miércoles, 31 de diciembre de 2008

El (re)cuento del año

¡Ah qué grande es el mundo a la luz de las lámparas! ¡y qué pequeño es a los ojos del recuerdo!


Siempre es lo mismo por estas fechas, repasamos como personas civilizadas lo bueno y malo que nos ha pasado en el año. Las alegrías, las despedidas, los golpes de suerte, aquel amigo que encontraste al cabo de los años, ese viaje que por fin hiciste... Un año da para mucho, pero luego tenemos la sensación de que se pasa volando. Risas, anécdotas para contar a los nietos o lágrimas amargas, hechos trascendentales o irrelevantes y rutina, mucha rutina. Yo tampoco me puedo abstraer de este rito. Y 2008 ha sido el año en que la isla de Capri se hundió para siempre en el Mediterráneo para dejar de existir. Y es duro dejar un hogar en el que habías vivido por largo tiempo para comenzar la aventura de buscar una nueva isla donde sentirse a gusto. Pero no me quedó otra opción si no quería sucumbir en el lecho marino. Hoy, 31 de diciembre, miro la puesta de sol y veo el agujero que dejó la isla, la ausencia perdida de lo que no pudo ser. Sin embargo no hay sitio para los gestos de dolor, ya no, la barca zarpó y sigo rumbo incógnito hacia el horizonte. Algunas noches me sigo acordando de las piedras de Capri, de las playas, del mar celeste a su alrededor, todo bajo la bruma de la duermevela. Por más que quiero no puedo recordar los arbustos de espinos o las rocas puntiagudas de la costa, que también existían. Ahora la isla sólo existe dentro de mí, idealizada, sin aristas, junto al resto de recuerdos.
La conclusión ante estos cuentos y recuentos suele ser la misma: que el año que entre sea mejor. Pero, procurad no ser conformistas con los deseos. No me gusta lo de "que me quede como estoy" porque si quiero algo en el futuro siempre esperaré que sea mejor que lo que tengo hoy. Luego ya la realidad se encarga de poner límites a las ilusiones, pero de momento a los deseos es mejor no ponérselos. Así que a todos los que un día tuvieron una isla y la perdieron:

FELIZ AÑO Y QUE EL 2009 NO PONGA LÍMITES A VUESTROS DESEOS.

Imagen: Puesta de sol desde Isquia, con Capri al fondo.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Día de Navidad

-¿Qué día es hoy, hermoso? -dijo Scrooge.
-¿Hoy? -repuso el muchacho-. ¡Toma, pues, el día de Navidad!


Se levantó el día de Navidad con ganas de no hacer nada. Con pasos pesados, se dirigió al salón para ver los restos que quedaron de la fiesta de anoche. El salón, como un campo de batalla, lucía un aspecto poco agradable, papeles en el suelo, copas a medio tomar aquí y allí y ceniceros llenos en cada rincón. La mesa, a la que se había retirado los platos tras la cena, seguía vistiendo su mantel lleno de migas con las servilletas hechas bolas encima. El árbol de Navidad apagado parecía desangelado con la luz de la mañana que entraba por las rendijas de la ventana. Subió de un tirón la persiana y esa misma luz cegó sus ojos medio cerrados por la resaca. Se dejó caer en el sofá y maldijo las navidades. Se dijo, gruñendo, que era la último vez que celebraba algo por Navidad. Aunque en el fondo sabía que esto no era cierto. El año próximo se volvería a liar con una fiesta similar. Pondría el árbol de nuevo y cocinaría y recibiría en su casa a aquellos a los que quería, como todos los años. Era imposible abstraerse a la Navidad. Se levantó con esfuerzo y fue recogiendo las copas que encontraba en su camino. Se sentó en la mesa de la cocina. El olor del café que se había calentado y el runrún del lavavajillas lo dejaron en trance. De repente, la alarma del móvil sonó. Abrió el SMS y leyó: FELIZ NAVIDAD. Ni siquiera se molestó en leer el remitente. Sonrió. Había merecido la pena.

Muchas felicidades a todos.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

En continuo movimiento

El hombre es una multitud solitaria de gente, que busca la presencia física de los demás para imaginarse que todos estamos juntos.


Sin dejar de movernos, anda cada cual con rumbo diferente. Esperando en masa que se ponga el semáforo, salimos a toda prisa. Raza nómada de seres que puebla cada rincón del planeta, de aquí a allá, habitando tanto el subsuelo como las áridas cumbres. Arremolinados, pacientes o impacientes, buscando a codazos el sitio que cada cual cree merecer. Itinerantes personas cruzando pasos de peatones que se cierran, quedando los rezagados a las ruedas de los rugientes coches que atraviesan las avenidas. Hombres y mujeres que llenan autobuses, tantos, que colapsan hasta rebosar todos los caminos. Atascos humanos en todas direcciones. Infantil muchedumbre sin voz, sin rostro, sólo con problemas, que camina perdida por las cuatro esquinas de la gran ciudad. Yo, también me muevo, soy uno más. Sigo los pasos del tropel de gente, haciéndome entender como puedo, sin conseguirlo la mayor parte de las veces. Miembro de una colectividad que no entiende nada, ni a mí, ni a nadie, porque un punto sólo juega un papel insignificante en una línea. Vamos y venimos, deambulando por las calles asfaltadas, como refugiados de una gran guerra, como exiliados de un país que ya no nos quiere. Elementos prescindibles que se arropan artificialmente para que la amargura de la soledad no prenda fuego en nuestros pechos. Por eso caminamos sin detenernos, cargados con bolsas o paquetes, como el camuflaje animal, para que en continuo movimiento parezcamos mayores y más importantes.

Finalmente, he vuelto de Madrid, con algunas cosas aprendidas y cierta esperanza en el horizonte. Nada sustancial, es cierto, pero posible en un futuro. Gracias a los que seguís leyendo y comentando en esta pequeña barca perdida en el mar.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Tragicomedia de los amantes

El corazón del hombre está hecho para reconciliar las más evidentes contradicciones.


- No sé como puedo soportar más tiempo esta situación. ¿Me merece la pena? No creo que haya sido para tanto eso que he dicho. Está exagerando, lo sé, pero cuál es el motivo para que se ponga así. Quizá ya no me soporte y explota en los momentos en que soy más vulnerable. Tal vez intente forzar la situación para que yo diga: hasta aquí llegamos. No lo sé. Lo más sensato sería que la tomara de las manos y nos sentemos ambos a hablar en serio e intenta llegar al fondo del asunto de esta discusión. Debería pedirle perdón si se ha sentido tan ofendida y dejarme de falsos orgullos. Tendrá sus motivos, aunque me gustaría conocerlos para que ese perdón fuera sincero. Eso haré... necesitamos hablar.

- ¿Cómo se puede quedar tan fresco después de lo que me ha dicho? Bueno, sólo lo ha insinuado esta vez pero yo sé que es lo que quería transmitir, porque ya son muchas indirectas como esa. Lo esconde todo bajo esa capa de ironía pero no se atreve a echarme nada en cara, como si yo fuese un ogro. Demasiado le estoy aguantando. Cuando hablemos querrá hacerme creer que no pasa nada, pero si no lo reconoce, me vuelvo loca. A lo mejor estoy siendo demasiado estricta. Muchas veces descargo toda mi frustración injustamente en él y sé que no se lo merece. Puede que ésta sea una de esas veces. Lo mejor sería sentarnos y hablar tranquilamente. Así es como solucionan los problemas los adultos.

Casi al mismo momento, ella y él decidieron derribar el frío muro que habían construido en su pequeño piso del extrarradio. Se encontraron cara a cara en el pasillo y, sin palabras, se fundieron en un emocionado beso. No fue necesario nada más. La paz estaba sellada.

Imagen: Estatuas al trasluz del palacio de Buckingham (Londres).

martes, 9 de diciembre de 2008

Los antros más bonitos del mundo

- Algunas veces, incluso si tienes las llaves, las puertas siguen sin poder abrirse, ¿no?
- Incluso si la puerta está abierta, la persona a la que buscas puede que no esté allí, Katya


Soledades alcoholizadas conviviendo en las barras de los antros más bonitos del mundo. Soledades a puñados, sumergidas en bourbon o en el relleno de la tarta de arándanos, soledades que duelen, aunque te encuentres en compañía, porque sólo es la compañía efímera de un bebedor solitario que por casualidad se coloca junto a ti. Bares llenos de historias, de duelos, de perdedores, de mujeres y hombres sin alma que dejaron sus llaves en un bote de cristal a la espera de que alguien las reclamara. Soledad del jugador de póquer bajo la mirada atenta del resto de oponentes con el corazón dividido en fichas con las que apostar cada noche, hasta que se acaben. Luces de neón que reflejan una voluntad perdida, caminos de asfalto cruzando desiertos que conducen de un lugar a otro, sin nombre, sin personalidad. Lo mismo una ciudad que otra, lo mismo un antro que otro. Y ante tanta desesperación, la esperanza de encontrar a alguien que recorra el mundo tan perdido como uno mismo, que vaya y venga por esos bares, sin rumbo y que por el más puro azar, tope contigo en la barra del siguiente bar.

Elizabeth (Norah Jones) necesita olvidar una ruptura, algo que no es nada sencillo cuando te has imaginado viviendo toda tu vida con la persona que ahora te traiciona. Jeremy (Jude Law) regenta un café donde los clientes entra y salen sin dar explicaciones. Arnie (David Strathairn) es un policía que no puede dejar de beber y se agarra cada día al consuelo de la barra de un bar. Sue Lynne (Rachel Weisz) vive encerrada en un pueblo, atada al hombre que la salvó, viendo como se le marchan sus oportunidades. Leslie (Natalie Portman) no quiere reconocer que ha perdido hasta la sombra de la mujer que fue en una mesa de póquer. Personajes, personas, como cualquiera otras, que luchan su vida como pueden en un mundo iluminado por frías luces de neón. Personas que ya no esperan nada pero que necesitan abrazos para no sucumbir.

Misteriosamente My blueberry nights (Wong Kar-wai, 2007) se estrena el día 12 de diciembre de 2008 en España. Digo misteriosamente, porque esta película abrió el Festival de Cannes en mayo de 2007 y ya se ha estrenado comercialmente en todo el mundo antes que aquí. Por eso, yo, y estoy seguro que el resto de seguidores de Wong Kar-wai, ya hemos visto esta película, antes de que llegue a los cines españoles. No sé cual es la razón de este retraso, pero le viene mal a una cinta que poco merece que la traten mal. He leído críticas durísimas: que es más de lo mismo del director chino, pero a mí que me den más de lo mismo si es como esto. Imágenes preciosas, banda sonora muy adecuada e historias adornadas tan bien como suele hacerlo Kar-wai. Un exquisito y lustroso trozo de tarta de arándanos esperando a ser pedido bajo las luces del mostrador.


PD: Por cierto, a los que me siguen en esta barca que vaga por el mar con rumbo insospechado, les aviso que no estaré demasiado disponible estos días. Estoy en Madrid, a la búsqueda de sabe dios qué. Aún así, procuraré actualizar lo antes posible pero no garantizo nada, espero que seáis comprensivos.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

El presentador de informativos

Los periodistas dicen algo que saben que no es verdad con la esperanza de que, si lo siguen diciendo, acabará siéndolo.


Esto ha sido todo por hoy. Para más información, consulten nuevas ediciones del informativo. Recito esto con mi mejor voz neutral. Sintonía final y focos fuera. Recojo mis folios, me quito el maquillaje en el camerino y me subo al coche sin decir una palabra a nadie. Este no era el trabajo que yo había imaginado. Me siento mal por quejarme, siquiera por pensar en quejarme. Cualquier compañero mataría por la silla que yo hoy ocupo. Eso sin contar a todos aquellos que sufren en trabajos precarios. No, no tengo derecho a quejarme, por eso callo. Hoy incluso, camino de casa, me han parado dos veces en la calle para felicitarme. Sigue así, lo haces muy bien o te vemos en todos los días. Palabras que deberían honrarme pero lo único que hacen es ahondar más en mi herida. Sólo cuento lo que me dicen. Yo únicamente pongo la cara y la voz a las noticias. A veces ni me interesan, pero debo poner cara de interés. Otras veces, sirvo de portavoz de medias verdades interesadas, insidiosas siempre hacia los mismos y que favorecen justo a los contrarios. Ni siquiera estoy de acuerdo con aquello que digo, pero leo y callo todos los días. Hoy hubiera gritado en medio de la emisión, pero no lo he hecho. Hubiera dicho que esa noticia no era del todo como la había leído, que hay grandes huecos que no somos capaces de tapar y temas que no interesan, que recibimos telefonazos con presiones para dar "otro enfoque" que sea más positivo. Hoy hubiera contado que cuando llego a mi casa abro la puerta y el gélido abrazo de la soledad me recibe todos los días. Lo hubiera dicho, pero no lo he hecho, soy cobarde, me confieso. Soy un cuerpo vacío, sólo una voz que lee. Soy un hombre sin contenido.

domingo, 30 de noviembre de 2008

La lluvia

Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados. Otras veces cae con furia, y uno piensa en los maremotos que se han tragado tantas espléndidas islas de extraños nombres.



Llueve, todo el fin de semana ha llovido. Las gotas incansables tamborilean los cristales de mi casa como un murmullo lejano que me llama a mirar a través de las ventanas. El cielo pintado de gris, rugiente, con nubes negras que indican que no parará de llover de momento. En esta situación, nunca puedo resistirme a sacar una mano por la ventana y dejar que se empape de agua de lluvia. Un manía tonta, pero siempre lo hago. Dejarse seducir por la lluvia es un tópico muy visto, lo sé, pero siempre me ha atraído irremediablemente. Los colores cambian con ella, la luz se vuelve taciturna, la tierra se moja y cuando deja de llover la vida le resurge a borbotones. Agua, que igual que es destructora, me inspira, me hace pensar, aunque nunca queda fruto de esa inspiración porque el hechizo de la lluvia desaparece instantáneamente cuando deja de llover. Podría hacer una relación infinita de evocaciones de la lluvia: los prados verdes, las montañas azotadas, la playa mojada, pero no sería nada original. Hoy lleva todo el día, son las fechas. He resistido al magnetismo triste de la lluvia y me siento contento.

No sólo quiero decir que llueve, que entra dentro de lo normal, sino que desde que se hundió Capri en las aguas de Mediterráneo y acabó para mí, los cielos suelen ser grises al otro lado de mi ventana, aunque a veces surgen rayos fugaces de sol que calientan mi cuarto. He recibido un premio Corazón salvaje de mi querida Lula Fortune, acompañados de unas palabras preciosas dedicadas a mí. No puedo olvidar dejar constancia de este amable gesto y darle las gracias por su afecto y fidelidad a esta isla inhóspita. Por eso, luzco ese corazón orgulloso, junto al mío y le dedico esta canción lluviosa que siempre me hace sonreír en tardes como hoy.


jueves, 27 de noviembre de 2008

Gloria a Gloria

Sobre la soledad hoy yo me desdigo

No hay soledad perfecta,
eso es un fraude;
ser y no estar (es duro)
ser y no estar con la persona amada.

Porque hay que estar, y ser junto a su cuerpo;
(poetas tristes dejaros de bobadas)
no decir: que la tarde y su presencia
en la ausencia
pasa a ser perfume de alborada...

Tan sólo la verdad es poesía.
La soledad, una cabronada.


Acababa de aprender a leer. Era, en esa época donde los cumpleaños se celebraban con tarta y caramelos y un montón de niños. No era el mío, sino el de una compañera de clase. Cada cual le dio su regalo y ella los abrió como una princesa caprichosa en una montaña de papel de envolver. Entre gritos y carreras de los demás, yo cogí un libro dejado entre el resto de regalos. En su portada, en grandes letras amarillas, ponía GLORIA FUERTES y ese nombre se me quedó grabado. Me pareció gracioso. Leí las primeras páginas. Nunca había leído nada igual, teatro en verso, pero es que nunca había leído nada, nada de nada. La fiesta acabó como todas las fiestas, con gracias dichas desde la puerta y cartuchos de golosinas para cada invitado. A la semana siguiente, volví a esa misma casa. No es que tuviera especial interés en jugar con esa niña, sino que quería terminar el libro. Mientras ella peinaba su muñeca, yo leía. Cuando terminé, me sentí como un conquistador español poniendo una bandera en una isla ignorada. Tuve consciencia, en ese mismo instante, de que era el primer libro que leía y que no sería el último. Como así ha sido.

Hoy, 27 de noviembre hace diez años que Gloria Fuertes murió. Su ausencia aún se nota, porque no existen escritores como ella. Gloria nacida para poeta o para muerto, escogió lo difícil y luego se murió. Gloria, poeta de los niños, y por eso ninguneada por los escritores de las altas cumbres, a pesar de que sabía ponerse seria y adulta, aunque seria no me la imagino nunca. Gloria, que nació para nada o para soldado, escogió lo difícil, ser apenas nada en el tablado. Pero lo que Gloria no se dio cuenta al escoger es que la nada es el todo de muchos, de demasiados. Pobres niños sin ti, maestra, pobres niños adultos sin tus letras, sin tu voz cascada en mil batallas, sin tus versos escritos en madrugada. Ya sin humo, sin historias, sin papeles arrugados, no hay soledad perfecta, tú misma lo dijiste, entre tantas cosas sabias. No hay soledad sin olvido tampoco, por eso, yo no te olvido, Gloria. Hoy, te cuento algo que seguro que te gustaría: aún me dura esa misma curiosidad que me llenaba el cuerpo cuando leí ese primer libro, me pasa impepinablemente cuando abro cualquier libro para leer. Soy afortunado por no perderla. Gracias Gloria.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Los juncos salvajes

No sabes como me pesa la juventud.


Érase una vez cuatro chavales desorientados en un pueblo de Francia. Érase una Francia embarcada en una guerra injusta, como son todas las guerras, donde había franceses patriotas y no patriotas. Érase una comunista asustadiza, una militante que no podía ser consecuente con sus principios fielmente asimilados. Érase un chico enamorado sin quererlo de otro chico. Sólo es cobarde el que no se acepta, aunque sea frente a un espejo de madrugada. Érase un soldado desertor que murió y se convirtió en un héroe nacional. Érase un hermano que quería emular a este soldado, pero finalmente él sí que desertó de su loca intención. Érase unos exámenes de graduación, que los convertirían en adultos, para siempre, por el mero hecho de aprobarlos. Érase una edad sin piedad, unos años que pesaban como el fluir de un río en agosto. Érase unos juncos a la vera de ese río, juncos salvajes, que afrontaban vientos arqueando sus tallos. Pequeños pero dignos, flexibles y resistentes. Los juncos salvajes pueden no importar a nadie pero siempre sobreviven.

Los juncos salvajes (André Téchiné, 1994) es una película sobre la adolescencia y lo puñetera que esta edad es para los incautos muchachos. Porque sólo hay una manera posible para hacerse adulto: recibir palos; palos de la vida, de tus amigos, de tu país e incluso de ti mismo. Aprendemos a madurar a base de probar, comprobar, fallar y volver a intentarlo. Así se descubre el amor, los principios, el sexo, la fuerza y en general todo lo que merece la pena en la vida. Esta película trata un campo amplio de inquietudes juveniles centradas en un internado francés durante la sangrienta guerra de la independencia de Argelia. Más allá del tema, que a cada cual le puede recordar su propia biografía, Los juncos salvajes recrean muy fielmente una edad, que más allá de modas, es tristemente complicada. Además, la película se adorna con canciones pop francesas de los 60 y una ambientación muy sugerente.
No me resisto a poner aquí, para que podáis todos leerla, la fábula de La Fontaine, que en la película comentan en clase de literatura y de la que deriva el título.

El roble y el junco


El roble le dijo un día al junco:
Es normal que acuse a la Naturaleza
para usted un reyezuelo
es una carga pesada.
La menor brisa que arruga
la cara del agua
hace que la cabeza se le arquee.
Sin embargo mi tronco,
como el Cáucaso mismo,
no contento con detener los rayos del sol
es capaz de afrontar una tempestad.
Lo que para usted es un huracán,
para mí es una brisa.
Si creciera a la sombra del follaje
donde yo cubro a mis vecinos,
no tendría que sufrir,
le defendería de la tormenta,
pero nace en los húmedos bordes
del reino de los vientos.
La Naturaleza es injusta con usted.

Su compasión, respondió el junco,
nace de un buen sentimiento,
pero no se preocupe,
a mí los vientos no me abruman,
me inclino y no me rompo.
De momento, usted ha resistido
golpes tremendos
sin tener que doblar la espalda,
pero al final ya veremos.
Cuando dijo estas palabras,
del horizonte sopló con furia
el más terrible viento
que el Norte hubiera llevado
jamás hasta allí.
El roble se mantuvo erguido,
el junco se inclinó,
el viento redobló sus esfuerzos
y arrancó de raíz
aquél que del cielo
estaba mucho más cerca
y cuyos pies se hundían en la tierra.

Fábulas (Jean de La Fontaine, 1668)


sábado, 22 de noviembre de 2008

Los pros y los contras

El hombre se descubre cuando se mide con un obstáculo.


Una taza de café recién hecho, un lápiz afilado y un folio en blanco... Todo listo. Empezaré por lo malo:

LISTA DE CONTRAS
  • En ocasiones, no me entiendo bien con ella. Hay determinados temas que es mejor no tocar si no queremos comenzar a pelearnos.
  • Tiene un gusto musical infame. Ir con ella en el coche es un suplicio para los oídos. Tampoco coincidimos ni en libros ni en el cine.
  • A veces, la he pillado husmeando en mi móvil. Eso sólo es desconfianza, nunca podré estar con alguien que desconfía de mí tan abiertamente.
  • No se lleva bien con mis amigos. Hace un esfuerzo, eso sí, pero procura que no coincidamos con ellos cada vez que puede.
  • Siempre tiene una palabra, acompañada de un gesto de desaprobación, para la ropa que me pongo.
  • Se preocupa tanto por mí, que algunas veces es como si mi madre hablara por su boca...

Estoy demasiado negativo, dejo los contras y me centro en lo pros:

LISTA DE PROS

  • Me gusta.

Leí estas dos palabras escritas en el papel. Trazos sencillos que contenían mucho. De pronto, me dio un enorme sentimiento de culpabilidad, porque los contras estaban escritos desde mi más oscuro egoísmo. Ahí delante, este descompensado balance me observaba con cara de reproche. De repente, afloraron en mi cabeza, miles de argumentos que neutralizaban los contras. Yo, que siempre me había preciado de ser racional, mi racionalismo me había jugado una mala pasada, porque hay cosas que no se pueden analizar como si fueran datos contables. Me gusta, la quiero, eso es todo, es el principio y el fin de esta historia y el resto es accesorio. Los sentimientos no se explican, no se interpretan, se tienen o no se tienen... Puse la palma de la mano sobre el folio y lo arrugué haciendo una bola con mis pros y mis contras. Llevé la taza al fregadero, me guardé el lápiz y tire esa bola con el resto de desperdicios dentro del cubo de basura.

martes, 18 de noviembre de 2008

El perro de Pávlov

Me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba...


Después de unos días de experimentos, el perro de Pávlov se sentía aburrido:
Estar encerrado en una habitación, después de la primera emoción, es verdaderamente aburrido. Además hay un cristal en ella por el que creo que me vigilan. No sé muy bien a dónde quieren llegar y qué conclusiones pueden sacar de un perro encerrado en un sitio. A mí me da lo mismo, me alimentan, que es lo acordado. Sin embargo se han empeñado en tocar una campana momentos antes de que me traigan la comida. Debe ser una costumbre de los científicos. Me es totalmente indiferente, porque en este cuarto lo único productivo que puedo hacer es dormir y la campana me despierta listo para el almuerzo. No me quejo en absoluto, pero podrían haber elegido un sonido más agradable. No sé, Las cuatro estaciones de Vivaldi o algo de Mozart, por ejemplo. Si la campana me pilla dormido, me levanto de muy mal humor para comer y en este estado no se disfruta ni el mejor manjar. Si soy sincero, estoy empezando a odiar la campanita esa, porque es lo único que oigo a lo largo del día y es un sonido estridente y desagradable. En buena hora me embarqué en esta aventura. Le tenía que haber hecho caso a mi madre, que para estas cosas es muy sabia. Pero como me dejo influenciar por cualquiera que me causa buena impresión, así me luce el pelo. No soy yo de quejarme pero debería pedir el libro de reclamaciones por el asunto de la campanita. Aunque antes voy a echar una cabezada porque pronto vendrá el servicio de habitaciones con el menú del día.

Iván Pávlov fue un científico ruso que a finales del siglo XIX y principios del XX expuso la ley del reflejo condicionado, a la que llegó a la conclusión a través de una serie de experimentos con perros. La idea era sencilla, primero se observó que los perros salivaban abundantemente cuando se les mostraba comida o incluso únicamente el olor de ésta. Ocurría lo mismo cuando se les acercaba la persona que normalmente les daba de comer. Pávlov creía que esto se producía porque el animal lo relacionaba con la comida. Pero ¿y si usaban un estímulo neutral como el sonido de una campana? Día tras día tocaban la campana antes de dar al animal su comida. Y si bien nada ocurría con la campana, finalmente, el perro ya salivaba con el sólo hecho de oír ese sonido. Es decir, le había condicionado sus reflejos. Lo que Pávlov demostró, luego se aplicó a la psicología humana llamándose condicionamiento clásico o pavloviano.

El sabor de una magdalena, ese gesto de tocarse el pelo que sólo ella hace, la conversación que mantienen los protagonistas de esa película que tantas veces he visto, frases de un libro que leí cuando pequeño o los acordes de esa melodía que no puedo sacarme de la cabeza. Pequeñas imágenes, incluso flashes, que se quedaron prendidos de mi cerebro junto con una sensación. Estímulos que producen en mí reacciones en forma de sentimiento. Es un mecanismo simple, veo una escena de mi película favorita y enseguida me transporto al momento en que la vi por primera vez e invariablemente siento lo mismo cada vez que por casualidad la vuelvo a ver. Y así se produce una y otra vez, como la campana del perro de Pávlov, como la magdalena de Proust. Es curioso lo previsible que soy. Aunque me crea un autómata sofisticado, mis humildes engranajes de latón giran uniendo un diente a otro, una y otra vez, sin mayor misterio.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Las esperas

Espera, que sólo el que espera vive. Pero teme el día en que se te conviertan en recuerdo las esperanzas.


Un, dos, tres pasos, miro el reloj, deshago lo andado, uno, dos y tres. Vuelvo a estar en el mismo lugar. La esfera del reloj brilla con la luz de la ciudad, el segundero va exasperantemente lento y el aire se me escapa de la boca en forma de suspiro. Me dedico a observar a la gente que viene y va. Por mero entretenimiento, pongo la oreja en una conversación ajena. Nada trascendental. Espero. Siempre me hace esperar. Espero y espero tantas cosas, pero hoy de momento, la espero a ella, que se retrasa. Me fastidia, pero sé que se me pasará cuando entre la muchedumbre reconozca su cara. Será como apagar un interruptor. Miro mi silueta reflejada en el cristal de una tienda. Coloco bien los cuellos de mi camisa y sigo esperando. Saco el móvil del bolsillo y lo miro con desgana. No ha llamado, ni me ha escrito para decir que no venía. Lo guardo. Miro el reloj, sólo un par de minutos desde la última vez. Sigo con la rutina, un, dos y tres pasos. Me paro, suspiro. Otros tres pasos. Levanto la vista y la veo venir, apresurada. Con el bolso resbalándose de su hombro, a paso rápido. Cruzamos las miradas, me sonríe y le devuelvo la sonrisa. Siento que toda la espera ha valido la pena.

Esperamos y esperamos. Esperamos a gente, a que ocurre un hecho concreto o simplemente a que pase algo que no saque de la rutina. Nos pasamos la vida de espera en espera. A veces aguardamos con temor a que se cumplan nuestros peores deseos y otras que vengan tiempos mejores. Miramos el futuro con esperanza o con incertidumbre, da igual, pero nos pasamos la mayor parte del tiempo esperando. Hombres y mujeres a la expectativa, por no saber que va a ocurrir. Siempre ha sido así y así seguirá para siempre hasta que no haya tiempo. Esclavos de un futuro que nadie puede conocer. Nos comemos las uñas en una inmensa sala de espera. ¿Dónde estará el tren? ¿Qué pasa que no viene? ¿Por qué no llama? Preguntas esperadas. Sea con la quietud de las estatuas o con nerviosismo, vivimos en un mundo esperante, expectante, espectador...

sábado, 8 de noviembre de 2008

Un hombre entre dos trópicos

Las estrellas brillan tan claras, serenas, remotas. No se burlan de mí precisamente, sino que me recuerdan a la fatalidad de todo. ¿Quién eres tú, muchacho, para hablar de la Tierra, de hacer volar las cosas en pedazos? Muchacho, nosotras hemos estado suspendidas aquí millones y billones de años.


Henry se pateó todo Nueva York en busca de un amigo, no porque se sintiera sólo sino porque necesitaba pasta. Daba igual quien fuese con tal de que aflojara el dinero sin que diera la tabarra mucho tiempo. Dejaría esta ciudad de mierda, se dijo, en cuanto reuniera el dinero suficiente como para sacarse un pasaje, sea en avión, en barco o en submarino. Cualquier cosa para salir de la pestilencia de Nueva York. Ni todas las fiestas, ni todas las mujeres del mundo con las piernas abiertas podrían convencerlo de lo contrario. Las luces iban encendiéndose poco a poco, dando a las cosas que alumbraban un halo mortecino. Se miró la cara en la luna de un escaparate y vio a la muerte posada sobre él como una polilla. Debo marcharse, o esta vida que apenas retengo por los pelos, me abandonará como si fuera un perro pulgoso. ¿Cuál es mi destino? Cualquiera, quizá me iré al trópico o a una isla del Mediterráneo. Quizá me interne en África y allí me pierda. Cualquier sitio es bueno con tal de huir. El mismo infierno no creo que sea peor.

Henry Miller era un hombre muy singular, inteligente, caótico, destructivo y autodestructivo, cínico, obsesivo e irracional. Muchos de estos calificativos podrían ser negativos en cualquier persona pero en Miller conformaban una personalidad diferente, atrayente y aborrecible a partes iguales. Tuvo miles de trabajo: profesor de piano, sepulturero, vendedor de enciclopedias, jefe de personal de la Western Union, peón de rancho... todos ellos realizados sin ninguna vocación y con un único objetivo: obtener dinero para vivir una vida bohemia y caradura que se le debía, según creía él mismo, por derecho propio.
Dos ciudades, como los dos Trópicos, marcaron su vida: Nueva York y París, como un doble binomio, odio y amor, un hogar aborrecido y un paraíso adorado. Trópico de Cáncer (1934) está dedicado a París. No cualquier París, sino esa ciudad objeto de fascinación de la colonia de escritores e intelectuales que el destino reunió allí. El París de los 30, que descubrió con su esposa June y que era un país de las maravillas poblado por animales tan exóticos como Anaïs Nin, Lawrence Durrell, Ernest Hemingway o Tristan Tzara. Trópico de Capricornio (1939) se sitúa en Nueva York durante los años 20. El joven Miller, pasando de un trabajo a otro, de una fiesta a otra y de una mujer a otra, ve como su vida también se transforma, amamantada por su propio veneno. No son libros típicamente autobiográficos, sino un vómito de pensamientos arrojados sin el menor filtro, escritos desde el instinto, desde el puro subconsciente, caóticos e inmorales pero tremendamente clarificadores, honestos y reales. Algo de lo que todo tenemos dentro y no nos atrevemos ni siquiera a pensar, pero que existe. Eso que nos da miedo reconocer y que nos afanamos por ocultar de cualquier mirada exterior. Algo, que si somos sinceros, reconoceremos y que corta cualquier racionalidad e inocencia como la línea de los trópicos corta la Tierra.

Imagen: Portada de Trópico de Capricornio (Panther Books, 1964)

martes, 4 de noviembre de 2008

Barack & John

Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería.


Las elecciones siempre son complejas; múltiples elecciones que todos tenemos que tomar a diario, sin saber cuáles serán sus consecuencias últimas. Elecciones con motivos o sin ellos, decisiones reflexionadas o surgidas improvisadamente. Todos andamos pendientes de ellas, bien sean para decidir algo tan colectivo como un presidente o algo tan modesto como lo que comerás hoy en el almuerzo. Nos exhortan diciendo que seamos consecuentes, responsables, que en nuestra decisión está el futuro, aunque pensemos que nuestra pequeña contribución poco aportará a que se cambien las cosas. Yes, we can, nos dicen, únicamente porque les hace falta nuestra papeleta, que una vez dada se guardará en el trastero con el resto de votos viejos. Siento sentirme escéptico, democráticamente escéptico, aunque comulgo cada cuatro años, por sentirme incluido dentro del mal menor. La democracia, una vez perdida la ilusión, se convierte en un sistema monótono y gris, por más que los contendientes nos intenten insuflar ánimos para que salgamos ese día del caparazón y demos nuestra confianza a alguno de ellos. En cualquier caso, decido decidir, aunque mi decisión se mezcle como una gota de agua en un océano, porque sé que una pequeña cabeza de alfiler poco tiene que pinchar en los grandes asuntos.

Hoy, 4 de noviembre, se elige al presidente de Estados Unidos y se vuelve a montar toda la parafernalia que surge alrededor de esta elección. Cabeza de potencia, nuevo emperador del universo, señor más industrializado, ciudadano número uno del mundo o cualquier calificativo imaginable cabe para el que salga elegido. El mundo contiene la respiración por lo que decida un país. Barack o John se verán con las riendas de un lugar, a mi juicio, tremendamente difícil de gobernar. Estados Unidos es el país de los rifles en las mesillas de noche, pero también el que vio surgir el movimiento hippie. Es la tierra del cinturón de la Biblia y el creacionismo pero también el paraíso del porno o de la Babilonia hollywoodiense. Es sinrazón en la cual el Partido Nazi de América (sí, existe) ha pedido el voto para el candidato negro. Es desierto y catarata, es llanura y rocosas, costa este y oeste. Una bomba de relojería con bienintencionada conciencia de policía y que luce orgullosa sus galas morales y religiosas. Estados Unidos de colores, de barras y estrellas, de dólar y de petróleo, democráticamente republicano y republicanamente demócrata. Si tuviera que votar allí, supongo que sabría lo que hacer, pero ajeno a tanto Dios y a tanto Washington, declino decantarme. Estoy harto. Esta es mi elección.

viernes, 31 de octubre de 2008

El vigilante de museo

Un cuadro de un museo es, posiblemente, el que tiene que escuchar más tonterías en todo el mundo.


Se levantaba todas las mañanas feliz y se iba al trabajo. Cuando se abrían las puertas, él siempre estaba en su puesto. Sus jefes felicitaban esta solícita actitud y sus compañeros estaban escamados con él, porque los hacía más vagos de lo que ya eran. Siempre vigilaba la misma sala, la VII, de un pequeño museo. No había grandes cuadros en la colección, pero en su conjunto no estaba mal. Cuando la sala se vaciaba de visitantes, que por su poca afluencia era a menudo, el vigilante realizaba siempre la misma acción: se paraba frente a un cuadro en concreto. Era algo más que una mera preferencia, verdaderamente amaba ese pintura y ni siquiera prestaba atención al resto de las que adornaban la sala. Repasaba cada día con su vista el marco, dorado y con espigas, con un recargado cartel en su base que lo titulaba con letras de molde: El rapto de Europa. Contemplaba los reflejos de la luz en el agua, las texturas de las telas y las expresiones de sus personajes: las damas horrorizadas, el toro con expresión pícara y la dulce Europa a sus lomos que miraba fijamente al espectador. Prácticamente nadie más le prestaba ninguna atención. Los guías turísticos se centraban en otros cuadros de la sala y salvo alguna mirada de soslayo, el vigilante era el único a quien Europa observaba. Esta situación, por otra parte, le agradaba mucho.
Pero todo cambió con una visita sorpresa al museo de una cantante muy famosa, que el vigilante casi no conocía. Rodeada de toda una corte de autoridades y asistentes, recorrió una sala tras otra y apenas estuvo 3 minutos en la VII. Todo hubiera sido más o menos normal, no más allá de una simpática anécdota, cuando a los pocos meses esta misma cantante publicó un disco cuya portada era El rapto de Europa con su cara en lugar de la desdichada raptada. El disco fue un éxito planetario y se hizo tremendamente popular. El director del museo se frotaba las manos con el negocio y, verdaderamente, las visitas aumentaron aunque sólo fuese por la curiosidad de ver el original. La sala VII se convirtió en la joya de la exposición y ahora los guías guardaban su mejores explicaciones para el cuadro. Sesudos profesores discutían frente a él sobre la calidad de la luz o la técnica del pintor. El vigilante, por su parte, comenzaba a echar de menos los pasados momentos de intimidad con el cuadro.
Un día de invierno, la sala se quedó de pronto desierta, como solía ocurrir anteriormente y el vigilante aprovechó la ocasión para echar un vistazo. Todo le pareció diferente. Donde antes había genialidad, ahora veía burdos brochazos, rostros inexpresivos y colores planos. Europa ya no le miraba de igual manera porque donde debían estar sus ojos sólo había unas cuencas vacías. Sin poder soportarlo, se acercó a la esquina donde tenía su mochila y con el cuchillo con el que se pelaba la manzana de la merienda, rajó el lienzo de arriba a abajo. Cuando la policía lo interrogó, confesó de plano sin escurrir el bulto. En el fondo sabía que había hecho bien.

domingo, 26 de octubre de 2008

El tiempo cambiado

No hubo tiempo alguno en que no hubiese tiempo.

Estoy en 5 minutos, aunque esto no signifique nada, porque esos 5 minutos pueden ser 5 y parecer 5 horas o 5 siglos. Tic tac, tic tac, insoportable sonido que no cesa. No hay nada que pare el tiempo, sea una hora ligera o pesadas gotas de tiempo que caen lentamente. Días, horas, minutos, segundos, décimas o milésimas de segundo, todo en una irrefrenable cadena que no tiene fin. Ni la vida detiene el tiempo, porque nuestro tiempo puede acabar pero la vida sigue para el resto. El paso del tiempo nos envejece, oxida nuestras células y las va matando progresivamente, interesante milagro biológico, que se ha repetido de generación en generación y lo seguirá haciendo. Pasado, que guardamos en una caja de plomo dentro de nuestra cabeza, presente instantáneo que cuando lo procesamos ya no es presente y futuro que no llega. No hay flashbacks como en el cine, ni hay botón de pause. Nada detiene esta línea que como un raíl de tren sigue su viaje implacable. No quiero ni hacer referencia al llamado tiempo interior, que es solamente una patraña propia de filósofos y poetas. El tiempo real lo marca el reloj, da igual si es el único con el que contamos o si tenemos todo el tiempo del mundo. Su trabajo es hacer pasar el tiempo por su esfera y nada más, sin responsabilidades de ningún tipo.

Esta madrugada hemos cambiado en Europa al horario de invierno. Los días se hacen más cortos en pos del ahorro de energía o eso nos dicen. Es curioso como este día al año retrasamos sin ningún rubor una hora de nuestros relojes para darnos cuenta de que el tiempo no es nada, lo hemos inventado nosotros. Los relojes marcan la vertiginosa sucesión de segundos. 31.556.952 segundos al año. Una vida de 80 años son 2.524.556.160 segundos. Cifras sin sentido porque muchos segundos son desperdiciados, enviados al pasado como los desperdicios de la comida a la basura. Marcamos límites temporales, llevamos un horario, miramos el calendario para citas y aniversarios. Estamos condicionados por el tiempo y por más que queramos que pase rápido o lento, el tiempo no se detiene. Dueños o esclavos, todos, de este singular sistema.


Vídeo: lo mejor para dejar pasar los segundos es disfrutar de canciones como ésta: Just in time de Nina Simone, en directo, en The Village Gate de Nueva York (1961).

miércoles, 22 de octubre de 2008

El crepúsculo de los dioses

Conozco su cara. Es usted Norma Desmond. Antes trabajaba en las películas. Era una de las grandes.
Yo soy grande. Son las películas las que se han hecho pequeñas.


No necesitábamos diálogos, teníamos expresiones. El diálogo es un continuo bla bla bla que entorpece el carisma, la emoción... y se quedó mirando hacia el infinito con una pausa dramática. El guionista la miraba atónito, una mujer anclada en gasas, prisionera del salón gótico de aquel mastodonte de casa de Sunset Boulevard. Sólo cuando él desvió la mirada, por aburrimiento de esta situación, la gran diva volvió a la carga. Habló de sus admiradores, de las miles de cartas que aún recibía e incluso de aquel príncipe indio que se ahorcó, sólo por no obtener los favores de la actriz. Le contó sus alocados planes de regreso, necesitaba reconquistar a esos espectadores que no perdonaron su retirada la última vez. Me estaba hablando con una pasión desmedida que poco ocultaba su desesperación. Se recostó graciosamente en la chaise longue y pidió a su mayordomo champán frío y caviar. Había que celebrarlo. Siempre había preparado champán y caviar en la casa, probablemente era los únicos alimentos que se guardaban allí. No cabía en su cabeza que no se hiciera la Salomé que suponía su fulgurante reentré, que a nadie le interesara ni ella, ni su guión, más que como curiosas piezas de museo. Entrechocamos las copas y a voz en grito exclamó: ¡Por nosotros! Un escalofrío me recorrió el cuerpo, por ese brindis mi destino se unía macabramente al de Norma Desmond.

La decadencia es difícil de llevar. O al menos es lo que nos muestra El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950). La estrella que se apaga poco a poco, siendo inconsciente de su propia limitación, no quiere creer que el futuro le depara únicamente miseria y olvido. Un mundo que lanza rápidamente al estrellato a los incautos, consecuentemente, es la locura la única salida posible. Una locura trágica, que consiste en ansiar la vuelta del pasado, algo que las leyes de la Física hacen del todo imposible. Pero esa era también la grandeza de Norma Desmond (Gloria Swanson), creer que su sola presencia podría hacer capitular las leyes del universo. Aunque seamos totalmente ajenos a los delirios de grandeza de una actriz de cine mudo, todos conocemos Normas Desmonds. Tantas hay, como sus muchos retratos altivos en la mansión de Sunset Blvd, multitud de gente que se autoengaña, que se cree sus propias mentiras, que se da aires sin ser nada, que se hieren en batacazos no aceptados desde lo alto. El cacareado fin del capitalismo y su crisis de castillos de naipes, el declive del imperio americano, las numerosas edades de oro, los matrimonios perfectos, los negocios del siglo... todas son realidades que esconden su arrugada piel en tules y lentejuelas, clamando tiempos mejores. Bajan señorialmente la gran escalera preparados para un primer plano que no puede aguantar.


Vídeo-montaje con escenas de este clásico del cine.

sábado, 18 de octubre de 2008

No sólo huesos

Podrán golpearme, romperme los huesos, matarme, tendrán mi cádaver, pero no mi obediencia.



Huesos, 206 huesos, tibias, rótulas, esqueletos mondos o llenos de polvo, todos iguales, como los huesos de todos, con el mismo destino, descansar para ir desintegrándose y convertirse en tierra y olvidarse en el subterráneo del mundo que existe encima de ellos. Todos los huesos son iguales, cráneos de desaparecidos argentinos o chilenos, largos fémures judíos, bosnios, musulmanes, kosovares o georgianos, costillas tibetanas, camboyanas o guatemaltecas, columnas armenias o ruandesas. Todos, antaño llenos de vida, hombres y mujeres murieron y fueron ocultados por órdenes de los represores, de los intolerantes, de los malditos que pensaron que era más fácil acabar a tiros con los que pensaban diferente, con los que les incomodaban. Y escondieron esos huesos como pruebas de sus crímenes, en cunetas, en pozos, en agujeros, para que, sin nombre ni razones, fueran olvidados y se deshicieran en la tierra para siempre. Por eso, las generaciones no pueden olvidarlos, porque hacerlo sería cumplir la voluntad de los dictadores, reyezuelos, militares salvapatrias, algunos de los cuales descansan, curiosamente, en tumbas de mármol. Se lo debemos a los hijos, a los nietos, a las familias de los que buscan esos huesos, a los que no dejaron llorar la muerte de sus seres queridos, a los que sufrieron la persecución sólo por estar próximos a los que hoy son sólo huesos.

El 16 de octubre de 2008, un auto del juez Garzón ordenó la apertura de 19 fosas comunes de represaliados del régimen franquista, como parte de un sumario por Crímenes contra la Humanidad. Se estima según los documentos aportados que la cifra puede ascender a 114.266 personas que desaparecieron entre el 17 de julio de 1936 y diciembre de 1951, de las que casi un tercio fueron asesinadas en Andalucía. Obviamente, los responsables de dichos crímenes ya son huesos también y el peso de la ley llega tarde para ellos, pero al menos las familias podrán localizar a los que fueron enterrados para ser olvidados. No entiendo ni los silencios cómplices, ni las negativas interesadas a un acto de sentido común como esta mínima reparación para los que las heridas no podían cicatrizar.

martes, 14 de octubre de 2008

Besos sin sentido

No hay cosa tan terrible como la desgracia de perder la inocencia.


Estaba leyendo y me plantó un beso en la cara. Me miró pidiendo que la correspondiera y besé sus labios. Necesito una ración de éstos todos los días, ya lo sabes, luego vuelvo a por más, me dijo y se marchó a la cocina. La vi irse por encima de las gafas sin decir nada, aunque todas las preguntas seguían sin respuesta dentro de mí. Sentí como esos besos ya no significaban nada, los daba y punto. Eran parte de la rutina. Reconozco que algunas veces los recibía o daba con gusto, porque es agradable la sensación de besar, pero en este momento habían perdido toda razón de ser. Me molestaba pensar así, porque ella aún me miraba con ojos luminosos cuando acercaba su boca a la mía. Yo lo sabía y no era capaz de rectificar. Podría confesárselo, pero eso suponía acabar con todo y ella no lo soportaría. Sin embargo, estaba siendo injusto, porque nadie se merece unos besos huecos, como los que yo le daba. Era una mala persona por estar haciéndole daño precisamente a ella, por no contarle, por continuar besándola sin ganas de hacerlo, por no reconocer que todo había terminado aunque fuese en mi interior. Ahora volverá y me haré el ocupado, me buscará y cederé y así todo seguirá aparentemente bien. Pero no lo está. Antes era mucho más sencillo, amor sin condiciones, besos nacidos del puro sentimiento, gestos inocentes, sin calibrar. Hay personas que pierden su inocencia cuando comienzan las responsabilidades, con el primer hijo o con el primer trabajo o cuando descubren que el mundo no es el lugar que nos describen los cuentos de hadas. Yo perdí la inocencia cuando dejé de amarla.

sábado, 11 de octubre de 2008

Los premios literarios

Todos los premios literarios son una suerte, dan tiempo y suponen una motivación.



Y se ha distinguido con el Nobel de Literatura de 2008, a Jean-Marie Le Clézio, escritor francés [...] La correcta pronunciación francesa de la presentadora del informativo me hizo gracia. Le Clézio, me suena, veamos. Me dirigí a la estantería y como no uso ningún orden en la colocación de mis libros, empecé a pasear frente a ella. Hummm, me suena, me suena, Le Clézio, pero fue inútil. A veces parece que los libros se me esconden y no quieren ser encontrados. Derrotado, desistí y me marché a cualquier otro lugar. Pero éstas son las típicas tonterías que, si me ocurren, me ocupan la cabeza todo el día y hasta que no lo soluciono, no me quedo tranquilo. A las dos horas volví, totalmente decidido a encontrar el libro, pero diez minutos después acabé harto de revolver y con el firme propósito de ordenar de alguna manera este caos. Finalmente, me olvidé del Nobel. Pero esa noche, una vez metido en la cama, se me encendió la bombilla. Me levanté de un brinco, encendí apresuradamente la luz y fue directo a una pila de libros que tengo sobre un mueble, de los que nunca sé donde poner. Allí estaba: Diego y Frida (J. M. G. Le Clézio, 1993), lo compré en Madrid hace como 3 años... Volví a la cama con una satisfacción tan grande como si el premio Nobel me lo hubieran concedido a mí.

Los premios literarios son de dos tipos: los que premian a una obra, que aún está en el mercado y por lo tanto sirven como reclamo publicitario para los posibles compradores y los que se conceden al conjunto de una obra, como el premio Nobel. Si todo el mundo reconoce los motivos de los primeros, es más difícil con los segundos, porque ¿cuál es la razón de premiar a estos escritores? Me imagino a los miembros del comité de selección del Nobel, o del Cervantes, o del premio Príncipe de Asturias de las Letras discutiendo: este año le toca a una mujer, que no, que a un francés, pero a ese no, que llevamos a muchos novelistas seguidos... En fin, hablarán de todo menos de libros. Este tipo de premios institucionalizan un nombre y lo hacen conocido internacionalmente, creo que esa es su función principal, más allá de agradecer su contribución a la cultura a una determinada persona o a un movimiento literario. Es curioso, como de repente, se añaden a sus apellidos, un apelativo extra: el de Nobel y como por arte de magia se convierten en objeto de deseo de medios de comunicaciones, universidades, círculos literarios y editoriales.

No me resistía a poner esta magnífica foto de Henri Cartier-Bresson de 1965, donde retrata en París a Le Clézio y a su esposa, como la pareja perfecta de jóvenes intelectuales, existencialistas y sesenteros.

martes, 7 de octubre de 2008

Añoranza urbana

El presente no existe, es un punto entre la ilusión y la añoranza.


Fui al casco viejo porque allí la ciudad seguiría siendo la misma, alejada de los edificios nuevos de las afueras. Siempre he preferido los centros de las ciudades, donde todo cambia más lentamente. Llovía como suele llover, a poco, calando constantemente la ropa. La piedra hacía resbalar la lluvia menuda. Allí el tiempo estaba tal como lo dejé, gente con paquetes y bolsas de un lado a otro, paraguas que se asomaban tímidamente por las calles. Esa era la ciudad que quería ver. Una sonrisa detrás de un té con limón me dio la bienvenida. Era consciente de la fecha, pero mi mente, que es traicionera, me transportó algunos años atrás, a momentos felices. Es curioso como vamos olvidando la rutina o los malos ratos, para quedarnos sólo con los recuerdos agradables. Hablamos y hablamos de todo un poco, de entonces y de ahora, de los cambios de la vida, de gente que probablemente no veremos nunca más. Hablamos y reímos, con ganas, sin el pesar de mirar los años pasados, sin malas caras. La recordaba igual, agradable, sencilla, con los cambios justos para demostrar que el tiempo había pasado, pero sin que nada fuera irreconocible. Luego dejó de llover y me despedí, sin drama, hasta pronto. Me despedí con esa infame manía mía de no calibrar bien lo que siento en el momento, por lo que siempre me quedo corto. Volví caminando por calles familiares. En una tienda vi un cartel que siempre me hizo gracia, seguía ahí después de todo. Sonreí. Volví a casa con esta última sonrisa.

Este fin de semana he estado de viaje. He vuelto a una ciudad que me trae muy buenos recuerdos... Mirad la foto y adivinadlo, si queréis saberlo. Es fácil. Admito apuestas.

viernes, 3 de octubre de 2008

Vicky, Cristina y el país de los tópicos

A todos nos atraen las mujeres excitantes, aventureras y sexualmente intrépidas, pero es más fácil vivir con otro tipo de mujer, con la que puedes construir un hogar, tener hijos y encontrar el equilibrio. La mujer impulsiva es muy seductora, pero te termina rompiendo el corazón.


Vicky (Rebecca Hall) es sensata, prudente y busca un amor sereno del que pueda disfrutar toda la vida. Cristina (Scarlett Johansson) quiere sorpresa, pasión, un hombre que le remueva la realidad y la saque de este mundo. Vicky y Cristina son dos mujeres insatisfechas que buscan un país donde sus sueños se hagan realidad. Pero los países nunca son como nos los imaginamos, ni siquiera la Manhattan que sueña Woody Allen es como él cree que es. Siempre hay mucho más. Y es este el problema de teorizar con los tópicos. Está bien para dar una pincelada, pero el tópico es desconocimiento y ninguna obra se debería basar en éste. Todas las mujeres y todos los hombres son como Vicky y Cristina, queremos pasión y serenidad, sentido y sensibilidad y cuando tenemos lo uno añoramos lo otro e incluso queramos ambas cosas a la vez. Si una muere de amor por un pintor bohemio e intelectual, esta situación nunca puede ser definitiva, porque llega un momento en que la experimentación nos cansa y queremos algo más convencional. Si la otra tiene un novio formal a la antigua usanza, es lógico que quiera sentir en su propio cuerpo un amor arrebatado y prohibido. Los seres humanos somos así de contradictorios. Incluso diría más, esta argumentación se viene abajo porque es una generalización y como todas, hacen aguas cuando encuentran a una persona que no la cumple.


Temía que Woody Allen se dejara embaucar para rodar en España, pero si lo pienso bien: ¿en qué puede perjudicar jugar a los tópicos en el país de los tópicos? Barcelona, como paradigma del paraíso romántico, como ha sido usada Roma o París anteriormente. España como patria de artistas donde se bebe buen vino y se ama apasionadamente, una vez más. El dulce sonido de la guitarra iluminando la noche, la arquitectura de Gaudí o el sobrio prerrománico asturiano son elementos que pueden deslumbrar perfectamente a dos turistas estadounidenses buscando sueños. Los recuerdos de un Don Juan (Javier Bardem), pintor esta vez, a la gresca con una Carmen (Penélope Cruz) racial y pintora también. ¿Que qué me parece esta ensalada de ingredientes mediterráneos? Pues agradable y curiosa, por ver que es lo que andan pensando de España fuera, pero sinceramente falta de contenido por abusar de ideas un poco trilladas. Es lo que tiene juguetear con los tópicos. Y al menos, esta vez, los españoles nos hemos librado de ser toreros o flamencos, somos intelectuales y librepensadores y hablamos bien en inglés, que eso ya es todo un gran paso.


Vídeo: Giulia & los Tellarini - Barcelona
de la banda sonora de Vicky Cristina Barcelona (Woody Allen, 2008)

lunes, 29 de septiembre de 2008

Perfecta

Aprendemos a amar no cuando encontramos a la persona perfecta, sino cuando llegamos a ver de manera perfecta a una persona imperfecta.


Perfecta, está perfecta, absolutamente perfecta. Increíble. Brillante. Está divina. Mejor no lo ha podido hacer. Su entrada en Hollywood ha sido por todo lo alto y esta noche estará en la ceremonia de los Oscars. Ha tenido críticas fabulosas en las revistas especializadas. También sabemos que acaba de contratar a unos de los agentes más importantes de Estados Unidos. Si quiere seguir allí, lo va a necesitar. Estaremos pendientes de ella. No duden en verla en su última película. Es perfecta para ese papel, parece que ha nacido para hacerlo. Felicitamos a...

Y apagó la televisión enfurruñada. Se apretujó en el sofá. Parecía mentira que estuvieran hablando de ella. Se cumplían 24 horas sin comer nada. Todo para meterse en un vestido, delirio de un diseñador, que estaba loco si pensaba que alguien podía andar con eso puesto. Lo pensó, llevaba a dieta desde los 12 años, demasiado tiempo ya. Aún su estomago rugía de vez en cuando exigiendo lo suyo, como hoy. Estaba casi a oscuras. Su nueva agente le había planificado hasta la hora de dormir, en vísperas del gran día. Se sentía nerviosa. Su inglés había mejorado, pero aún se le quedaba cara de tonta cuando le soltaban una parrafada. Leyó un mensaje de su madre en el móvil, dándole ánimos. Le hubiera gustado vivir con ella esta experiencia, pero su agente lo prohibió horrorizada. Las palabras de la televisión resonaban en su cabeza. Perfecta, perfecta... A ella no se lo parecía, sólo había sido la chica florero, parte de la cuota latina de la película. Las críticas habían sido tibias, sin apenas mencionarla. Dentro de unas horas, vendrían a recogerla para la peluquería y el maquillaje. Por su cabeza se le pasó la idea de salir corriendo del hotel en ese momento y perderse en la ciudad desconocida, fuera de los ojos de cualquiera que la pudiera reconocer. Se sentía mal, sola y tremendamente imperfecta. Dos lágrimas se le escaparon. Pensó que mañana tendría los ojos hinchados si no dejaba de llorar. Lo hizo y así se durmió.

Imagen: Alice on the Catwalk (Grafiti, The Cans Festival, Londres, 2008)

miércoles, 24 de septiembre de 2008

El traductor simultáneo

Sin traducción habitaríamos provincias lindantes con el silencio.


Salí tarde del curso de alemán. Habíamos quedado en una cafetería del centro. Todos estaban allí cuando yo llegué:

Hola a todos, perdón por el retraso. Siempre las mismas caras, estoy harto.
Muchas gracias, salí tarde de alemán. Ahora se hacen los comprensivos, pero sé cuanto les fastidia esperar. Total para no hacer nada, más que hablar y hablar. Seguro que me han estado criticando mientras venía.
Sí, ¿no sabías que estudiaba alemán? Llevo dos años yendo, ya veo como me conoces.
Pues nada nuevo, no he hablado con Ana, casi mejor, jejeje. ¿Ahora te preocupas por mi vida sentimental?, qué bonito. He visto a Ana, de lejos, la esperé cerca de su trabajo, pero no tuve valor para hablar con ella.
No, totalmente superado, ya he pasado página, sólo deseo que sea feliz. Me acuerdo de ella constantemente. Noto un hueco escalofriante en la cama que me persigue todo el día. No entiendo que ha pasado y por que a mí. No me lo merezco.
Fue de mutuo acuerdo, decidimos que lo mejor era dejarlo. ¿Por qué me empeño en taparla? ¿O soy yo quien se tapa? En realidad, me da vergüenza admitir que se ha ido y no volverá.
Lo mejor es disfrutar de la vida de soltero... pero dejemos el tema. Eso, dejémoslo, porque esto parece la Santa Inquisición. La vida de soltero es un coñazo. No sé donde voy a encontrar a alguien como Ana. No tengo ni tiempo, ni ganas.
¿Dónde tenéis pensado ir? Como si no lo supiera, el mismo lugar, a ver las mismas caras y hacer lo mismo de siempre.
¿Es ese el bar nuevo? Ah mira, tengo ganas de conocerlo. Me han dicho que está bien. La noche anterior a que se fuera me dijo que había estado en ese bar y que le había gustado. Puede que hoy haya ido también. Sería una buena oportunidad de hablar, necesito una explicación que me calme. Necesito saber el porqué. No veo el momento de verla.
Por mí, cuando queráis nos vamos. No puedo soportar un momento más aquí, entre conversaciones banales. No puedo creer que ninguno de éstos intuya lo que me pasa por la cabeza. Tengo un nudo en la garganta, creo que voy a llorar. Sé fuerte.
Sí, tengo los ojos irritados, deben ser las lentillas, con el humo y eso. Ellos que sabrán.

domingo, 21 de septiembre de 2008

El otoño

El otoño es un andante melancólico y gracioso que prepara admirablemente el solemne adagio del invierno.


Otoño de hojas caídas, de parques de caminos interminables, otoño melancólico, de luz mínima, de eternas parejas al contraluz. Otoño de tópicos, de castañas y nueces, de canciones tristes. Otoño de tímidos fríos, de lana en la piel. El otoño que cada año viene y viene con su eterno retorno, con sus tardes cortas, con su rutina, con su mirada perdida. Como las aves migratorias, cada año es lo mismo: el otoño reflexivo. Con recuerdo, buscas en tu mente viejas glorias, momentos que se quedaron entre las páginas de los álbumes de fotos o incluso respiras aliviado porque algo no se volvió a repetir. Vemos pasar, temerosos, las estaciones sin darnos cuenta que en ellas está la vida, que los niños tienen que crecer, que el otoño no es más que una estación de paso y que aún debemos esperar el destino.
El otoño siempre debería existir antes de un invierno. Nos hace pararnos y reflexionar en lo venidero, en que lo más duro está por venir. La sabia natura ha sabido hacerlo muy bien, las sorpresas desagradables lo son menos si estamos preparados. Pero los divinos humanos no siempre imitamos a la naturaleza y esto no siempre es así. Tenemos inviernos, todos los días, sin previo aviso, con lluvias o con sol. Esto es lo que debería preocupar, esto es justo lo que nos debe entristecer, no cuando aún no ha llegado, sino cuando ya está aquí. Si hay algo que el otoño me ha hecho aprender es que tanto los lamentos como las alegrías deben estar en su sitio, nunca antes. Mañana, día 22 de septiembre, a las 17:44 llega el otoño en el hemisferio norte. Una hora idónea para tomarse un buen café, sentarse y pensar.


jueves, 18 de septiembre de 2008

El obelisco de Aksum

Sólo hay una manera de poner término al mal, y es el devolver bien por mal.


Un bloque de piedra puede ser piedra y además un símbolo. Cuando un bloque de piedra traspasa el mar para decorar la plaza de una ciudad desconocida, o la ser estrella de una museo, deja de ser únicamente una piedra. Cuando un país quiere recuperar una grandeza, hace años perdida, puede entrar en una espiral de fechorías, donde hay muertes de inocentes, robos y saqueos. Ir detrás de un delirio sólo trae consecuencias funestas. La Historia, esa que se escribe con mayúsculas, se compone de grandes nombres tallados en mármol y desprecia los nombres anónimos, los que sufrieron sin que su sufrimiento sirviera para algo, aquéllos cuyas muertes sólo fue un hecho biológico dentro de la inmensidad del Universo.

Todo esto significa el obelisco de Aksum, botín de la invasión italiana de Abisinia en pleno auge del fascismo. Un gran pedazo de granito labrado de 1700 años y 25 metros de altura, que desde el año 1937, lucía en la plaza de la Porta Capena de Roma, enfrente de la sede de la FAO y del Circo Máximo. Mussolini lo arrebató de su placidez de siglos en tierras africanas como emblema de la superioridad italiana en el que iba a ser el germen del nuevo Imperio. Después de una ardua restauración y un difícil traslado, el 4 de septiembre de 2008 se reerigió en su ubicación original en Aksum (Etiopía), saldando una deuda que ya duraba 70 años. Un símbolo de los desmanes del fascismo que afortunadamente el gobierno italiano ha solucionado.

Esto me lleva a pensar en otras reclamaciones de patrimonio cultural: en los famosos mármoles del Partenón o la piedra de Rosetta del Museo Británico, en el bello busto de Nefertiti del Museo de Berlín, en el Altar de Pérgamo, también en Berlín o en los leones alados asirios del Louvre o del Museo Metropolitano. Todo ello fruto del saqueo colonial, símbolos de imperios aprovechados por otros imperios para destacar su poderío ante el mundo. Joyas que se encuentran a cientos de kilómetros de sus lugares de origen y que nos hacen pensar por que tienen aún el poder de retenerlas. Y parece ser que nadie da el paso para solucionar paradojas del mundo como la de que en Roma haya más obeliscos egipcios que en el propio Egipto o que para conocer el arte griego clásico lo mejor es ir al Museo Británico. Aplaudo la noble decisión italiana de devolver a los etíopes su obelisco. Con ella, la misma piedra que en Roma sólo podía ser causa de vergüenza del ratero fascismo, vuelve hoy a convertirse en una obra de arte.