas, ya voy para casa. Adiós.

Cuanto tiempo hace del instituto y que cambiada está Elena. Normal, no me extraña, está casada, es madre. Eso hace madurar aunque no quieras. La he visto muy centrada, muy volcada en su niña. Qué linda... Es para estar orgullosa, pasear con tu pequeña. Ya me gustaría a mí verme así. Me siento muy sola, y no sé si esto lo pienso sólo para satisfacer un capricho. Tengo una edad, soy consciente, sin embargo hasta hoy no he encontrado a ningún hombre con el que me gustara tener un hijo. Ha habido muchos, pero ninguno con madera de padre. Elijo mal, estoy segura. También podría ser madre soltera, pero no sé si estoy preparada para soportar esa responsabilidad yo sola. Debe ser precioso abrazar un cuerpecito sabiendo que ha nacido de tu cuerpo, que ha estado dentro de ti. A Elena se la veía plena, muy contenta. Cuanto daría por cambiarme por ella aunque fuese un momento, que te esperen en casa, escuchar risas de niño... ¿Dónde tengo el móvil? Hola, que alegría escucharte (...) ¿esta noche? No, no tengo nada que hacer (...) Vale, pásate por casa y así me recoges. Un beso, guapo.

martes, 17 de marzo de 2009

Compañera luna

La luna le ha comprado
pinturas a la Muerte.
en esta noche turbia
¡está la luna loca!

Yo mientras tanto pongo
en mi pecho sombrío
una feria sin músicas
con las tiendas de sombra.

Luna, compañera de mis días, tu voz amable, tu serena presencia me conforta. Cuando en las noches salgo, es tu luz la que guía mis pasos temblorosos, rasgando el negro manto. Por las calles, siempre miro al cielo buscando tus encantos, seductora. Sólo así me siento confiado. Es tu luz pálida, blanca, intangible, la que me acaricia el rostro, secando mis lágrimas, dándome consuelo. Luna amiga, eres como el faro que avisa al barco entre las brumas de la madrugada para que no encalle. Te alzas altanera, con una sonrisa algunos días y con la cara seria otros. No podría pensar que me perteneces, absurda tontería, porque tu voz no tiene dueño. Has estado desde siempre ahí, con el poder que da la eternidad y cuando mi cuerpo insignificante muera, tú continuarás contando los pasos a los perdidos, como yo. Persigues mi rastro y cuando regreso a casa, rendido de sueño, la plácida luz de tu cara entra silenciosa por la ventana. No puedo engañarte, conoces mi alma. Me buscas entre las sábanas, me arrullas, me tapas, me quieres y me matas. Y en un sueño de luna quedo, dormido, sin habla.

Dedicado a los que, como yo, se dejan seducir por los encantos de la luna.


jueves, 12 de marzo de 2009

La ventana indiscreta

Nos hemos convertido en una raza de mirones. Lo que deberían hacer es salir de sus casas y mirarse hacia dentro para variar.



Día 1. Hace calor y encima tengo escayolada toda la pierna. Reposo y más reposo, y paciencia, me prescribió el médico. Y poca cosa más puedo hacer. Supongo que unas semanas sin trabajar pueden ayudarme a desconectar algo. Pero me aburro, no estoy acostumbrado a estar entre las cuatro paredes de este apartamento, que ahora se me antoja diminuto. Como estamos en plena ola de calor, las ventanas siempre están abiertas, como las de todos. Por ellas, veo todo el vecindario. Amas de casa haciendo sus faenas, chicos escuchando música, gente viendo la televisión. Rutina y rutina encerrada en sus casas. Y un par de tortolitos...

Día 2. El calor persiste. Después de un buen rato sin gran cosa que hacer, decido ver que hay de nuevo tras las ventanas de mis vecinos. La que ayer barría la casa, hoy hace la comida. Música alta en otro apartamento. Y el matrimonio de enfrente discute a gritos, aunque la atronadora potencia de la música ahoga sus palabras. Ella está metida en cama, igual que ayer. Debe estar enferma. Él llega al cuarto y comienza la trifulca. Ella ríe histérica, él golpea la cómoda del dormitorio. Se cruzan gestos y él sale dando un portazo como alma que lleva el diablo. Ella se lleva las manos a la cabeza en señal de dolor.

Día 3. La escena del matrimonio se repite con iguales consecuencias. Pasa algo en ese piso. Mientras alrededor, todo sigue igual. Duermo y como. Me aburro.

Día 4. ¿Dónde está ella? Ha desaparecido. Es extraño. ¿A dónde ha podido ir una mujer enferma? Quizá al hospital. Él se ve nervioso. Da vueltas por su casa, sin rumbo fijo. Y de repente, le veo envolver algo en papel de embalar. Parecen una sierra y un cuchillo grande, como de carnicero. No, no. No puede ser. Con ello hace un paquete que deja sobre la encimera de la cocina. Se marcha al salón. Apaga la luz pero sigue ahí. Veo el rojo incandescente de su cigarrillo. ¿Qué tipo de persona fuma a oscuras? Sólo un sospechoso.

Día 5. Su actividad se vuelve frenética. Ha traído cuerdas y está haciendo las maletas. Piensa dejar el piso porque lo ha empaquetado todo. Una vecina me ha chivado que su esposa se ha ido de viaje y que él se encontrará con ella más tarde debido a su trabajo. Bonita coartada. Sigue el trasiego. De repente coge un bolso de mujer. ¿Qué saca? Son joyas. Ninguna mujer se iría de viaje sin sus joyas. Se las guarda en el bolsillo del pantalón. No puedo llamar a la policía. No tengo pruebas.

Día 6. Habla por teléfono constantemente. Parece que alguien le espera. ¿Un cómplice quizá? Una empresa de transporte se ha llevado hoy un baúl grande de su casa. Voy a poner a prueba sus nervios con algo sencillo. Escribo una nota y la guardo en un sobre. Pido amablemente a una vecina que lo eche por debajo de su puerta. Cuando se da cuenta, abre el sobre y lee: ¿Qué has hecho con ella? Su cara se nubla en un instante. Mira hacia todos los lados sin saber quien se lo ha enviado. No puedo aguantar la excitación y casi tengo medio cuerpo fuera de mi ventana. No puedo perderme los detalles. Él se gira y me ve. Nuestras miradas se cruzan en un segundo eterno. Sale apresurado por la puerta. ¡Oh Dios mío! Creo que viene a mi casa...

Lo que se ve a través de una ventana puede ser espectacular. Arrasa con nuestra capacidad de discreción y activa toda nuestra curiosidad. Es como observar una obra de arte. Puede que la vida en sí de nuestros vecinos no sea demasiado interesante, pero el hecho de observar sin que lo sepa el que está siendo observado, es tremendamente atractivo. Dicen que sólo somos nosotros mismo en la soledad de nuestra casa, tal es el nivel de disfraz que usamos en nuestras relaciones con otras personas. Ver esa naturaleza real en la confianza de un hogar es el interés de espiar a través de una ventana. Desde que se estrenó La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954), las ventanas se han ido multiplicando. Si queremos estar al día, ya no basta el visor de la cámara que usaba L. B. Jefferies (James Stewart), ni la inocente sagacidad de Lisa C. Fremont (Grace Kelly). Es mucha la curiosidad que saciar y millones de ventanas se muestran a nuestro alrededor. Todo un gran vecindario global en el que hay misterios, matices, miserias y alegrías, nacimientos y por supuesto, sangre y muerte. Ni siquiera basta una vida para conocer todos los detalles de lo que pasa tras una ventana. Por mi parte, sigo espiando por la mía en busca de algo interesante que me saque de la rutina.

domingo, 8 de marzo de 2009

El crítico

Quien tiene derecho a criticar debe tener el corazón para ayudar.


Concluyo, con pesar, reflexionando qué clase de cine se hace hoy en día. Si se echa la mirada atrás se comprueba que esto no es cine, sólo una vergüenza. Buena sentencia, pensó. Releyó la crítica, corrigió la ortografía y la envió por correo electrónico a la revista que le publicaba. Sonrió satisfecho, porque sabía cuanto iban a doler estas palabras, a su juicio, totalmente merecidas. Se encendió un cigarrillo. Sólo le quedaba uno y a pesar de que era algo tarde, decidió bajar a comprar. En el portal de su piso, se encontró a una vecina. Se saludaron cortésmente con un rápido buenas noches. Pensó: gorda, más que gorda. ¿Quién se había conjurado contra él para que todas sus vecinas fuesen así de gordas? Hacía una noche fría pero despejada, odiaba el frío y además con las prisas no había cogido el abrigo. Se subió el cuello de la camisa enfurruñado. Enfrente de su piso, había una cafetería. El crítico no habría entrado en su vida en ella si no fuese por esta urgencia. ¿A quién se le ocurriría tomar algo aquí con lo sucio que está todo? La gente, verdaderamente, come lo que le echen. Compró su tabaco rápidamente en la máquina intentando aguantar la respiración. Salió aliviado. Un grupo de chavales se había parado frente a su bloque. Reían. Mientras los sorteaba, sólo podía pensar en cuanto había cambiado la juventud en esos años. Ahora no existen aspiraciones, ni inquietudes, sólo se dedican a pasarlo bien. Una generación perdida, suspiró. Ya en su piso, bajó la calefacción porque estaba demasiado alta y se metió en la cama. En la televisión no echaban nada bueno a esas horas. Dos pastillas para dormir y su almohada de plumas de oca, de la que nunca se podía separar. Pensó en lo escrito hoy. El público daría de lado a esa película, tal era su influencia. Se sintió orgulloso y se durmió. A pesar de que creyó que le esperaban dulces sueños, un mosquito con su zumbido le molestó toda la noche.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Groucho y yo

El problema de escribir un libro acerca de ti mismo es que no puedes andarte con bromas. Si escribes acerca de otra persona, puedes estirar la verdad de aquí a Finlandia. Si escribes acerca de ti, la más mínima desviación te hace dar cuenta de inmediato que bien puede haber honor entre los ladrones, pero que tú no eres otra cosa que un cochino mentiroso.


Apueste su vida, Groucho, hermano, de tendencia de ti mismo, sabio y guasón. Avaro por naturaleza, porque tú sabías lo que era que te faltara un centavo. Mujeriego de condición, a causa de una juventud llena de mujeres altivas y rechazos. Mente ágil, hija de la Ley Seca, hija de la Gran Depresión, de los arrabales de Manhattan. Te sacudes el polvo de las tournées por villorrios donde nunca ha pasado nadie. Gente con corazón de teatro en trenes desvencijados que recorren praderas interminables. Lugareños que cuestionan con malos ojos tus gestos más locos. Habanos baratos, bigote pintado, carcajadas sinceras, luces de candilejas y por fin grandes pantallas. Genio con ingenio ilimitado hasta las últimas consecuencias, libre personaje en un país encorsetado. Histrión de histriones de verso rápido, andares de ganso y lengua afilada. Te empeñaste en ser Julius y Groucho, pero en realidad sólo eras Groucho desde el nacimiento. Simplemente Groucho y también dos huevos duros.

A nadie le voy a descubrir a estas alturas la genialidad de Groucho Marx. Sencillamente es de esas personas que nunca, nunca, nunca debieran morir, aunque en esto la guadaña no hace distinciones. Acabo de terminar Groucho y yo (Groucho Marx, 1959), la autobiografía menos autobiográfica que jamás he leído. Quien quiera conocer una veraz tesis sobre él, éste no es su libro. Pero ¿qué importancia tienen los vulgares datos biográficos cuando se lee un discurso de gran Groucho? Pues ninguna. Sus anécdotas, inventadas o no, son divertidísimas. Dice en el libro que nunca en su juventud hubiera pensado que se iba a dedicar al espectáculo y es sólo gracias a un hogar demasiado humilde que buscó la manera de sacar algunos dólares en algo que no le supusiera esfuerzo alguno. Y pasó por los teatros de variedades de mala muerte, luego Broadway, el cine y finalmente la televisión, dejando en todos ellos su humor cínico y contestatario. También se atrevió con las letras, aunque renegara de su capacidad para ello. Hay personas que dejan su huella personal en todo lo que hacen y perdurarán en la posteridad, Groucho Marx es una de ellas. Estoy seguro.


Vídeo: Escena de Una noche en la ópera (Sam Wood, 1935).