
Lanzan su brazo y alcanza a su vecina, que a su vez alcanza a otra y otra más. No sólo alargan un único brazo, sino miles de ellos, todos los posibles. Fuertemente agarradas, como un todo, como hormigas voraces unidas por el grano de maíz perdido en el suelo. Cada una ubicada en un sitio, en el cual nació, que por azar o disposición, infunde impulsos eléctricos a su alrededor. Electricidad que se convertirá en ideas, en argumentos, en rabia, en sentimientos, incluso en estupidez. Electricidad que será abrazos y besos o insultos e injurias, según el momento. La red es tan amplia y complicada como la vida misma, en la que te puedes encontrarte relaciones intensas o meramente superficiales, personas a las que se conoce como a uno mismo y gente de paso. Las relaciones neuronales como vitales pueden ser tan complejas o simples como cada cual quiera. Hay ideas y personas inevitables y otras a las que accedes después de años de esfuerzo. Gente y pensamientos brillantes y rutina ramplona. Neuronas pegadas a la vida y vida imposible sin neuronas. Un sistema dentro de otro, millones de conexiones a la vez, amor y odio, paz y dolor. Eso sin contar el misterio que supone su conocimiento, como enigma inexpugnable, donde las relaciones humanas y las conexiones neuronales no pueden ser entendidas. Y por más que batallones de batas blancas las estudien, las unas y las otras siempre seguirán siendo ocultas. Así debe ser.