

Cuando uno tiene hermanos entiende todas estas frases inconexas, sea en un tren en la India o montado en una moto. A veces los hermanos pierden el contacto y necesitan de unos raíles para reconducirse. Viaje a Darjeeling (Wes Anderson, 2007) ahonda en las relaciones familiares, aunque claro está, de forma muy peculiar. Francis (Owen Wilson), el mayor, tiene la cara destrozada, ha organizado el encuentro y busca su sentido de la vida. Peter (Adrien Brody) se plantea con terror cómo será su futuro como padre del hijo que va a tener. Jack (Jason Schwartzman), el pequeño, acaba de romper una relación y está deshecho. Los tres viajan en el Darjeeling Limited, un tren que atraviesa el Himalaya. Pararán para encontrar la espiritualidad en templos llenos de dioses de colores chillones, en humaredas de incienso, mercados abarrotados y millones de cigarrillos. Pero el destino final es encontrar a su madre (Anjelica Huston), ausente durante años, que es misionera en un monasterio en las montañas.
Psicotrópica, pop, colorista y caótica, como la India pero entregada y sincera, Viaje a Darjeeling ha sido para mí una revelación. Tiene unos diálogos inteligentísimos, buena y mala leche en su humor y profundidad de contenido, algo muy extraño en una comedia. Pero es que no es comedia del todo, porque su punto de inflexión es dramático y tremendamente amargo. Habla de relaciones familiares, que son las más difíciles, por el hecho de que son impuestas por la sangre. Habla del sentido de la vida, que no se puede planificar en itinerarios plastificados. Habla del amor perdido, de las responsabilidades de la edad y de cómo debemos asumir quienes somos, aquí y en todo momento, para mirar al pasado sin rencor y al futuro con esperanza. Feliz viaje y feliz encuentro.